Capítulo 3.

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Una persona normal no podría defenderse de alguien con experiencia en deportes agresivos y numerosas peleas callejeras. El dolor era insoportable. Se encontraba tirado en el suelo, creyendo que moriría, mientras los recuerdos de su vida pasaban frente a sus ojos. En un callejón encharcado por la lluvia interminable, veía a un chico pelirrojo agachado frente a él, sosteniendo un paraguas en una mano y un alfiler en la otra.

Quería suplicarle que se detuviera, intentó agarrar la chaqueta negra del pelirrojo, pero no tenía fuerzas ni para mover los dedos.

El chico del paraguas había llegado de repente. Sin previo aviso, lo atacó con golpes y patadas, claramente con la intención de matarlo. La situación empeoró cuando, ya moribundo, el agresor sacó algunas agujas de su bolsillo y comenzó a clavarlas en sus brazos, rostro y piernas.

— ¿Sabes qué es lo curioso de las agujas? — dijo el pelirrojo, pinchando uno de sus dedos inmóviles con un alfiler de apenas cuatro centímetros. — Como son tan pequeñas, no dejan ninguna huella dactilar. ¿No te parece... interesante?

Con fuerza, clavó otro alfiler en el cuello del hombre que había estado torturando durante horas, mientras el aguacero caía sobre ellos. La sombrilla protegía al pelirrojo de la lluvia; no quería que sus lentes ni su cabello recién recortado en la peluquería se ensuciaran.

El extraño solo podía sufrir más, ya que el agua de la sombrilla parecía caer a propósito sobre él. Las gotas de agua martillaban los alfileres clavados en su cuerpo, intensificando su dolor.

El pelirrojo, ajustándose los lentes, decidió retirarse tras robar el contenido de la billetera de su víctima. No tenía ganas de presenciar una muerte ese día. Estaba alegre porque había hecho un nuevo aliado en la universidad.

Sabía perfectamente que la incesante lluvia borraría cualquier evidencia, lavando la escena del crimen. Aprovechaba para torturar sin guantes, encontrando la experiencia mucho más satisfactoria. Para él, la sensación de clavar una aguja en la piel era más tranquilizante que trabajar con telas para crear un conjunto único.

Alan Nazarov, un joven de nuevo ingreso en la facultad de Diseño y Moda, fue aceptado principalmente por su creatividad y el amor que tenía por sus obras. A la edad de diecinueve años, se perfilaba como una joven promesa en el mundo del diseño, inspirado por su madre, que fue una "talentosa modista".

Además de su talento, Alan era extremadamente atractivo: piel pálida, ojos verdes claros y cabello pelirrojo natural, lo que lo convertía en una verdadera sensación, algo que sabía perfectamente. Se dirigía a clases cuando se encontró con algunos compañeros a los que llamaba "amigos". Disfrutaba de su compañía y de las conversaciones.

Mientras caminaban hacia el enorme campus y se dirigían al departamento de moda, Alan se volvió más notorio. Era uno de los pocos hombres en ese departamento, lo que hacía que constantemente fuera el centro de atención en la universidad.

Algo era diferente, y Alan lo notaba cuando las chicas a su alrededor se emocionaban y dejaban escapar algunas palabras al hablar entre ellas, sin darse cuenta de que él escuchaba desde lejos.

— Es muy guapo. ¿Quién será su novia?

— ¿Será que le pido su número?

Alan se preguntaba de quién estaban hablando. Pronto encontró la respuesta al ver a Jaén, nervioso y rodeado de un grupo de chicas frente a su salón, considerando la posibilidad de escapar.

— ¡Jaén! ¿Viniste a verme? — Alan se acercó rápidamente para abrazarlo, recibiendo un codazo leve en respuesta.

— Alan, ¿se conocen? — Preguntó una de sus compañeras al rededor de Jaén.

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