Cazadores

Prólogo.

Se dice que los asesinos que ejecutan con sus propias manos tienden a anhelar mantener un lazo especial con sus víctimas, incluso tras su muerte. Son considerados unos de los más despiadados pues su motivación radica en el placer de matar, llena de sentimientos cada estocada, con una carga emocional destinada a convertir a cada víctima un mero trofeo.

Con la intención de alcanzar un objetivo, aunque el propósito varía ampliamente.

Un joven se peinaba los mechones de color claro en un intento de mantenerlos en su lugar, aunque un tanto molesto logró acomodarlo. A pesar de la prisa por llegar a su destino, se detuvo brevemente para capturar en algunas fotografías, complacido por lo galante que irradiaba su aspecto.

Si, era apuesto, pero sin duda era alguien quien preferirías mantener alejado si conocieras la cantidad de sangre que sus manos habían derramado en el pasado. Sus actos no estaban motivados por necesidad, era por perversión. El día en que fuera capturado por las autoridades, se esperaba que contara cada uno de sus asesinatos sin titubear, o al menos era lo que pensaba.

Se apresuraba para salir de su hogar a altas horas de la noche, con destino a un lujoso hotel de cinco estrellas, un lugar demasiado costoso para alguien desempleado como él pudiera siquiera costear durante quince minutos en una habitación. Tenía una cita importante, con una mujer cuya identidad aún mantenía oculta, aunque suponía que sería solo otra víctima más en una noche en la que el desenlace implicaría a la policía atribuyéndole otro crimen a un asesino en serie sin nombre ni identidad.

Al llegar, pudo distinguir que el hotel había sido fundado hace varias décadas, pero mantenía su esplendor gracias a su cuidado constante. Unos días antes había recibido una carta de la misteriosa mujer que solicitaba encontrarse, adjunto a ella un pase que debía presentar en la recepción para acceder al ascensor. Siguiendo las instrucciones al pie de la letra, se encaminó en silencio hacia el ascensor dirigiéndose al piso más alto, el número diez.

El timbre del ascensor sonó, indicando su llegada al piso deseado. Al final del pasillo, se encontraba una única puerta, lo que le pareció extraño. Se cuestionó que tipo de hotel tendría una sola habitación para todo un piso, pero decidió no darle mayor importancia. Escaneó el pase por el lector cercano a la puerta y giró la manija, adentrándose al lugar.

La habitación estaba escasamente iluminada por unas pocas lámparas de escritorio dispersas por muebles al fondo y un fuerte aroma a velas aromáticas que estaban en el ambiente, permitiéndole distinguir los rostros de otras seis personas que se hallaban dentro. Todos lo observaba fijamente mientras avanzaba lentamente, preguntándose quiénes podrían ser esos tipos.

Por lo general, se sentía invencible, poderoso e incansable, especialmente porque sus víctimas solían ser mujeres de menor complexión que él. Sin embargo, se sintió relativamente intimidado por la presencia de los otros hombres en la habitación.

– ¿Qué es esto? ¿Otro más? – Fue el comentario que escapó de uno de los presentes, aunque pasó desapercibido. A medida en la que ingresaban en la habitación, la repetición de aquel comentario lo hacía perder relevancia.

Tenía un montón de preguntas que inquietaban en su mente, pero su sensación de inferioridad frente a los demás impedían siquiera alzar la vista hacia ellos. La timidez y el miedo lo mantenía paralizado cerca de la puerta, sin atreverse a decir una palabra.

El tiempo transcurría sin mayores acontecimientos hasta que, finalmente, la tan esperada mujer hizo su entrada. Sin vacilar, se acercó a ella con nerviosismo, tomándola de los hombros y lanzándole sus preguntas con ansiedad.

– ¿No íbamos a ser solos tú y yo? ¿Por qué están aquí estos tipos? Además...

Antes de que pudiera terminar su propuesta, fue interrumpido por el individuo que parecía ser el guardaespaldas de la mujer. Con una complexión imponente, apartó bruscamente las manos del joven rubio, asegurándose de que no le tocara nuevamente.