Capítulo 2

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—Mads —dijo en susurro—, no sé si logres entender... quizás pase un tiempo fuera... Y ya no me veas —la chica disimuló las lágrimas con una sonrisa—; ¿prometes no olvidarte de mi?

Sentí como acariciaba mi cabello, su mano tenía un olor a almendras delicioso. Ella tomó la cobija y envolvió mi frágil y pequeño cuerpecito. Dió un beso y salió del cuarto...

❀֟͜͡͡

Me desperté con una sensación horrible; mi cuerpo dolía y al parecer volvía a tener ataques de migraña. No era la primera vez que despertaba así, al inicio lo hacía diciendo cosas raras y mi madre trataba de tranquilizarme diciéndome que eran pesadillas y que me estaban confundiendo.

Sin embargo, hace algunos años esas mañanas desastrosas no solo me afectaban emocionalmente, sino que ya era acompañado de dolores físicos. Situación que parecía normal en esta etapa de la adolescencia por lo cual mis padres nunca le dieron importancia; y ese fue uno de los motivos que me ayudaron a recibir el permiso de mi papá para entrar al equipo de voleibol del Instituto. Esa sería mi sanación emocional.

Tomé mis pastillas para la migraña que mi madre solía darme y bajé a desayunar.

—Hoy llega tu padre —mencionó mi mamá. Viéndome ir al refigerador, sacar la jarra de jugo y servirme. 

Casi me atraganto. Con razón ella estaba preparando pavo asado y ensaladas, desde tan temprano en la mañana. Imaginaba que era una cena de esas que suele hacer los viernes para compartir con los vecinos de al lado; pero no, era una cena de bienvenida.

Mi padre andaba de viaje por Londres vendiendo las propiedades de mi difunto abuelo y se suponía que regresara en una semana o dos.

—¿Pasó algo que regresa tan rápido? —pregunté sutilmente.

—Niña, ¿acaso no te pone feliz que regrese antes? —intervino mi abuela con su tono habitual de dramatismo. Sus ojos negros estaban abiertos como plato bajo los espejuelos dorados—. ¿No dormiste bien anoche? Tienes unas ojeras que por tu madre, das susto. Eso es por andar tanto en el teléfono. Te lo he dicho muchas veces...

—Claro que me pone feliz abuela —intervine para evitar uno de sus discursos, sonreí—; es que dijo que tardaría un mes y solo pasó una semana en Londres. Y no, no he dormido muy bien. Me duele un poco la cabeza.

—¿Pero qué te sientes? —rapidamente mi madre se acercó y comenzó a revizarme como si fuera capaz de notar algo malo solo con los ojos. Lucía muy preocupada.

—Estoy bien solo es un mínimo dolor. No es nada.

Asintió, se había volteado para buscar unas cuantas galletas de maní recién horneadas. Era mi desayuno perfecto. Mi vicio. 

Mi madre lucía agotada, con ojeras y a pesar de tener unos ojos azules y un rostro bonito no había un ápice de felicidad. De hecho siempre me cuestioné su actitud, esa que de vez en cuando la hace ser una mamá grandiosa pero que la mayoría del tiempo demuestra que vive una vida miserable. Y es raro, vivimos bien y sé que me quiere y trato de hacerla sentir orgullosa... Quizás es por él... Por mi papá y su cambios repentinos de humor ... Igual no la entiendo.

—Por cierto —aclaré la garganta—, ¿recuerdan que la mamá de Amber tiene una tienda de lasañas? Pues ella enfermó y ya no hace domicilios por todo el pueblo y Ruby y yo creímos que quizás —encogí los hombros y proseguí—, podíamos ayudar a Amber a hacerlo en las tardes y los fines de semana.

Killian Donde viven las historias. Descúbrelo ahora