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A veces deseamos con todas nuestras fuerzas pertenecer a un lugar con el que nos encariñamos, y a veces ese lugar en el que deseamos estar es una persona. No es dónde, si no con quién.

Hacemos todo para que nos amen, cambiamos todo para complacer a esa persona a la que amamos, para conectar con él o ella. Al menos así es mi caso, pero qué podría decir yo, que soy una complacedora patológica.

Qué podría decir yo, una persona que solo se siente feliz cuando recibe la aprobación de los demás, cuando escucha los aplausos, cuando le dicen que hizo un buen trabajo o que les gusta lo que hago, que cuando escucha una crítica ya se desmorona.

Pero qué podría decir yo, que solo era feliz cuando sentía que él me veía.

Siempre relaciono el color gris con la tristeza, la pérdida o el dolor. Pero ahora lo podría ver desde otra perspectiva, ver al gris como una despedida, como una autosuperación. No siempre como algo malo, no siempre como algo cruel, no como algo triste.

Aunque debería entenderme a mi misma, dejar de frustrarme por sentir, no soy menos por quererlo, no estoy mal por sentir, no debo disculparme por extrañarlo y desear que las cosas hubieran sido diferentes.

No soy la villana de mi propia historia.

—Feliz año nuevo, hija.

Sentí los brazos de mi mamá sobre mis hombros en un pequeño abrazo improvisado y sonreí, no había hecho un brindis y ni siquiera había puesto sidra en mi copa pero aún así acá estaba.

—Feliz año nuevo, ma.

Ví a mi pequeña yo caminar con dificultad a mi y sonreí agachándome para abrazarla.

—Feliz año nuevo titi.

Su dulce voz llenó un poquito mi corazón vacío.

—Feliz año nuevo, Mia.

Me volví a sentar con mi familia para acaparar el mantecol, ni siquiera había terminado de saludar a todos y acabé por decir un feliz año general. Al menos mi paladar la estaba pasando de maravilla con esto del mantecol y el vitel toné.

—Che, ¿alguien vio mi teléfono? —pregunté, aunque todos me ignoraron. Parecian estar ocupados devorando todo lo que había en la mesa dulce y mirando los fuegos artificiales.

Por fin encontré mi teléfono y tuve que sacárselo de las manos a mi sobrino que estaba viendo videos en tiktok, se me congeló el corazón cuando vi diez llamadas perdidas con el nombre de Julian al lado. Tenía más de cinco mensajes también, pero solo bajé la barra de notificaciones para leer el último.

"Nunca aprendí a leerte la mente, pero te amo"

No necesité leer los demás, solo entré a WhatsApp para eliminar el chat y volví a bloquear mi teléfono para servirme una copa de champagne.

Nunca necesitó leer mi mente, porque le di demasiadas señales.

—¿A dónde vamos a ir de vacaciones? —escuché decir a mi hermana.

Mi mamá había dado la idea de irnos de vacaciones todos juntos, toda la familia. Me había parecido buena idea así que me ofrecí a costear todo incluidos pasaje, hospedaje, transporte y comida.

—Que elija Vicky, ella va a pagar —respondió mi cuñado en joda.

—A donde quieran ir ustedes está bien para mi, me da igual.

Porque a donde quiero ir no puedo.

—Yo siempre quise ir a Italia.

Es verdad, mi mamá había nombrado a mi hermana más grande Venecia y yo había olvidado por completo que su sueño más grande era conocer Italia así que eso me animó un poco, por lo que sonreí y di un aplauso cortito.

—Vamos a Italia.

Después de decir eso todos empezaron a hablar sobre el viaje y demás, como no me importaba demasiado, me levanté y me fui a un rinconcito con mi sobrina, que parecía estar renegando para abrir una caja.

—Ayudame.

Negué con la cabeza.

—Dale que te falta poquito, vos podes.

La vi frustrarse y casi tirar la caja al piso, hasta que finalmente la pudo abrir y se lo festeje riendo.

—¿Viste? Te dije que vos podías.

De nuevo mi teléfono empezó a sonar, apreté mis labios cuando vi el nombre de Julian y me levanté para alejarme un poco de mi familia y contestar.

—¿Qué pasó?

—¿Me prometes que no le vas a decir nada a nadie?

Se lo escuchaba borracho, y su vocecita sonaba apagada, como si estuviera triste.

—¿Qué querés, Julian?

—Me sacaste las ganas de vivir, Victoria.

Fruncí el ceño.

—¿De qué estás hablando?

—Encontré tu viejo suéter entre mis cosas y no sabes lo mal que me hizo darme cuenta de que ya no tiene tu olor, porque te amo y te juro que no te das una idea de lo que fue pasar año nuevo y navidad sin vos.

—Tendrías que dejar de tomar un toque.

—Sí, ya sé. Pero es que si no lo hacía no iba a tener los huevos para llamarte.

—Es por eso que no me tendrías que haber llamado.

—Vivo con la esperanza de que vos también me extrañes, de que podamos volver al tiempo en el que todo estaba bien y lo único que nos preocupaba era no tener comida para el gato cuando nos íbamos de viaje.

—¿Cuando no te importaba perderme?

—Cuando pensaba que nunca te iba a perder.

Sentí que la garganta se me secaba y una punzada de dolor me golpeaba justo en la boca del estómago.

—Es fácil dar las cosas por sentadas.

—Nunca tuve que haberte dado por sentada a vos, pero te juro que no lo haría de vuelta.

—Chau, Julian.

—¿Te chupa un huevo lo que te estoy diciendo?

Sentí que las lagrimas se me acumulaban en los ojos y que la punzada de dolor se trasladaba a mi pecho, pero sabía que esta vez me tenía que poner como prioridad a mi. A pesar de que me estuviera muriendo por decirle que lo amaba.

—Son las palabras de un borracho.

Escuché una respiración pesada del otro lado de la línea.

—¿Sabés qué? No te tuve que haber llamado, perdón por molestar. Pero te juro una cosa, Victoria.

—No necesito que me jures nada, Julian.

—No, yo te juro que te voy a dejar de amar. Te juro que voy a dejar de sentir que no puedo respirar si no te tengo cerca, te juro que me voy a arrancar este dolor y amor del pecho y que no voy a sentir más nada por vos. Estás muerta para mi, y no voy a descansar hasta sentir que eso es así porque sos una pendeja, Victoria. Porque a la primera de cambio te das media vuelta y te vas.

Corté la llamada entre lágrimas y apagué mi teléfono, por suerte me había alejado lo suficiente de mi familia, me aseguré de que no me vieran llorar.

Tenía que estar mintiendo, porque si eso era cierto...me estaba matando.

Me había vuelto un desastre por él, me había vuelto una persona que ni siquiera podría reconocer en el espejo. Y había sido mi culpa, yo me había convertido en esta versión irreconocible de mi misma.

Y era irónico, porque mientras que para él yo estaba muerta, en mi punto de vista, yo me destruiría una y mil veces a mi misma por él.

Porque eso era para mi el amor, porque esa es la cosa sobre amar y estar enamorado. Te mata o te destruye en mil pedazo, y él con solo cuatro palabras había logrado derribar todos mis muros y hacer salir esas lagrimas que me había estado guardando desde que dejé Londres.

Espinas de rosa|| Julián Álvarez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora