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Vi las flores brillar a través de la vidriera, solté un suspiro y entré a la florería.

—¡Hola, hermosa!, ¿qué andabas buscando?

Mi atención se fue a la chica de más o menos que estaba al frente de mi con una sonrisa amable, la cual le devolví.

—Hola, vi un ramo de peonias en vidriera, ¿será que me lo puedo llevar?

—Obvio.

Salí del vivero con el ramo de flores en las manos, apreciando por una vez la vida en las cosas. Las olí y casi estornudo, pero me contuve.

Mi papá estaba frente a mi, me miraba con incredulidad y sus ojos viajaban de mi al ramo, y el ciclo se repetía de vuelta.

—Todavía no entiendo por qué quisiste comprar flores, ¿Quién se murió o qué?

—Yo.

Todavía recordaba las noticias que había visto hoy a la mañana en la tv, las que ignoré y después vi en las redes sociales gracias a las miles de veces que me habían etiquetado....

—Dale tarada, ¿Para qué te compraste flores?

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—Porque me las merezco —dije simplemente, y mi papá iba a cuestionar algo más, hasta que su teléfono empezó a sonar.

—Uh, es la gede de tu vieja, a ver qué quiere —murmuró.

Atendió la llamada y se llevó el teléfono a la oreja, pude ver poco a poco cómo su expresión iba cambiando de una alegre que siempre ponía cuando iba a hablar con mi mamá para molestarla, a una seria.

—No, me tenés que estar jodiendo, ¿En serio me decís? —dijo en un tono irritado—. Sí, está acá conmigo... sí, vos no te preocupes che. Yo me encargo.

Cortó el teléfono y lo guardó en el bolsillo trasero de sus pantalones, después me miró y pude ver que estaba pálido. También noté que había empezado a jugar con sus manos, rasgo que tenía para cuando estaba nervioso.

—Che, Vicky...

—Ya sé, pa... ya sé.

No tuve que decir más nada, fue como si él me entendiera sin hablar. Yo nunca le dije lo destrozada que estaba y que había estado llorando todas las noches en los confines de mi habitación desde que Julian y yo nos separamos, pero supongo que ya lo sabía, los padres siempre saben esas cosas. Solo hay algunos que deciden ignorarlo, y cuando sentí los brazos de mi papá rodearme, supe que él no era de esos padres.

Me frotó la espalda, como cuando era chiquita y les pedía a mis papás dormir con ellos porque me daban miedo las tormentas, o porque mis hermanos me habían contado que nuestra casa estaba llena de espíritus y yo les creí.

—Llora si querés, mi chiquita. Acá está papá.

Sus palabras me hicieron esbozar una sonrisa. Mi papá, al igual que la mayoría de los papás, era terrible a la hora de consolar a alguien, más si era alguna de sus hijas. Podía sentir su desesperación a través del abrazo y cómo me frotaba la espalda con manos temblorosas.

Pero esas palabras que pronunció me sacaron todo el peso de encima, y esta vez no pude llorar. Porque papá estaba ahí, papá siempre estaba ahí.

—Me estoy cagando de hambre —murmuré.

Mi papá me soltó y me miró con ojos divertidos, aunque noté esa pequeña barra cristalina en su lagrimal. La ignoré para no hacerlo sentir más incómodo todavía.

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⏰ Última actualización: Jul 23 ⏰

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Espinas de rosa|| Julián Álvarez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora