Capítulo 4: Odio fraternal

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Kevin.

  Abro los ojos con pesadez... ¿Qué hora es? 6:40... estúpido rayo de sol que entra por la estúpida ventana. Mierda, mi aliento apesta a horrores y me siento mareado. Como sea, no me arrepiento de nada.

  Hace poco más de una semana que había ido de campamento con Nazz, Nathan, Rolf  al Lago Uróboro, una joya oculta de los forasteros y conocido sólo por unos pocos privilegiados debido a que está muy oculto entre los acres que rodean Peach Creek y regresamos muy tarde anoche. Además, siempre es mejor salir que quedarme aquí solo. Papá también se había ido de viaje hace ya dos semanas, obviamente no podía pasar un poco de tiempo conmigo porque tenía que ir... a verlo.

  Habíamos ido temprano para disfrutar de la mañana del lago, y con esto me refiero a que Nathan y Nazz querían una sesión de fotos con la neblina que había. ¡Dementes! Desayunamos los bocadillos que con tanto cariño nos preparó la linda rubia y con el baboso de mi mejor amigo Nathan nos desafiamos y saltamos semidesnudos a las frías aguas.

  Ya para el mediodía, cuando el sol estaba en su punto y el calor nos golpeaba, almorzamos la carne asada que hizo el buen hijo de un pastor. Y en la tarde, Nathan conectó su teléfono a un parlante que llevó, bailamos hasta que nos dolieron los pies. A la medianoche, nos devoramos los últimos bocadillos y algunas cervezas que llevé, más un juguito de naranja para la princesa.

  Ruedo hasta caerme de la cama, chocando mi cabeza con la mesa de noche. ¡Maldita, seguro se vengó por las veces que lancé mi libro de química contra ella! Me va a crecer un chichón, estoy seguro. Siempre puedo decir que me metí en una pelea.

  Qué más da. Salgo de mi cuarto directo al baño, no quiero estar oliendo a alcohol y sudor, disfruto del verano pero como odio sudar tanto. Ahora la parte más importante de mis vacaciones, ¿me lavo los dientes y luego me baño, o me baño y luego me lavo los dientes? Bien, puedo hacer ambas cosas... soy un adolecente, ¡debo vivir mi vida al máximo!

  Estuve 45 minutos en la bañera cepillando mis dientes. Salgo mojando el pasillo de vuelta a mi cuarto, pero una grave voz hace que me detenga antes de cruzar el marco. — ¿Con quién demonios habla...? — susurro.

—No, no, no, debes comprender que siempre hago lo mejor para ti, para ambos.... — no puede ser... — ... Te amo. — Vaya forma de empezar el día sintiendo coraje. Cierro la puerta de un portazo, esperando que sepa que escuché su conversación.

  ¡Maldita sea! ¿¡Cómo es posible que no sea capaz de dejarme disfrutar de una mañana!? ¡Una! Pero nooo, ese estúpido mosco muerto siempre tiene que estar rondando mi vida. ¡No quiero que esté en mi vida!

  Me acerco a la mesita de noche y abro el cajón, el cual es especial, pues debajo de este hay otro secreto donde guardo fotos especiales para mi. Saco la foto que estaba encima de las demás y la observo.

  Allí hay un apuesto hombre de galante sonrisa, y no lo digo porque soy su viva imagen, sosteniendo cuidadosamente a dos bebés, uno de unos meses más grande que el otro. Quién lo diría, desde mi nacimiento este zángano ha estado presente. Cuando veo esta foto, no puedo dejar de notar como mi padre sonríe, nos mira como si fuéramos su mundo entero. No puedo evitar sentirme triste, pero la molestia es mayor, tener que compartir el mundo de papá con... ese.

  Guardo la imagen y cierro el cajón. Siento unos pasos afuera de mi puerta y pronto escucho su voz molesta — ¡Kevin, dejaste el pasillo mojado otra vez! — ups.

  Toca dos veces la puerta. Y espero a que diera el permiso para entrar. Pelirrojo cómo yo, pelo corto que lo distingue como jefe de la policía, nariz recta y mandíbula tosca. Fuerte y rudo, así es como luce mi papá. Pero sus ojos y los hoyuelos en sus mejillas, así como las pecas en su rostro expresan lo sentimental que es en realidad.

El Tiburón llega a Peach CreekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora