Capítulo 10

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Miré mis manos, la sangre roja carmesí estaba en ellas, tomé un trapo y lo mojé en el agua helada, las limpié todo lo que pude, aun así, el tono rojizo seguía ahí, sin poder sacarlo, recordando los gritos desesperantes de la América, del hombre y ...

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Miré mis manos, la sangre roja carmesí estaba en ellas, tomé un trapo y lo mojé en el agua helada, las limpié todo lo que pude, aun así, el tono rojizo seguía ahí, sin poder sacarlo, recordando los gritos desesperantes de la América, del hombre y de todas las personas del avión que no pude ayudar, estaban allí, taladrando mi mente una y otra vez como campanas constante de almas vagando por la nieve, acompañados de la mismísima muerte.

Me volví a sentar en mi lugar, al lado de Enzo, el me cedió una parte de su manta y María que estaba a mi costado me tendió otra. El frío ni siquiera se fue un instante, pero lo bueno es que todos estábamos para todos, aunque no quisiéramos aceptarlo.

— ¿Cómo e-está el hombre? —me preguntó con incertidumbre, lo veíamos ahí en medio de nuestros ojos, apilados entre los sobrevivientes para no congelarse de frío al igual que los demás.

¿Qué cómo está? Mal, los dos, pero podrían estar muertos, asique supongo que había una pequeña posibilidad de que se recuperen, optaba por verle el lado positivo.

No sé cuántas horas estuvimos a su lado haciendo presión y trayendo hielo cada vez que se derretía, no quería saberlo, pero mis ojos casi se cerraban de lo agotador que fue toda esta situación. Cuando la sangre paró de salir un poco lo vendamos y lo abrigamos más, al igual que la chica; estábamos todos atentos a cualquier cambio en ellos.

— P-por ahora está bien... La sangre dejó de salir porque se quedó quieto, el hielo y la presión ayudó mucho también... Pero hay que ver mañana y seguir curando la herida para que no se infecte. Mientras no haga algo para que la cicatrización pare, va a estar bien... Pero no podemos saberlo... —soplé mis manos con aire caliente, tratando de conservar en calor en ellas— Aunque tampoco hay mucho en el bolso de botiquín para calmar su dolor.

— ¿Y la chica?

— Me preocupa también, no siente y es malo no sentir. Asique mañana, después de acomodar el lugar voy a poder revisarla en el proceso.

— Y... ¿Vos? ¿Tu h-herida está bien?­—preguntó Enzo. Lo miré y asentí, la verdad es que el corte en mi espalda no era tan doloroso como mi hombro, dedos y pierna, que es donde estaba realmente lo grave en mí.

— Creo que cuando nos rescaten voy a poder descansar y recuperar las fuerzas. Pero estoy bien... —bostecé, y varios hicieron lo mismo creando una minicadena de bostezos, incluyéndolo—Cuando amanezca vamos a sacar todo lo que no sirve de acá y poner los asientos de afuera que se secaron, la gomaespuma y las c-cosas que sirvan en el suelo por el agua que se filtra y para que no pasemos frío. ¿Ya t-te dijeron?

Tener a los que estaban inconscientes, los heridos y los que no, reunidos en un solo lugar era algo que no podíamos controlar, pero sí ordenar. Nos sentíamos encerrados y no había otra alternativa si queríamos seguir conviviendo con la nieve y nuestra seguridad.

El asintió mientras temblaba, la mayoría aceptó a mover y reformar este lugar para que sea más seguro, y los que no querían hacerlo, de alguna forma u otra tenían que. Era donde estábamos y no estaba segura de poder soportar otra noche esperando a que nos salven, tres días y nada, ni siquiera pasaron aviones de rescate. Absolutamente nada.

𝓑𝓪𝓳𝓸𝓼  𝐈𝐧𝐬𝐭𝐢𝐧𝐭𝐨𝐬 © Enzo Vogrincic (Lento)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora