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No tuve ni tiempo de deshacerme de los tacones cuando ya estaba llamando por FaceTime a quien esperaba me dijera como seguir.

Pocos timbres después su rostro aparece frente a mí, con una sonrisa que ya conozco, igualmente le sonrío, pero creo que es un poco una mueca.

-Estoy gratamente sorprendido de tu lla

mada.- comenta, mi nerviosismo está al alza, pero él siempre ha sabido ayudarme. Su cabello rubio está despeinado y sus ojos azules se ven tranquilos.

-Tus arrugas se notan más, ¿te llevo por botox?- bromeo al ver las leves arrugas que se hacen en su rostro al reír.

-Tengo pocos años más que tú, no inventes. Mejor cuéntame, me sorprendió tu saludo el otro día, porque perdiste comunicación hace meses. ¿Cómo estás?-

Su pregunta es simple y a la vez la más difícil de contestar. Paso la mano por mi cabello, el cual libere del chongo cuando veníamos de camino al hotel. Suelto un suspiro y una ligera sonrisa.

-Uy, te gusta lo difícil. A mí me gusta saludarte, eres mi amigo.- contesto tratando de alargar lo más posible soltar la información, aunque parte de mí está emocionada por decirlo.

-Sí, lo soy, pero también soy tu psicólogo, estuve contigo en tus victorias, en tus derrotas, en altas y bajas.- su voz suena tranquila, pero es de esas personas que te hacen sentir plena confianza, como que puedes contarles tu vida. Lo que dice es verdad, mis padres lo contrataron cuando tenía 15 años y estaba por ingresar a la WTA, ellos creyeron que necesitaba alguien que me guiara en lo mental, porque el tenis lo es. Es todo manejo de emociones. Y desde los 6 años me pasé la vida en la cancha, entrenamientos matutinos y vespertinos, cientos de horas en cancha. En mi primer torneo de Grand Slam, tuve que jugar la qualy, claro. Antes de eso, gane todo lo que había en el tennis junior, al llegar al Australian Open de 2016 sabía que era la prueba real, pase mi adolescencia, puliéndome, gane los tres partidos de clasificación contra una kazaja, una estadounidense y una argentina, pase a primera ronda con algunos ojos encima, porque la prensa me envolvía en algún que otro comentario haciendo mención de mis logros y los comentaristas los desglosaron, tras pasar la primera, llegue a segunda ronda para enfrentarme a otra inglesa de 23 años, fueron dos sets terminando que gané. Días después mi nombre estaba en las pantallas de la arena Rod Laver que anunciaba las finalistas, Crohn me tuvo por la mañana haciendo yoga y meditando. Mi oponente fue una tenista que tenía 20 años y tampoco había ganado un Grand Slam, pero sí algunos Masters. El juego fue fuerte, saque mi mejor tenis a relucir y gane en esa cancha dura con un 6-3, 7-5. Mi raqueta y gritos volaron al son de los aplausos.

-Estoy en Miami.- le comunico. Él asiente, esperando que continúe.- Estoy aquí porque mi padre nos trajo para la Fórmula 1, por qué es inversionista de una escudería y eso, pero... no voy a poder evitar la prensa y las cámaras el domingo. Por no hablar de que en ese complejo están las canchas del Masters.

-¿Cuándo fue la última vez que estuviste en Miami?- pregunta.

Ni siquiera debo pensarlo mucho para responder. Bebo un trago de agua de la botella que tengo junto a la cama y lo miro.

-Cuando gane en 2021.- mi voz suena baja y hasta quebrada, aunque trate de ser firme. Mis ojos vagan por mis manos en un intento de no pensar en aquello.

-Chloe, ¿no quieres que te vean?- me cuestiona. Sus ojos azules me escanean tanto como la pantalla se lo permite.

-No. Quizá ni me recordaran, pero los que sí, como la prensa, me van a juzgar, sabes como son.- respondo. Cuando era activa, no era la favorita de la prensa, al menos no al inicio, después me nombraron el águila del circuito, por mis saltos y ejecuciones. Y comenzamos a tener una mejor relación. O eso es lo que decía mi publicista.

The Championship PlayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora