IV

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Castillo de Chapultepec
CDMX
2021

Me aseguré de estar lo suficientemente alejada de la sala del té antes de empezar a correr en dirección a mi cuarto.

Minerva me esperaba en las puertas de mi habitación, con una Longchamp color hueso en las manos.

— Mi niña — Me llamó con dulzura — empaqué todo lo que considere importante para tu viaje: va tu cartera, tu cargador de celular, tu cosmetiquera, no sabía si empacar tu iPad o tu competidora así que empaqué ambos. Incluso van unos audífonos en caso de que te aburras de escuchar hablar por tanto tiempo a esos aburridos hombres estirados...

— Muchas gracias Doña Minerva — Le agradecí apurada, interrumpiéndola en el proceso. — La veré dentro de unas horas — Añadí con pesar; sintiéndome mal al cortar nuestra conversación abruptamente.

— ¡Con cuidado, cariño! — Fue lo último que me escuché antes de salir corriendo por los pasillos.

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Diez minutos de retraso.

Al llegar me esperaban siete Mercedes Benz estacionados en fila india en la entrada del castillo. Todos el personal se encontraba recargado en los carros; incluso los choferes se estaban afuera de los carros.

Bajé los escalones de la entrada lo más rápido que pude, tropezando en el último. Un escolta a mi lado reaccionó rápido y me sujetó firmemente del brazo, evitando mi caída.

Lamentablemente no evitó la vergüenza que vino después.

Todas las miradas estaban sobre mi, o más bien, sobre nosotros. Andrés sostenía firmemente mi brazo; asegurándose que no cayera al suelo. Pese a que me sujetaba con fuerza, su tacto era delicado.

De inmediato mi padre se acercó apresurado, dedicándola una sonrisa incómoda a Andrés cuando se situó frente a nosotros. Carraspeo incómodo al notar como ninguno de los dos nos habíamos movido de nuestros lugares. Tardé unos segundos en entender a lo que se refería y me solté del agarre de Andrés, como si quemara.

Mi padre me ofreció su mano, la cual acepté gustosa, y procedió a guiarme hacia el quinto carro estacionado. Las personas a nuestro alrededor hacían una reverencia cortés al vernos pasar.

Durante nuestro corto trayecto mi padre me dedicó una mirada severa, pese a no estar enojado — Es de mala educación hacer esperar a las personas por tanto tiempo — dijo casi en un susurro.

— Perdón — Contesté casi en un susurro, demasiado apenada como para mirarlo a los ojos. — Les debo a todos una disculpa.

— Invítanos el almuerzo y nadie se acordará de esto — Sentí una oleada de alivio cuando escuché a mi padre bromear; simplemente asentí a su sugerencia.

El chofer, un amigo de mi padre que conozco desde que tengo uso de razón, abrió la puerta del auto, dejándome pasar primero.

Durante unos segundos los nervios regresaron al recordar que no volvería a viajar acompañada de mi padre, pero aquella sensación no duró mucho tiempo al ver como el, seguido de tres escoltas, entre ellos Andrés, entraban al carro.

Papá se sentó frente a mí. El primer escolta, uno de los nuevos reclutas, le tocó ir de copiloto. Andrés se sentó al lado de mi padre y Don Ulises, un escolta que llevaba años con nosotros, tomó asiento cerca mío.

Instintivamente me aseguré que mi padre se haya puesto el cinturón.

— Carlitos será mejor que arranques, no queremos que nos agarre el tráfico — Ulises dice divertido. Escucho como Carlos y mi padre ríen.

Corona De Espinas: La HerederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora