V

0 0 0
                                    

Jardín botánico
Palacio Nacional
CDMX
2021

Por suerte el trayecto fue rápido.

Siempre podía contar con la habilidad que Beto tenía para hacer todo más ameno.

Roberto, desde que tenía uso de razón, siempre fue más tranquilo en comparación a Ulises y Carlos.

Papá me contó sobre lo calmado que podía llegar a ser durante sus primeros años como escolta, al menos hasta que se adaptó a la dinámica explosiva y extrovertida que tenían mi padre, Ulises y Carlos.

Me preguntaba si lo mismo pasaría con Andrés.

No lo culpaba. Por lo que había escuchado él no tenía tanta experiencia como escolta.

Tal parece que Andrés había sido recomendación de Carlos y, gracias a la confianza que mis padres le tenían, lo aceptaron sin dudar.

Después de cinco minutos llegamos.

Mi primer pensamiento fue que mi madre había hecho un gran trabajo cuidando del jardín.

Los cactus espinosos lucían un precioso color verde, el cual combinaba con los colores de los árboles y las demás flores exóticas.

Las orquídeas, al ser la flor favorita de mi madre, tenían un trato y protagonismo único.

Cada flor plantada en el jardín representaba cada estado. Desde el maguey, pasando por el mezcal, cactus, nopales y en medio, robándose el protagonismo de todos, hermosas dalias de diferentes colores.

La flor nacional.

Pese a la variedad de plantas en el jardín, el paisaje es ordenado y lleno de vida.

Me encontraba tan absorta contemplando las flores, que no noté que estuviera sucediendo nada extraño detrás mío.

Al menos hasta que escuché un estruendo.

— ¡No te muevas!

Volteé asustada, esperando encontrarme con cualquier cosa, menos lo que ocurría frente a mi.

Por alguna razón Andrés yacía en el suelo sobre algo.

No, sobre alguien.

Andrés inmovilizó al intruso sujetándole ambos brazos: impidiendo que se levantara o incluso se llegara a mover.

Lo primero que pude divisar fue una cabellera rubia con abundantes rizos que impedían ver bien su cara. El dueño de aquellos rizos no dejaba de gritar mi nombre.

Oh no.

— ¡Sáenz! ¡Suéltalo! — escuché gritar a Roberto.

Fue entonces cuando reaccioné.

— ¡Deténganse!

En un abrir y cerrar de ojos ambos se habían separado; sin necesidad de intervención por parte de Beto.

— ¡Pará! ¿Qué te pasa? — aquél acento era completamente inconfundible; incluso de espaldas lo hubiera reconocido.

— Disculpe, pero lo que hizo fue muy imprudente. Además, desconozco quién es usted.

— ¡Oh! entonces perdón por no llegar con un heraldo — se defendió con un tono sarcástico; característico de él.

A Andrés no le hizo gracia.

— Sáenz, el joven Gasperín es el prometido de la princesa — aquello sonó más serio de lo que debería.

— Creo que mis disculpas no bastarán — Habló avergonzado.

Corona De Espinas: La HerederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora