Capítulo 31: Mi guerrero

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Fue bajando la velocidad poco a poco en la medida que nos íbamos acercando a mi casa. El corazón se me salía del pecho de tanto latir.
-¿Te gustó?
Me preguntó cuando me bajé de la moto.
-Sí mucho, pero recuerdame no  dejar que Vero se busque un novio con moto por favor.
-Jajaja sí, es mejor que no.
Entramos a la casa y por suerte todo estaba bastante recogido. Le dije que me esperara en la sala mientras echaba un par de cosas en un bolso: unos vestidos, la trusa, bloqueador solar, chancletas. Creo que no iba a necesitar mucho más, sabía que más de la mitad del fin me la iba a pasar sin ropa.
Le mostré la casa a César y le fui explicando lo que habíamos hecho.
-¿Aquí había una barbacoa entonces?
Me preguntó sin poder creer en lo que le decía.
-Sí, aquí mismo donde estás parado.
-Oye les ha quedado muy bueno todo, y la cocina espectacular.
-Es mi espacio favorito. Bueno, ¿nos vamos?
-Andando que no veo la hora de llegar y quitarme esta ropa.
Yo, sinceramente, tampoco podía esperar a que se la quitara.
El viaje era bastante largo de mi casa a Cojímar y creo que hasta me dormí en algún que otro tramo.
Llegamos y todo estaba tal y como lo recordaba, cada cosa en su sitio.
Me gustaba su casa, era como él y olía a él.
-¿Quieres darte un baño?
-Sí por favor, estoy hecha polvo.
-Me imagino, después de todas las acrobacias que hiciste en la barra.
-Jaja sí, me emocioné.
-Ahí te puse la toalla, ve adelantando que yo voy ahora para allá.
Yo sabía lo que significaba eso. No iba a ser un baño tranquilo y en solitario y en un segundo se me olvidaron el cansancio y los deseos de dormir. Como una flecha me metí en el baño y me quité el uniforme, me di una ducha fugaz para estar lista cuando él entrara. No habían pasado ni cinco minutos y allí estaba César, desnudo y solo para mí.
Entró a la ducha llenado todo el espacio con su presencia, comenzó a besarme despacio mientras el agua corría por su cuerpo y el mío; mis manos se deslizaron por su piel trazando líneas como si estuviese marcando mi camino en un mapa. Nos miramos a los ojos y sonreímos, conscientes de que estábamos en el lugar correcto y en el momento adecuado.
César me abrazó con fuerza y al mismo tiempo me besaba con más suavidad, tomando mis manos y disfrutando del contacto de su piel con la mía.
Me sentía tan cerca de él que nada más importaba, esa ducha era un santuario, un lugar secreto donde podía ser yo misma y entregarme a él sin reservas.
Creo que nunca en mi vida había dormido tan a gusto como esa noche en los brazos de César, mi cuerpo desnudo pegado al suyo, la piel de su pecho contra mi espalda y sus brazos fuertes rodeando mi cintura.
En esa misma posición nos encontró el amanecer.
Yo me desperté primero y mi primera reacción fue tratar de apartarme pero luego me percaté de donde estaba y me relajé.
Sentí su voz en mi cuello.
-Buenos días amor.
Sonreí pensando que se le había pasado la hora de su ejercicio matutino.
-Buenos días. ¿Cómo dormiste?
-Mejor que nunca en mi vida. ¿Y tú?
-Bueno, no me puedo quejar.
-Así que no te puedes quejar ¿Eh?
Me dice mientras sus manos comenzaron un baile de cosquillas por todo mi cuerpo.
-Está bien, ganaste. Dormí bien, de maravilla.
-Esa es la respuesta que yo quería.
Me viré de frente a él y lo besé. Siempre fui renuente a las demostraciones de afecto matutinas y las veía en las películas como algo que no era real. ¿Cómo se iban a besar dos personas acabadas de despertar? ¿Acaso no olían a nada? Era lo que me venía a la mente cuando veía esas escenas.
Yo besé a César y se me olvidó hasta el día de la semana que era, él me devolvió el beso con la misma intensidad y bajo sus manos que estaban en mi cintura, hasta la zona de no retorno.
Cuando alguien te desea completa, no hay peros que valga.
Desayunamos y la playa iba a tener que ser para más tarde. César tenía que ir a una demostración de Karate en un Dojo de unas amistades.
-Pero ponte la trusa debajo que de ahí nos vamos directo para la playa.
Entré al cuarto  y sentí curiosidad por el bikini que me había regalado.
Lo tomé en las manos y realmente era hermoso, César tenía un gusto exquisito.
Era tan atrevido, tan provocativo, que me sentía expuesta solo de contemplarlo. ¿Cómo podría atreverme a ponerme algo así?
Mis dedos acariciaron la tela suave, sintiendo la textura sedosa bajo mis yemas mientras luchaba con mis propios miedos e inseguridades.
La curiosidad pudo conmigo y me lo probé.
Me deslicé en el bikini con un tembloroso suspiro, sintiendo la tela suave acariciar mi piel y abrazar mis curvas con ternura.
Me quedaba como un guante, perfecto, solo estropeado por el crucigrama que tenía alrededor del ombligo. No sé a quién quería engañar, yo no me iba a poner aquel bikini ni en un millón de años.
En medio de mi tormenta interna, sus golpecitos suaves resonaron en la puerta del cuarto.
-¿Puedo entrar?
Preguntó como si fuera el cuarto de otra persona y no el suyo propio.
Me puse el pullover por encima del bikini y le dije que pasara.
Sus ojos me recorrieron con admiración, como si estuviera viendo a la mujer más hermosa del mundo, y de repente me sentí un poco más valiente.
-César, Creo que este bikini es demasiado.
Murmuré desviando la mirada hacia el espejo.
Él se acercó lentamente, sus pasos apenas audibles sobre el suelo de baldosas. Extendió una mano para levantar mi mentón, obligándome a enfrentar su mirada reconfortante.
-Tú eres demasiado Isa. Te ves increíble con lo que sea, con uniforme, con ese pullover blanco. ¿Y sabes por qué? Porque eres tú, no importa lo que lleves puesto.
Una sonrisa tímida se extendió por mis labios, sus palabras eran como un bálsamo para mi alma, disipando mis dudas y alimentando mi confianza como vitamina.
Con un suspiro de determinación, decidí dar un paso adelante, dejando atrás mis inseguridades y abrazando la oportunidad de sentirme bella y segura en mi propia piel.
Me saqué el pullover lentamente, dejando al descubierto aquella maraña de flores tejidas sobre mi blanca piel.
César me miró de arriba a abajo.
-Eres hermosa, y ese bikini te queda perfecto. Demasiado perfecto mirándote bien, creo que se me fue la mano con la parte de abajo. Es más, tú tienes razón, mejor te pones la trusa enteriza o mejor todavía, tengo un abrigo de cuello de tortuga ahí que te va a quedar pintado.

Nos echamos a reír y caí en sus brazos.
Me dejé el bikini y me puse encima un vestido para ir a la presentación. Siempre guardé la trusa en la cartera por si se la emoción me bajaba tener un plan B.
-Isa, quiero presentarte a mi papá, pero presentarte bien.
Yo entendía lo que él quería y no pensaba poner ningún obstáculo.
-Por mí no hay problemas.
-Ven.
Me agarró la mano y salió de la casa a toda velocidad como si yo fuera a cambiar de opinión.
-Pipo.
El padre estaba en el portal de abajo leyendo el periódico.
-Dime mijo.
-Mira papá, está es Isa. Mi novia.
-Coño, al fin. Menos mal una novia por aquí. Bienvenida mija, bienvenida.
Me sentí halagada por aquel recibimiento sincero y lleno de cariño.
Lo besé en las mejillas y noté su parecido con César. Los mismos ojos y la misma estatura, lo que llevaba mucho dolor en la mirada.
-¿Se van a quedar a almorzar?
Nos preguntó.
-No pipo, ya vamos de salida pero venimos por la noche. No te preocupes, yo te llamo.
-Cuidense por ahí y jovencita, aquí tiene su casa.
-Muchas gracias de verdad. Nos vemos.
La presentación era en la Habana Vieja, cerca de la casa de la cerveza y yo estaba entusiasmada con la idea de ver a César en plena acción.
Llegamos y me ubiqué cerca de donde se iban a presentar para verlo bien y no perderme detalles.
A los quince minutos salieron todos a saludar al público y a saludarse entre ellos inclinando el tronco levemente.
César estaba impactante con su kimono blanco y yo solo podía pensar en todo lo que había dejado de aquella ropa.
La luz del sol filtrándose a través de los ventanales del dojo pintaba un patrón de sombras y destellos sobre el tatami. Respiré profundamente, sintiendo el aire fresco de la mañana  llenar mis pulmones mientras observaba a César prepararse para su demostración.
Su figura estaba envuelta en un aura de determinación y gracia, una mezcla hipnótica que me dejaba sin aliento.
Con gracia felina, él se movía entre los rayos de luz, su cuerpo una extensión fluida de su espíritu indomable.
Con cada movimiento, sus músculos se tensaban y relajaban en una danza armónica, una sinfonía de fuerza y control. Cada patada y puñetazo era ejecutado con una precisión milimétrica, como si fuera capaz de cortar el aire con la misma facilidad con la que uno traza un dibujo en el lienzo. Su concentración era palpable, su mente completamente inmersa en el arte marcial que había elegido como su pasión.
Me encontraba absorta, observando cada detalle de su actuación con ojos ansiosos, como si cada movimiento revelara un nuevo matiz de su ser.
Cada vez que su mirada se cruzaba con la mía, sentía una oleada de calor recorrer mi cuerpo, un vínculo invisible que nos unía en ese momento de conexión pura y sin adulterar.
Y entonces, en un destello de movimiento, su mano se elevó en un golpe final, cortando el aire con una elegancia letal antes de detenerse en un gesto de paz y respeto.
El silencio llenó el espacio, roto solo por el eco de mi respiración entrecortada y el latido apasionado de mi corazón.

Estaba enamorada de aquel hombre, de su versión humana, de su lado dulce, de su carácter fuerte y tierno al mismo tiempo y de aquella fiera que le salía del pecho cuando se vestía de blanco.












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