Capítulo 38: Capitulaciones

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Ese domingo estábamos todos en casa, mi mamá no trabajaba y César estaba de visita. Yo le había dicho que el padre de Vero venía, que necesitaba hablar con él y ajustar algunas cosas.
A César le hervía la sangre dentro de las venas, pero sabía que era algo que yo necesitaba hacer. Estar allí cerca y vigilante, lo tranquilizaba y en el fondo a mí también me daba más seguridad que él estuviese al alcance de mi mano. Ya no quería ningún otro altercado con ese personaje.
Llegó al mediodía y lo recibió mi mamá. Cesar había ido a buscar unas pizzas para almorzar algo diferente.
-Buenas Elena ¿Cómo estás?
-Todo bien pasa.
-Vero, ven a ver a tu papá.
Mi mamá llamó a la niña que estaba dándole de comer a Señor Pony. Fue despacio con el caballo apretado al pecho, se le acercó vacilante, pensando para poner un pie delante del otro.
-Vero, saluda a tu papá.
Le dijo mi mamá mientras él estaba sentado en el sofá mirando a Vero con ojos diferentes.
Yo estaba en la cocina viendo la escena de lejos y sentí algo de lástima por él. No lo podía evitar, era mi personalidad, yo era así y no iba a cambiar por mucha mierda que me lanzaran encima.
-Hola mi vida.
Él la saludó y ella como si nada, mirando al piso como si estuviese contando las losas.
-¿Y ese caballo tan lindo?
-Me lo regaló el muchacho.
-Ya.
Esas palaras de Vero le atravesaron el pecho como un puñal.
-¿Le vas a dar un beso a papá?
Ella lo miró indecisa.
-Después.
Le dijo y se lanzó a correr para el patio a continuar con sus juegos.
Yo salí de la cocina y nada más que me vio se levantó del sofá.
-Hola Isa.
-Hola.
Me miró con una mezcla de vergüenza, dolor y nostalgia.
-Yo…. ¿Podemos hablar un momento?
Mi mamá había salido para el patio con Vero así que estábamos solos en la sala.
-Te escucho.
Le dije, sabiendo que yo tenía muy poco que aportar a aquella conversación.
-No sé ni por dónde empezar.
Me dijo.
-Casi siempre ayuda empezar por el principio ¿no crees?
-Ay Isa, si yo empiezo por el principio me tiro delante del primer carro que pase, por comemierda.
Tenía un nudo en la garganta que se le sentía en el sonido de su voz. Ya no había prepotencia en ella, ni desprecio, ni superioridad. Ante mí había un hombre derrotado.
-No tienes idea de lo que ha sido mi vida todos estos meses. Yo, no sé ni qué me pasó, me deslumbré Isa, me dejé llevar y me nublé la vista con todo lo que tenía delante de mí y que nunca había visto. En ese momento yo no pensaba con claridad, no sabía valorar lo que tenía, me sentía el rey del mundo con todo lo que había soñado a mis pies. Al principio disfruté lo nuevo, lo lindo la buena vida, pero cada vez que abría los ojos por la mañana, extrañaba tu cara frente a mí, tus ojos, tu sonrisa. Todo me recordaba a ti, cada calle, un libro, una película. ¡Qué clase de comemierda yo soy! Tú eres el amor de mi vida y te dejé ir. Por eso te buscaba una y otra vez porque necesitaba verte, olerte, pero todavía no entendía que lo demás era secundario y que tú eras el centro de todo. Me recuperaba cuando te veía y regresaba a la comodidad de mi vida, hasta que me volvía a faltar el aire. Era un círculo vicioso del que no lograba salir. Te lo juro que a veces yo quería venir y pedirte disculpas de rodillas, pero eran tantas las patas que había metido que ya no sabía cómo desandar ese camino, los problemas con tu mamá, contigo, sentía que era demasiado y el orgullo no me dejaba pensar con claridad. El maldito orgullo Isa, me llevó a perderte.

Yo sabía que estaba siendo sincero, porque a pesar de que no iba a conseguir nada con sus palabras, las estaba soltando, como un grano que revienta después de mucho tiempo acumulando pus. Ese era el primer paso para sanar. Traté de interrumpirlo, pero no me dejó.
-Déjame terminar por favor, que si no creo que esto que llevo por dentro nunca va a salir.
Me dijo.
-Verte ese día con otro me mató. Yo sabía que algún día iba a pasar pero ¡lo que yo sentí!, no estaba preparado para eso. Ese día bebí como nunca en mi vida Isa, quise ahogar en el alcohol los pensamientos que tenía en mi cabeza, cada vez que te imaginaba en brazos de él, rompía algo, me dolía adentro ¿Sabes?, en los huesos.
Yo podía imaginarlo perfectamente porque lo había sentido. Un dolor intenso que te traspasa la vida. Lo sentí varias veces y todas por su culpa.
No pude más y comencé a hablar. Primero las palabras salieron despacio, lentamente pero después eran como un torrente, un río desbordado rompiendo diques y arrasando con todo a su paso.
-Lo más triste de todo esto ¿Sabes lo que es? Que yo te quise de verdad. Te entregué mi vida entera y la tiraste a la mierda. Y te lo digo ahora porque de esto no vamos a hablar más nunca en esta vida. Me dejaste sola en el momento que más te necesitaba, cuando más vulnerable era. Me dejaste sola. Tú no quisiste esperar por mí, no me diste tiempo a recuperarme, a encontrar de nuevo la mujer que yo era dentro de la madre en la que me había convertido. ¿Sabes lo más triste de todo? Que pensé que toda la vida iba a ser así, llena de pañales sucios y ojeras. Pero no, comprendí que todo pasa, que los niños crecen y que el tiempo regresa. Me di cuenta que iba a volver a ser la mujer hermosa que yo era, pero tú, no me quisiste esperar. Aún así, no te bastó y me humillaste y lo peor era que lo disfrutabas.
-No Isa no fue así…
-Sí fue así o al menos así lo recuerdo yo que es lo mismo. Yo no me merecía eso y mucho menos de ti. Me culpaste por cosas que no eran mi culpa, en una etapa donde yo no podía con todo sola, donde necesitaba ayuda, en la que cualquier mujer la necesita, hasta la más capaz. Y tú……te fuiste. Yo hubiese dejado todo por ti, hice los mayores papelazos de mi vida por ti, los cuales te encargaste de restregarme en la cara. No pienses que cualquiera va a dejar todo por ti, que todo el mundo se entrega, así como así. Pero ¿sabes para qué me sirvió eso? Para hoy no tener arrepentimientos de nada, yo hice todo, lo intenté todo y no alcanzó. Me tragué mi orgullo y luché por ti, pero no fue suficiente, tú querías más de lo que yo tenía para dar. Y te agradezco, porque gracias a todo ese dolor que pude soltar, pude recomenzar mi vida. Preferiste brincarte toda esa etapa y ¿ahora quieres volver cuando ya todo está arreglado? Nooo, ya no se puede. Ya es tarde.

Me miró y dos lágrimas cayeron de sus ojos. Sin intenciones de hacer leña del árbol caído, continué mi catarsis. Necesitaba sacar de mi pecho todos los reproches que llevaran su nombre.
-¿Y sabes lo que más me duele? Como te desentendiste de tu hija. Mira yo sé que tú no querías ser padre tan pronto y ahí fallé yo al forzarte a asumir algo para lo que no estabas preparado.
-Isa no digas eso….
-No me interrumpas por favor, lo digo porque fue así. Tú fuiste sincero y yo te presioné, con mi silencio, pero te presioné y tú trataste de asumir algo para lo que no estabas listo. ¿Pero después qué? Cuando ya Vero estaba afuera y tú eras un tío lejano. Después te fuiste y te olvidaste de ella también. Era más importante tu vida que venir a verla. De verdad te digo que eso es de las cosas que más me duelen, que ella no te vea y se mande a correr a tus brazos. Porque si supieras lo sencillo que es lograr eso, te quedarías asombradísimo. Es solo cuestión de ser constante.
Él no había levantado la vista del piso, estaba consumido en su propia culpa. Al final abrió la boca y lo que salió fue un murmullo.
-Yo sé que no tiene perdón lo que te hice, ni cómo te traté después. Yo lo sé Isa y desde ahora te prometo que nunca más me voy a equivocar contigo. Me tenía merecido el piñazo que me diste. Ese golpe me hizo reaccionar ¿Sabes? Me removió la cabeza y comprendí que ya no eras la misma. Tú no te equivocaste conmigo, aquí el equivocado fui yo, el que perdió fui yo y voy a tener que vivir con eso lo que me quede de vida. El tiempo con Vero lo voy a recuperar,  vas a ver y cada día de mi vida me voy a esforzar para que ella corra a mis brazos. Yo sé que nada de lo que yo haga va a lograr que tú me veas como antes, pero con que me mires sin desprecio me basta. Tú pareces otra persona Isa, otra mujer y sé que esta mujer que yo tengo frente a mí, me queda demasiado grande.
Sus palabras me tocaron hondo, aquel hombre y yo teníamos una historia inmensa, tan grande como una hija de carne y hueso. Ya yo no estaba enamorada de él y ese día me quedó clarísimo, pero me conmoví al ver sus sentimientos a flor de piel. Hacía tiempo no lo veía actuar como un ser humano y recordé al muchacho que, en otra vida, me había hecho feliz.
Parecían siglos los que habían pasado entre él y yo, éramos un recuerdo desgastado de otra época, como una película silente en blanco y negro.
Ya yo no lograba ponerme en la piel de aquella muchacha que solo tenía amor en la mirada para él, que respiraba su aire y que veía por sus ojos. Me parecía una desconocida, una extraña a la que no lograba entender; una versión de mí que se perdió en sus brazos y que se le olvidó que existía por cuenta propia.
Lo miré y sonreí, ya no revoloteaban mariposas en mi estómago ni se me paraba el corazón, tampoco sentía odio por él.
-¿Sabes qué?
Le dije.
-Vamos a tratar de empezar de cero. Por Vero.
Él me miró y el alma le volvió al cuerpo.
-Al final la vida tiene que continuar, no tiene sentido seguir en esta guerra.
Le dije.
-Isa.
-Dime.
-¿Existe la más mínima posibilidad, por diminuta que sea, que mañana, el año que viene o de aquí a 10 años yo te pueda recuperar?
Escuchamos la puerta de la calle abrirse y vimos a César entrar con las cajas de pizza en la mano.
El corazón me dio un vuelco cuando lo vi sonreír. Nunca en mi vida había estado tan clara de algo:
-No, Iván, no hay ninguna posibilidad, tú yo vamos a ser los padres de Vero toda la vida, pero nada más.
Me levanté y salí al portal a ver a César.
Cuando Vero lo sintió llegar, se desprendió a correr desde el patio como una loca. Iván se quedó paralizado en el sofá sin saber qué hacer o qué decir.
Cesar entró con las pizzas y con Vero enganchada en la espalda, ella pensaba que él era un oso panda de verdad.
Intercambiaron miradas, pero nadie daba el primer paso. Yo observé a Cesar temiendo que se soltara la fiera, pero increíblemente Iván caminó hacia él y le dio la mano.
Así se quedaron sin decir una palabra, pero gritándose de todo con los ojos.
Los de César decían algo así como: “Si te vuelves a hacer el gracioso te reviento” y los de Iván: “Me equivoqué, pero quiero cambiar”. Después de lo que me pareció una eternidad, Iván anunció que se iba.
En la puerta, lo vi girar la cabeza para ver aquella escena de la cual él no formaba parte: tres personas felices, sonriendo a la vida.

A solas con el alma Donde viven las historias. Descúbrelo ahora