Capítulo 30: La barra

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Para animar las noches muertas, Guille y yo repartíamos rondas de chupitos gratis, por supuesto de un tequila baratillo. Nos subíamos encima de la barra y hacíamos nuestro show personal.
Con el paso del tiempo, aquello agarró popularidad y la gente esperaban la hora del free chupito.
Ese fue el caso de aquel jueves, 11 en punto de la noche todo el bar empezó a corear a la vez: Chupito, chupito, chupito.
-Guille, ese es nuestro llamado.
Le dije para que se fuera preparando y sacara las botellas.
-Dios mío y como tengo yo la columna.
-Dale niño, no seas anciano.
-Oye como se nota que tú estás engrasadita.
-Jajaja si supieras que me duele la vida y más.
-Voy a tener que hablar con Karate Kids para que no te maltrate de esa manera.
-Aquí entre nosotros, déjalo que me rompa en mil pedazos.
-Ay mira como anda ella. ¡Qué va! yo voy a tener una conversación con César a ver que te dio él.
-Dale vamos.
Nos subimos en la barra y empezamos a repartir tequila de la botella misma.
Cesar estaba a menos de un metro de mí, con todo el cuerpo tenso en señal de alerta. Se parecía a mí cuando llevaba a Vero al inflable, que me ponía como una loca dando más brincos que ella en la parte de afuera de los aparatos.
El DJ puso "No más mentiras" de Jacob Forever y todo el mundo enloqueció adentro de aquellas paredes, las mujeres empezaron a cantar como si cada una de ellas tuviera su propia historia detrás de aquel tema. Guille se olvidó del dolor de la columna y estaba dando lo mejor de él encima de aquella barra.
-Dale Isa, que tú no estás para maltratar al corazón.
-Que el tiempo que se va pa´atrás no vira.
Le respondí al ritmo de la música.
César no entendía nada de nada, miraba a Guille y después me miraba a mí, primero nervioso, pero poco a poco empezó a disfrutar el momento. Era la primera vez que me veía en aquella faceta y cuando el deseo cruzó por sus ojos, me enfoqué solo en él y se me olvidó que tenía a mis pies a todo el bar. Bailé para César encima de la barra, yo estaba en mi propia película y no escuchaba la gente alborotada pidiendo más tequila, solo lo veía a él y a la mirada de sádico que me estaba lanzando. ¡Qué manera de gustarme César vida mía!
“Dice que al pasado ya no lo echa de menos, cogió la calle y ahora no tiene frenos y pa´atrás no vuelve  más”
Estaba yo cantando la canción y en mi espectáculo unipersonal cuando lo veo a Él abrir la cortina negra que aislaba la música de adentro y pasar la puerta de doble hoja.
Casi le cierra el cristal en la cara a GinWoman cuando me vio subida arriba de aquella barra, se paralizó con la vista puesta en mí y en la cintura que yo estaba dando.
¿Quién era esa mujer que Él no conocía? ¿Dónde había quedado la Isa tímida y complejista que él había abandonado? ¿Quién era aquella que estaba bailando libre como el viento, como si nadie la estuviese mirando?
Mi vista pasó por encima suyo como si no existiera, como si fuera parte de la decoración de aquel lugar. Un objeto más del mobiliario.
Se acabó la canción y César me ayudó a bajar de la barra, cuando iba a seguir trabajando, me agarró una mano y me detuvo. En el oído, bien bajito me dijo:
-Me has puesto de cabeza Isa. ¿Dónde tú estabas metida eh?
Lo miré y sin importar la gente o lo que pudieran decir lo besé.
-Yo no estaba, no existía César. Tú me trajiste de vuelta.
Le solté la mano y lo dejé allí, en el medio de la gente, mirándome extasiado.
-Uff hoy estuvo animadito esto.
Le dije a Guille secándome el sudor del rostro.
-Animadísimo y tú has dado tremendo show, hoy vamos a tener buenas propinas.
Le cambió de pronto la expresión del rostro y con un gesto de la cabeza me indicó que me buscaban.
Allí estaban ellos dos, ya sentados en la barra y listos para pedir.
GinWoman sabía quién yo era, se lo podía ver en la mirada y todavía no comprendía como se prestaba para aquello con tantos bares que habían en La Habana.
-Buenas noches qué desean.
Los saludé con toda la cordialidad del mundo.
-¿Cómo estás Isa? ¿Y Vero?
¿En serio? ¿Ahora sí me conocía? Me dieron deseos de soltar una carcajada, pero no era el momento ni el lugar.
-Muy bien.
Le dije empalagosa.
-Mira, esta es Mary, mi pareja.
Clarooo, ya comprendía todo, acción-reacción. Pobrecito, Él también tenía que hacer sus presentaciones.
Sin perder la cordialidad, le ofrecí mi mano a GinWoman.
-Mucho gusto corazón, Isabel.
Ella se quedó de piedra, evidentemente no se esperaba esa reacción de mi parte.
-Mary, mucho gusto.
Les sonreí a ambos y continué con mi trabajo.
Cuando llegué a la altura de Guille, me dijo:
-Oye, que bien, quien te vio y quien te ve. ¿Dónde está la Isa que se escondió en el almacén la última vez que esos dos estuvieron aquí?
-Ay Guille, muerta y enterrada.
-Esoooo. Bravo por ti.
La noche continuó y a pesar de tener sus ojos clavados en mí, no me distraje en lo más mínimo. Yo estaba enfocada en otros planes, playa, bikini y baile para mi karateca.
Se fueron cerca de las dos de la mañana, con las piernas entumidas de no pararse en ningún momento de la banqueta. No me quedó más remedio que darle la razón a mi mamá, algo había cambiado con Él.
Agradecí el golpe de aire que me dio en la cara cuando salí del bar, estaba muerta de cansancio. Como por arte de magia todo eso se me olvidó cuando vi a César arriba de aquella moto, la perfección echa hombre, testosterona de los pies a la cabeza.
Me puse el casco y me subí detrás de él.
-Esa versión tuya no la conocía.
Me dijo en el primer semáforo que agarramos.
-Tranquilo, que yo tampoco la había visto nunca.
-Bueno ya que estamos de confesiones, te voy a enseñar una mía que tampoco has visto.
-Mmm, eso me suena a peligro.
Arrancó la moto y lo noté más emocionado que de costumbre. Cuando llegamos a la calle 23 no había un alma. Cuatro de la mañana de un viernes, los semáforos parpadeaban con la amarilla y la calle parecía un desierto.
-Aguántate.
-¿Qué? ¿Para qué?
-Aguántate.
Me repitió y lo sentí acelerar en el lugar.
-César deja la locura, mira que eso sí me da miedo. No, no estoy jugando, con eso no juego.
César volteó la cara y se subió la visera del casco.
-¿Tú confías en mí?
Me preguntó y a pesar de todas las alarmas que tenía sonando en mi interior, ya la expectativa se había disparado a mil. Sus ojos me transmitían toda la seguridad del mundo, la que yo nunca había tenido.
-Sí César, confío.
Se bajó la visera y puso la vista hacia adelante volviendo a acelerar.
-Entonces aguántate.
Salimos disparados como si nos hubiesen lanzado con propulsores de cohete espacial.
-Ayyyyyyy.
Fue lo único que pude decir y él reía sin perder el control de la moto. Aquello era lo más parecido a volar que yo había experimentado. Me alteró cada nervio del cuerpo, despertando la adrenalina que no era consciente que tenía por dentro.

A solas con el alma Donde viven las historias. Descúbrelo ahora