Capítulo 24: La ducha

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Un rayo de luz se coló entre las persianas y abrí los ojos lentamente.
¿Qué hora serían? Dios, me dolía cada centímetro del cuerpo como si hubiese corrido una maratón.
No sé si era debido a las artes marciales, pero César controlaba su mente por completo y hacía con su cuerpo su voluntad. Había escuchado hablar del sexo tántrico en algún momento y lo que había sucedido en aquel colchón se le asemejaba bastante.
Nunca en mi vida había experimentado algo como aquello. Para mí el sexo habido sido una actividad que se empezaba y se terminaba después de cumplido el objetivo.
Pero Dios Santo, la noche de anoche no parecía tener final. Tenía las piernas acalambradas y los muslos adoloridos pero la mente relajadísima.
Busqué a César con la mirada, pero no estaba en la habitación. Me levanté de la cama como pude y me puse el mismo pullover blanco que ayer me estorbaba. Poner un pie delante de otro era una tarea titánica.
Fui al baño, me organicé un poco el pelo y me lavé la cara. Revisé el celular, 7 de la mañana. Llamé a la casa y todo estaba en orden, Vero estaba casi lista para el círculo.
Cuando llegué a la sala no podía dar crédito a lo que veían mis ojos. Ahí estaba César, haciendo planchas como si nada. Era todo un espectáculo verlo la verdad, se elevaba del piso ligero como si fuera una pluma y ya me constaba que no lo era.  
Cuando sintió mi presencia, una sonrisa de oreja a oreja le iluminó el rostro.
-Buen día mujer bella, hermosa, diosa del Olimpo.
-Uyyy ¿Te despertaste poeta?
-No qué va, me desperté feliz. Me has dado la mejor noche de mi vida.
Bueno ya veía que no había sido la única.
-No quise despertarte porque estabas acurrucada como una niña chiquita. Pensé que ibas a dormir un poco más. Yo si no puedo estar en la cama después de las seis, me tengo que levantar a hacer ejercicios.
-¿Tú haces esto todos los días? Los ejercicios digo.
Le aclaré al ver la mirada burlona en su rostro.
-Ah Jaja sí, es mi forma de arrancar el día. Ojalá pudiese repetir todos los días lo de anoche. Aunque se me ocurre una mejor manera de terminar mi rutina mañanera.
Se me acercó demasiado y me besó el cuello. Era evidente lo que quería.
-Pensándolo bien, no me vendría nada mal hacer un poco de cardio.
Me dijo mientras continúa besándome.
-César estoy destruida, me duele todo.
-Eso se te quita con un buen masaje.
-Me gusta esa idea, pero primero necesito darme un baño.
-Mmmmm, esa también es una buena idea.
Evidentemente a cualquier cosa que yo dijera, él le iba a dar el mismo sentido. Me gustaba César y me gustaba gustarle.
-Ven para darte una toalla limpia.
Adentro del clóset reinaba el mismo orden que en el resto de la casa.
Me metí en la ducha y sentir el agua caliente en mi piel fue una bendición, tenía la temperatura perfecta para liberar la tensión que tenía en los músculos. Sonreí al revisar mentalmente las escenas de la noche, me había aventurado a acrobacias que nunca en mi vida me había atrevido a hacer.
De repente, sentí  la cortina del baño abrirse y allí estaba César, desnudo y frente a mí.
- ¿Qué haces?
-Te dije que te iba a dar un masaje.
- ¿Aquí?
-Sí aquí.
Entró en la ducha conmigo y al no ser muy espaciosa quedamos justamente uno frente al otro.
Nuestros labios se encontraron en un beso apasionado, intenso lleno de deseo. Él me besó con fuerza y yo respondí con la misma intensidad, fuera de mí, mientras sus manos se deslizaban por todo mi cuerpo.
El calor del agua y su cuerpo me envolvían, haciéndome perder la noción del tiempo. La ducha se había transformado en otro espacio, uno lleno de placer y éxtasis en el que solo existíamos él y yo.
Sus manos se aferraron a mí cintura y me levantó para que pudiera envolver mis piernas alrededor de su cuerpo.
La ducha seguía cayendo sobre nosotros mientras nos movíamos juntos en un ritmo frenético. Cada vez que nuestras miradas se encontraban, el deseo se intensificaba y nuestros cuerpos se fundían en uno solo. La sensación del agua cayendo sobre mi piel mientras sentía a César dentro de mí, era indescriptible. Nuestros cuerpos estaban en perfecta sincronía mientras nos acercábamos al clímax.
Finalmente, llegamos juntos a un orgasmo explosivo, que nos dejó a ambos sin aliento mientras nos aferrábamos el uno al otro.
Nos quedamos allí por un momento, abrazados bajo el agua caliente, riendo y disfrutando de la cercanía del otro y sabiendo que ese momento quedaría grabado en nuestra memoria para siempre.
César me enjabonó completa, de arriba a abajo e iba frotando cada centímetro de mi cuerpo con maestría. Sentía mis articulaciones adoloridas, ceder ante aquel masaje reparador.
No tenía ningún deseo de abandonar aquella ducha, pero el tiempo iba corriendo y ese día teníamos trabajo.
-César, tengo que irme para la casa.
Me miró con cara de tristeza.
-No me mires así por favor.
-Es que no quiero que se acabe este momento.
-Yo tampoco César, pero tengo que hacer un millón de cosas antes de las cuatro de la tarde que recojo a la niña del círculo.
Suspiró resignado y me pasó la toalla.
-Pero al menos déjame prepararte algo de desayuno.
-Está bien.
Me percaté entonces del hambre que tenía, había gastado más calorías de las que tenía adentro y ya lo estaba notando.
Desayunamos y me vestí. Sabía que tenía que tener una conversación con César, pero no encontraba el momento adecuado. Finalmente, cuando se estaba peinando cerca de mí le dije:
-César lo que pasó anoche fue maravilloso, yo me sentí como nunca la verdad, gracias.
Me miró confundido.
-No tienes nada que agradecer, si alguien tiene que dar las gracias soy yo.
Me abrazó con ternura y me dio un beso en la nariz.
-Quieres decirme algo más, ¿verdad?
Me había leído la mente.
-César esto se tiene que quedar entre nosotros, trabajamos juntos y no quiero que las cosas se enreden.
- ¿Qué me quieres decir Isa? Háblame claro.
-No, eso. Que no quiero que en el trabajo se enteren y empiecen los comentarios.
-Ya.
- ¿Ya qué César?
-Nada, que vamos a jugar a las escondidas en el trabajo.
Sabía que no le resultaba cómodo lo que le estaba proponiendo, pero era lo que yo tenía para ofrecer. No estaba lista aún para una relación con nadie.
-Mira César, yo entiendo si tú no estás de acuerdo con esto. Pero es lo que puedo ofrecerte, de verdad, es más de lo que yo pensé que iba a poder decirte.
Él me miró y percibí el debate interno al que se sometía.
-Isa, anoche fue por mucho, la mejor noche de mi vida. Si esto, sea lo que sea, tiene que empezar despacio, yo me apunto. Tranquila que no te voy a presionar a nada. Te dije que entre nosotros iba a pasar lo que tú quisieras, y lo reitero. ¿Quieres andar de clandestina en el trabajo? No hay problema, ya te tocaré una nalga cuando nadie nos vea o te robaré un beso en el almacén.
En el fondo de mi alma, suspiré de tranquilidad con su respuesta. No quería tener una relación con César, al menos no tan pronto; pero estaba convencida de que deseaba repetir lo que había pasado en aquel colchón.
-Gracias César.
Le dije besando sus labios.
Cuando bajamos las escaleras había un señor barriendo el jardín y supuse que era su papá.
-Pipo buenos días.
-Eh buen día mijo, pensé que no estabas ahí. Es que anoche no te sentí llegar.
-Llegué tardísimo. Mira viejo esta es Isa.
-Buenos días ¿Cómo está?
Lo saludé muerta de la pena.
-Buenos días mija.
El padre se nos quedó mirando a ver si César iba a agregar algún otro detalle a mi presentación, pero al ver la tensión en el ambiente, se despidió y continuó limpiando el jardín.
De vuelta a casa, no podía creerme lo que acababa de vivir. ¿Cómo iba a ser trabajar con César toda la noche como si nada? ¿De qué manera iba a aguantar las ganas de besarlo y su mirada sobre mí insinuando mil cosas?
Sacudí las musarañas de la mente y me puse a adelantar las cosas en la casa, me quedaba poco tiempo para recoger a la niña y tenía millones de cosas por hacer para estar pensando en César.

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