CAPITULO 2

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JIMIN 

Siempre dije que yo era algo así como un tipo de imán que atraía la mala suerte casi todo el tiempo, pero ¿acaso estos no tenían un polo negativo y otro positivo?

No lo sé.

Mis piernas dolían por el gran esfuerzo que me encontraba haciendo al correr a toda velocidad por los pasillos del instituto. Estaba llegando más de veinte minutos tarde a la clase de literatura, que la impartía el profesor Hoffman, el mismo del año pasado que tenía conocimiento de mi falta de puntualidad.

Esto estaba yendo mal. Muy mal.

Respiré hondo cuando estuve frente a la puerta del salón de clases y me preparé mentalmente para tocarla y perder la dignidad una vez más, excusándome con el hombre por mi falta de responsabilidad. En menos de un minuto esta se abrió, dejándome ver a un hombre calvo que me miraba con el ceño fruncido a través de sus anteojos, con su cara notablemente irritada por mi mala costumbre de llegar casi siempre tarde a su clase.

Le di una sonrisa tímida, intentando ocultar debajo de ello la vergüenza que me comenzaba a invadir.

—Jimin —pronunció firme, intentando intimidarme con sus ojos sobre mí—. Así que, dígame, ¿cuál es su excusa esta ocasión?

—Me quedé dormido —confesé antes de que pudiese evitarlo.

Apreté mi mandíbula y me golpeé mentalmente por la estupidez que había dicho y, lamentablemente, ya no podía revertirlo. Tal vez no debí decir eso; tal vez debí mentir y no decir la verdad.

—Bien. —Me sonrió con sorna—. Espero que la próxima vez no se duerma.

Por un segundo pensé que me dejaría pasar, pero fui demasiado ingenuo.

El hombre se metió de nuevo al salón y solamente me dedicó una señal de despedida con su mano.

—Profesor... —intenté hablar.

Entre sus planes no estaba el querer escucharme, por lo cual solo me interrumpió volviendo a hablar:

—Hasta la siguiente clase, choi. Dé las gracias que hoy no quiero ir a dirección con usted.

Él sabía que yo odiaba ese apellido.

Sin más que decir y yo sin poder defenderme, cerró la puerta. Me quedé estático en mi lugar, sin moverme o siquiera parpadear. Estaba anonado, repasando lo que había ocurrido. ¡No podía hacerme esto! ¡No lo había hecho! Pero, qué digo, sí lo hizo.

¡Oh, genial!

Poniendo los ojos en blanco con cierta molestia, bufé girando sobre mi propio eje y comenzar a caminar por el pasillo para así arrastrar conmigo la poca dignidad que me quedaba.

Esta era la primera vez que no me dejaba tomar la clase. Había llegado tarde en unas cuantas ocasiones, unas cinco, seis o nueve veces. Aunque pensándolo bien, eventualmente llegaba tarde pero cumplía con mis tareas y siempre trataba de prestarle atención, a pesar de que me diera sueño su clase.

Literatura me aburría, simplemente lo hacía. Me gustaba leer pero no las historias que él solía dejar. Llegaba tarde por el simple hecho de que era amante de dormir hasta muy tarde y eso me dificultaba oír el despertador.

Rendido, inflé mis mejillas y me encaminé hasta las gradas. El pasto del campo hacía contacto con la suela de mis zapatos y el aire revolvía mis pequeños mechones en mi frente.

A una determinada distancia, donde la sombra caía ligeramente sobre una de las gradas, justamente ahí, un cuerpo se encontraba sentado a horcajadas dándole la espalda al campo, el cual se hallaba desierto. Ni equipo de rugby, ni equipo de fútbol.

BOULEVARDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora