Continuación III: Apuestas peligrosas

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Tercera y última parte de la saga. Esta vez se trata de la historia de Sergio, viejo conocido, e Iván. Se puede conseguir también en Amazon. Como siempre, de vez en cuando se pondrá por aquí de forma gratuita. Se trata de una versión corregida.

Abrazos.


...---...


Ella se movía al compás de la música. De forma disoluta y desacompasada, con sus brazos levantados hacía el cielo estrellado y sus cabellos rubios sueltos sobre su espalda. Lo miraba con ojos de borracha, con sus labios pintados, estirados en una sonrisa. Llevaban aquellos cascos enormes sobre las orejas que les permitía escuchar la música que más les gustase.

La besó en los labios, saboreando el alcohol y el tabaco, lo dulce de la granadina y lo amargo de la noche. Ella le echó los brazos al cuello, ondulando su cuerpo contra el de él, dejándose llevar por la noche y por el ruido sordo de sus cascos. Era feliz. Feliz y libre mientras Iván deslizaba sus manos largas sobre la curva de su trasero. ¡Y qué trasero! Redondo y firme, con la circunferencia perfecta para levantar aquella falda corta que parecía moverse al compás de sus interminables piernas.

— ¿Quieres una bebida? —preguntó ella tras sacarle los auriculares. El silencio, tan impropio de las noches de fiesta, le hizo mirar a su alrededor, temporalmente desubicado. Negó con la cabeza, sabiéndose pasado de alcohol y de otras cosas—. Espérame aquí, entonces.

Él sonrió en respuesta, mirándola marchar. Ella contoneaba sus caderas al ritmo de la música perdida, deslizándose entre la gente como un fantasma vestido de amarillo.

Y fue entonces que su móvil sonó. Iván lo desbloqueó con dedos algo entorpecidos, sonriendo al comprobar el nombre en la pantalla.

— ¡Hombre, Diego!

— ¡Oye, bastardo! ¿Dónde andas?

— ¿Y eso qué más da?

— Tenemos una cita pendiente.

Iván no recordaba tal cosa. Hasta que sí lo hizo.

—¿Ya terminaste?

—Totalmente.

Iván sonrió, una mueca fea en su rostro.

—¿Dónde estás? —preguntó.

—En Ábaco. ¿Vendrás?

—Por supuesto. Dame media hora, no estoy por el centro.

—¿Y dónde estás?

Aquello era una buena pregunta. Por suerte, en Madrid siempre había taxis dispuestos a movilizarte de aquí para allá por un no tan módico precio.

—Te veo en media hora —repitió, y colgó.

Ella no estaba a la vista, seguramente buscando bebidas para ambos. Iván ni siquiera recordaba su nombre, pero aquello no era extraño. Tardó tres minutos en salir de la fiesta improvisada montada junto a un puente viejo y oscuro, y veinticinco minutos en llegar a Abaco.

Lo recibieron las puertas acristaladas y el humo perfumado del bar. Las luces de ambiente y las sonrisas cómplices de aquellos que ya le conocían. Él, Diego, le esperaba en una mesa reservada, rodeado por su séquito de siempre y sonriendo con el triunfo grabado en el rostro.

Idiota. Debería haber sabido que las cosas no serían tan fáciles.

—¡Iván, mírate! Tan elegante como siempre.

Un gesto de su dedo fue suficiente para quitar la sonrisa fea del rostro ajeno. Se sentó frente a él, las piernas extendidas y su propia sonrisa gatuna estirando sus labios.

Esos celos rojos [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora