Maravilloso pecado (+18)

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¡Hola!

Los personajes de la historia, Elisia y Seve, pertenecen a Elsa.

Parte 1/2

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     La reunión se había alargado más de lo que Severiano estaba dispuesto a aguantar. Se movía incómodo sobre la silla, aunque intentaba mantener la compostura todo lo posible. Quejarse no era una opción, menos aún con sus hermanos a la mesa. El procurador no le quitaba ojo y. de vez en cuando. le veía fruncir el ceño por el rabillo del ojo, seguramente disgustado por su comportamiento pero, en realidad, poco le importaba ya a esas alturas.

     De repente. todos empezaron a levantarse de sus asientos y fue cuando el inquisidor general habló más alto, lo que hizo que Severiano volviese la vista a él.

     —Se da por zanjado pues la novena reunión de marzo del Consejo de la Suprema — sentenció, para su alivio—. Nos veremos esta tarde para organizar los pormenores del viaje.

     Ninguno dijo nada, pero todos asintieron y se quedaron en pie hasta que el inquisidor general salió de la sala. Entonces no solo Severiano respiró de alivio, si no también sus hermanos, que comenzaron a hablar poco a poco en voz baja hasta que se convirtió en una conversación más distendida. Alonso se le acercó y le colocó una mano en la espalda.

     —Vamos a irnos al puerto, Seve. ¿Vienes con nosotros?

     —Claro, ¿por qué no? —Se encogió de hombros y se colocó bien la camisa bajo la casaca—. ¿Ya viene Juan?

     —Sí, vamos a recibirle y comeremos juntos. Así le ponemos al día con lo sucedido en las reuniones de esta semana y después volvemos para escuchar otra monserga del general.

     Se echó a reír y Severiano no pudo evitar no hacer lo mismo, aunque no tardaron en escuchar un sonido de desaprobación justo a sus espaldas. Los dos se giraron casi sobresaltados, solo para ver la cara llena de arrugas del procurador.

     —En mi época se tenía más respeto a los superiores.

     —Bartolomé, vamos. —Alonso le dedicó una sonrisa—. Solo estábamos bromeando. No estaríamos aquí si no respetásemos a nuestro gran inquisidor general, ¿no es cierto?

     Ambos vieron cómo fruncía los labios hasta formar una sola línea y enseguida se marchó, dejándoles a solas junto con otros compañeros que aún no habían salido. Era un cascarrabias, pero sabían que si se iba no era para chivarse al general así que no tenían de qué preocuparse. Siguieron hablando un poco más, hasta que al final fueron animándose todos a salir de la sala del Consejo.

     El camino hasta el puerto era largo, por lo que tuvieron que pasar por varias calles concurridas. Eso significaba siempre miradas, muchas de respeto, otras tantas más reprobables y siempre algunas de miedo. A Severiano no le gustaba esa sensación, como si fuese un demonio caminando entre hombres, así que mantenía siempre la mirada al frente. Hacía aquel trabajo porque de verdad creía en él, porque necesitaba luchar contra la injusticia que se cometía en su santa tierra, eliminándola del pecado que la corrompía. Aunque muchas veces se preguntaba si era lo correcto; pero esas preguntas se las hacía en la intimidad, nadie debía saber eso de él.

     Estaba tan pendiente de no mirar a nadie a la cara mientras caminaba, escuchando de fondo la conversación de sus hermanos, que no se percató de un par de muchachas que le llamaban cerca del mercado cuando se cruzaron con él. Al pasar de largo una de ellas corrió hasta su lado y le tocó en el brazo, haciendo que Severiano saliese de su ensimismamiento con sobresalto para mirarla.

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