2- Oscuridad

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El interior de Arcadia era bastante más espacioso de lo que aparentaba su exterior. Un ancho pasillo central cruzaba de punta a punta todo el edificio; las paredes de su alrededor estaban adornadas con antiguos tapices que representaban escenas místicas y legendarias de antaño. Entre ellas había numerosas puertas que conducían a las distintas aulas, bibliotecas y salas de estudio de la escuela, pero el elemento que más destacaba era el imperioso cuadro colgado al final del pasillo, el cual mostraba un retrato del rey Aldric, quien se erguía con una expresión de sabiduría y autoridad, transmitiendo su imponente presencia a quien lo mirase. Bryn no tuvo el gusto de dedicar su reducido tiempo a observarlo. Subió con prisas las escaleras hacia la segunda planta, rezando por que la clase aún no hubiese comenzado, pero al llegar vio que la puerta del aula se encontraba cerrada y los pasillos vacíos. «Mala señal.» Llamó dos veces a la puerta antes de abrir y asomar la cabeza. Todos los alumnos estaban sentados en silencio y en sus respectivos pupitres, con los libros ya abiertos. El profesor Asher, de pie ante la clase, vestía un traje digno de los magos que ejercían su misma profesión en las más importantes ciudades. Iba repeinado con gomina, la cual, al parecer de Bryn, no conjuntaba demasiado bien con sus numerosas canas. Por la mirada de cólera que el profesor Asher le había lanzado intuyó que, en efecto, la clase había empezado.

—Disculpe, profesor Asher. ¿Podría sentarme? —preguntó Bryn con timidez.

—¿Sabe, señor Wilderheart? —preguntó Asher sin apartar su mirada de la suya—. Creo que todos estamos cansados de su incompetencia en la puntualidad. No es solo una falta de respeto hacia mi persona, también lo es hacia sus compañeros, quienes ven la clase interrumpida diariamente debido a sus constantes retrasos.

—Yo... Lo siento mucho, profesor Asher.

—¿Puede nombrarme los factores primordiales que les insto a conseguir para poder convertirse en un hombre de provecho?

Claro que podía nombrarlos, lo hacía una y otra vez en su cabeza. Todos los malditos días de su vida.

—Claro, profesor Asher. Disciplina, constancia, sudor y puntualidad.

—Bien, veo que se los sabe. ¿Me explica entonces por qué motivo no los aplica en su vida?

Bryn bajó la cabeza. Le hubiese encantado contestarle que se metiera sus factores primordiales por el trasero, pero eso le arrebataría las pocas opciones que tenía de cambiar su vida, por lo que se mantuvo en silencio. Asher frunció el ceño, concluyendo que aquella reprimenda había sido suficiente.

—Tome asiento, señor Wilderheart, pero le advierto que la próxima vez sancionaré sus notas severamente.

—Gracias, profesor Asher —dijo Bryn, dirigiéndose hacia su pupitre.

Se sentó junto a Marsh Lembrow, alumno de primera categoría que, al igual que él, aspiraba ser el mejor mago del año. A pesar de ser rivales, eran amigos desde la infancia, como sus padres. Medía cerca del metro noventa, superando el metro ochenta de Bryn. Su cabello oscuro caía en suaves mechones sobre su frente, añadiendo un toque de misterio a su apariencia ya imponente. Poseía ese atractivo magnético que hacía que incluso los corazones más resistentes se sintieran atraídos por su carisma indiscutible. Sí, era el típico hombre al que Bryn odiaba por envidia, un don perfecto. Pero Marsh era la excepción. Era diferente a los de su calaña. Marsh era simplemente Marsh. Sin embargo, a veces parecía su padre.

—Bryn... —susurró.

—Ni se te ocurra regañarme tu también, Marsh —contestó Bryn.

Luces de sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora