1- Puertas cerradas

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Torrisien era un pequeño pueblo situado al norte de Zendrys. La mayoría de sus habitantes vivían en condiciones humildes y familiares, sin altas expectativas de vida. Las casas eran modestas, pero con un cierto encanto rústico que reflejaba el esfuerzo de sus habitantes en sus construcciones. La comida, por suerte, no era algo que les faltase, pues contaban con buenos magos cazadores para su encargo. Los zeros (personas incapaces de usar magia) convivían a su manera con el resto. No era mentira la existencia de cierta discriminación hacia ellos por parte de los magos, pues muchos de estos los consideraban inferiores, y es por ello por lo que no solían mezclarse salvo para las juntas de vecinos, donde se tomaban las decisiones sobre el futuro del pueblo. Para ambos bandos, aquel contacto entre ellos era más que suficiente. A ninguno de los dos les importaba los asuntos del otro siempre y cuando no les afectase. Para la formación, el rey había ordenado en sus leyes construir una escuela para magos y otra para zeros como mínimo en todos los pueblos y ciudades. En Torrisien, la escuela de magos era Arcadia, y la de los zeros, Curton. Algunos consideraron discriminatoria esta decisión, opinaban que todas las personas debían de tener las mismas oportunidades y defendían que la magia era algo que poseía todo ser humano, solo que no todos sabían cómo hacerla florecer. Aquella opinión fue rechazada por el rey, quién aclaró que en su longeva vida jamás había visto a ningún zero poder usar magia. Y ¿quién era el pueblo para contradecirle? Nadie había visto tampoco lo contrario, y era cierto que su rey había vivido por más de medio milenio según las crónicas, por lo que, finalmente, aquellos que criticaron las leyes no tuvieron más remedio que aceptar las diferencias formativas.

El día a día en Torrisien era tranquilo, los adultos se dedicaban a trabajar y los jóvenes se limitaban en su mayoría a asistir a la escuela. A veces salían a beber alguna que otra cerveza a los bares del pueblo, pero no se comparaba al ambiente de las grandes ciudades, donde se desataban eventos extraordinarios y deslumbrantes que eclipsaban cualquier otra experiencia que pudiera darse en Torrisien: desde magníficos festivales que hipnotizaban con sus luces y música hasta los juegos olímpicos de magia, donde los hechiceros más talentosos exhibían sus habilidades ante grandes audiencias. No faltaban los emocionantes campeonatos de Skyball, que llenaban el cielo de escobas voladoras y la tierra de admiradores enardecidos. La lista de eventos magistrales era interminable: exposiciones de arte mágico, concursos de pociones, desfiles de criaturas mágicas... La mayoría de los estudiantes de Torrisien aspiraban poder vivir en lugares como aquellos tras graduarse, pero solo uno de ellos tendría la oportunidad de lograrlo cada año. Bryn Wilderheart soñaba con ser esa persona cada noche, pero al despertar regresaba a la cruda realidad: aquello era imposible. No era el peor de su promoción ni mucho menos, pero estaba lejos de ser el mejor. Había luchado los últimos tres años por mejorar y convertirse en el destacado mago de Arcadia, pero apenas faltaba un mes para su graduación y estaba estancando a mitad de tabla. Aquella mañana se encontraba pensando en qué aspectos podía mejorar para ganar puntos y adentrarse en el podio. El profesor Asher siempre repetía lo mismo: disciplina, constancia, sudor y puntualidad. Disciplina, constancia, sudor y puntuali...  "Riinnnggg". Bryn abrió los ojos de golpe. ¿Cuánto tiempo llevaba sonando el despertador? Lo apagó presionando con rapidez el botón y luego se fijó en la hora, las ocho y cuarto. Las clases comenzaban en quince minutos.

Bryn maldijo su despiste al levantarse de la cama con un salto, llegaba más que tarde. Agarró su varita y, apuntando al uniforme de la escuela colgado en la percha del armario, exclamó: "¡Abrigum!". El uniforme se descolgó solo, como si una persona invisible lo hubiese cogido. Este se mantuvo flotando en el aire hasta que Bryn estiró sus brazos hacia los lados, y con un gesto rápido, como si estuviera tirando de los extremos de una tela invisible, el uniforme comenzó a deslizarse sobre su cuerpo. Primero, la camisa blanca se deslizó sobre sus hombros, ajustándose perfectamente a su torso. Luego, los pantalones grises se deslizaron hacia arriba, cubriendo sus piernas con precisión milimétrica. Bryn sintió una ligera sensación de hormigueo mientras el uniforme se ajustaba a su tamaño exacto, como si estuviera siendo moldeado especialmente para él en ese mismo momento. Mientras tanto, la corbata azul marino se enrollaba elegantemente alrededor de su cuello, anudándose con un nudo perfecto sin que Bryn tuviera que hacer ningún esfuerzo. Por último, los zapatos negros se deslizaron hacia sus pies y se abrocharon automáticamente. En cuestión de segundos, Bryn estaba completamente vestido, listo para enfrentar el día. Se miró al espejo, tenía el pelo alborotado, pero así era su peinado habitual. "A los chicos pelirrojos no os hace falta peinarse, tenéis un estilo diferente" le decía su madre siempre. Entró al baño con prisas para lavarse los dientes y darse una rápida pasada de agua por la cara para despertarse por completo. En su mente, aún resonaban las malditas palabras del profesor Asher sobre la importancia de la disciplina y la constancia en su entrenamiento de magia, y seguirían resonando si no aligeraba el ritmo. Al salir del baño, se detuvo un momento frente a la ventana de su habitación. El sol brillaba en el cielo, iluminando el paisaje que se extendía más allá de los terrenos de la escuela de magia. Bryn podía ver el lago tranquilo y los árboles frondosos que rodeaban Arcadia. Miró hacia su escoba, si la usaba podría llegar volando en cuestión de segundos, pero aún no había cumplido los dieciocho y el vuelo libre estaba estrictamente prohibido para los menores de edad. Maldijo aquella estúpida ley y salió corriendo tras cruzar la puerta de la habitación. Su madre, Aria, se encontraba preparando el desayuno en la cocina junto a Vesper, quien ladró al ver como Bryn bajaba por las escaleras. Bryn no sabía cómo lo hacía, pero siempre se despertaba antes que él incluso sin la necesidad de madrugar.

Luces de sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora