3- En las colinas

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Bryn llegó a casa exhausto tras la carrera, con la cabeza llena de pensamientos sobre lo ocurrido y sobre cómo debía actuar. Mikel Reball y su compañero de abusos se habían esfumado, o, más bien, Ryan los había esfumado. ¿Acaso estaban... muertos? Era una maldita locura pensar que Ryan Brooks, el primero de la promoción, era en realidad un asesino y, para colmo, quien recibiría la oportunidad de viajar a la gran ciudad. Su oportunidad. No comprendía nada, pero ¿cómo hacerlo? ¿Debería contar lo que vio? ¿A su madre? ¿A Marsh? «No has visto nada, Bryn Wilderheart.» Correría un riesgo demasiado grande de terminar como Mikel Reball si lo hacía. Todavía sentía la presión de tener aquellos ojos posados sobre él, advirtiéndole de que habría consecuencias si tomaba una mala decisión. El saludo de su madre lo devolvió al presente. Mostraba la misma calmada sonrisa de siempre, con aquella luz cálida en sus ojos que siempre parecía disipar cualquier sombra en la mente de Bryn. Con los guantes de cocina puestos, el aroma tentador de su lasaña casera llenaba el aire. Bryn intentó ocultar su nerviosismo al mirarla, pero sabía que no serviría de nada engañar a la persona que mejor lo conocía.

—¿Va todo bien? —preguntó Aria.

—Sí, no es nada. Ha sido un día agitado en clase —dijo Bryn. Ella frunció el ceño, claramente sin creerle.

—Bryn, sabes que puedes contármelo todo, ¿verdad?

—Sí, lo sé. No es nada, mamá —repitió Bryn.

—¿Alguna chica, quizás? —insistió con un guiño.

—¡No seas como Marsh, por dios! —exclamó con disgusto—. Solo estoy un poco nervioso por mañana, eso es todo.

—¿Por la comunicación de elementos? —indagó ella.

—Sí, eso es. Una tontería, ¿verdad?

—Oh, claro que no es una tontería, Bryn —le reprochó.

Aria sabía lo que ese día significaba para su hijo, había sido testigo de cómo cada noche Bryn se esforzaba estudiando y practicando hechizos con la esperanza de desbloquear su elemento. Aunque le insistía en que descansara y en explicarle que ya habría tiempo para practicar durante el día, Bryn hacía oídos sordos, justificando que aquellas horas las usaría para ayudarla en la tienda. Ella le decía que no hacía falta, que podía apañárselas sola, pero Bryn se mantenía firme en su postura. Recordó los días en que su hijo era apenas un niño, cuando su mirada aún brillaba con la inocencia de la infancia y su sonrisa iluminaba cualquier habitación, asegurando que se convertiría en el mejor mago de todos los tiempos. Y ahí seguía, luchando por el sueño del niño que un día fue. Un sueño casi imposible de conseguir. «Pero es mejor así.» pensó.

—Dime algo —dijo Bryn, ahora mirándola a los ojos. Aria notó algo fuera de lo común en su mirada. ¿Miedo, tal vez?—. ¿Cuál... ¿Cuál era el elemento de papá?

Aria se mantuvo en silencio, desconcertada. Aquella fue una pregunta inesperada, aunque predecible en cierto modo. Bryn no supo muy bien por qué lo preguntó, quizás por librarse de un interrogatorio que acabaría con él contando todo lo que había visto o... No, no era por eso. Quería saberlo, saltarse la barrera interior que le impedía siempre hablar de su padre. Vio confusión en los ojos de su madre, quien había bajado la mirada. De pronto sintió un ambiente cargado de presión alrededor de ellos, como si hubiese tocado algo que no tenía que tocar.

—¿Mamá? —insistió Bryn tras unos segundos de silencio.

—Agua —respondió Aria, devolviéndole la mirada tras su ausencia mental—. Ese era su elemento.

Agua... uno de los elementos más comunes. Bryn no pudo evitar sentir cierta decepción, quizás debido a las altas expectativas que había creado su desconocimiento. Su sueño de dominar el elemento de la luz acababa de romperse en mil pedazos, ya no tenía a nada ni nadie a quien aferrarse. Fuese como fuese, no importaba cual hubiese sido el elemento de su padre. Agua o luz, el suyo sería la tierra.

Luces de sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora