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Habían pasado ya varios días en los que evitaba a Blas, era trabajar e irse. Aún cuando llegué a tratarlo mal él me seguía enviando mensajes y cartas, esos papeles me los daba Francisco diciendo que sólo hacía su pequeño aporte de correo.

Y mencionando a Fran, él me ayudó mucho emocionalmente en esos días dónde no ví a Blas o no le hablé, siempre siendo un bello soporte para todos, lo amaba de forma no romántica, para mí era como mi hermano mayor.

El día de hoy decidí quedarme en casa al tenerlo libre, admito que me sentía muy solo y frío sin la presencia de ese alto que tanto me jodía, tomándome o abrazándome.

Sus besos.

Pedí comida a domicilio y me senté en mi cama a ver alguna serie o película, quería distraerme de todo lo ocurrido, aunque sin poder evitarlo ese mensaje rondaba en mi cabeza todo el tiempo, sumando las palabras de Blas después de ello, lo había escuchado sin intenciones.

"Boludo no quiero que Juani sepa, se va enojar más..."

En los baños del set cuando me encerré en un cubículo a deprimirme porque no podía abrazar a Blas.

Ni siquiera ví la película, no entendía absolutamente nada, hasta dejé algo de la comida que pedí, terminé tirando lo que sobraba.

Lo extrañaba muchísimo, pero me jodió tanto saber que se veía con Otaño, era como una traición.

Era una traición.

Escuché el timbre de mi departamento, realicé todo en automático y me acerqué al teléfono que había ahí.

– ¿Hola?

Juani hay un muchachito esperándote, dice que te conoce...

No le dejé terminar y corté, casi de inmediato me puse las ojotas y un buzo, el frío aún no desaparecía.
Yo no sabía si estaba enojado, feliz, irritado, si era Blas había muchas posibilidades de lo que vaya a decirle.

Iba en el ascensor ya con el ceño entumecido de tener tanta cara de orto, pero era algo que me salía solo, no era consciente de ello hasta que me dolía la zona.

En cuanto llegué a la recepción hablé con la chica que ya acostumbraba a verla allí para avisar que capaz salía.

– ¿Y tu chico?

– ¿Eh?

Ambos nos miramos igual de confundidos mientras ella intentaba sacar el tablero de la lista.

– Tu chico, el alto de rulitos.

Mi sonrisa falsa se desvaneció al instante y suspiré.

– No sé de quién hablas, anota eso por favor.

La pelinegra se calló al fin, hizo su trabajo y me despedí de ella, llegando a la puerta pude verlo.

Ví a Blas de espaldas, una de sus manos sosteniendo un cigarrillo y la otra no podía verla, iba vestido de negro con ese saco largo con el cual lo ví la primera vez en esa parada del colectivo, iba con la misma ropa de ese día. Llevó el cigarrillo a su boca y le dió una calada para después soltar un poco el humo, después de tomar algo de valor, salí.

Claramente escuchó la puerta, y por eso dió la vuelta, me llevé una gran sorpresa al ver que en la mano contraria al cigarro tenía un ramo de flores amarillas y blancas.

Al verme casi de inmediato tiró el cigarrillo y sacó el humo al lado contrario de donde yo me encontraba.

– Blas... —dije tartamudeando— ¿Qué haces acá?

Nada peculiar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora