VIII

680 83 39
                                    

Al norte del Reino en el bosque, se encontraba el líder de la manada furioso, tenía a todo su ejército en el campo de prácticas, bajo la intensa lluvia que había.

—¿¡COMO ES POSIBLE QUE UN MALDITO ALFA, SOLO UNO, MATARA A QUINCE DE MIS HOMBRES!?—grito furioso el líder

Ni uno se atrevía a levantar la mirada, ante el grito las y los Omegas que se encontraban también siendo castigadas, temblaron de miedo ante el grito.
Era sabido que cuando la manada perdía alguna guerra, tanto Omegas como Alfas eran castigados, esa era la ley, así que los Alfas estaban de pie mientras que los Omegas estaban arrodillados.

Solo los Alfas de la familia del líder eran los que estaban detrás de las Omegas con un látigo en la mano, dónde castigarían a los Omegas por la incompetencia de sus Alfas.
Los Alfas también reciben un castigo sin embargo este era un poco más dócil que el de los Omegas.

—Empiecen con el castigo—ordeno molesto el líder y los Alfas tomaron el látigo y empezaron a golpear repetidas veces el cuerpo de los Omegas.

Era prohibido soltar un quejido de dolor así que muchas mordían fuertemente sus labios, tanto que llegaban a sangrar y todo por soportar los latigazos, eran diez los latigazos que recibían y algunas no soportaban el dolor, tanto que cuando terminó el castigo, un total de cinco Omegas hombres y dos Omegas mujeres murieron, los Alfas se llevaron los cuerpos y eran desechados lo más lejos posibles por lo  que no tenían derecho los Alfas a despedirse de su compañero.

Todos los Omegas derramaban lágrimas en silencio, en estos tipos de castigos morían más Omegas hombres debido a que al ser hombres y Omegas eran tratados peor que basura, porque su valor se reducía a nada al ser Omegas, tanto que a veces ellos comían solo una vez por día o muchas veces no comían, tampoco tenían permiso de salir de casa a menos que sea con su alfa por que de lo contrario podían ser violados y la culpa seria de ellos.
En medio de todo el dolor entre los Omegas, todas se habían preocupado por exactamente dos Omegas, uno que estaba en cinta y otra que había recién dado a luz.

Las Omegas que conocían parte de la medicina corrieron hacia ellos, el Omega macho que estaba en cinta se encontraba cubriendo su vientre con sus manos y no se movía, por otra parte la otra Omega que recién había dado a luz, estaba cubierta con sangre tanto su espalda como su parte baja pero aun así no se movía, su mirada esta fija en el suelo mientras lagrimas amargas caían de su rostro.

—¡Sana! Oh por la luna—dijo una de las Omegas que se acercaban a revisarlas

—E-Estoy bien, ayúdalo a el—respondió con voz gruesa y la otra omega asintió y se dirigió para acercarse al Omega pero este empezó a gruñir creyendo que estaba en peligro y en un vano intento de proteger a su cachorro

—Calma, no te haré daño—

—E-Escuchame, tiene que revisar te, h-hazlo por tu b-bebé—hablo Sana

Poco a poco el Omega bajo las defensas y se dejó ayudar, rápidamente la Omega encargada de revisar el cachorro tocó con cuidado para ver si el cachorro se movía o si el Omega estaba manchado de sangre pero no había nada, el pulso del bebé era débil sin embargo se negaba a irse, el bebé se aferraba a su padre.

Por otra parte Sana miro a su Alfa, quien estaba arrodillado, con su espalda sangrando y su camisa hecha trizas debido a los latigazos, ambas miradas se encontraron, Sana entendió con la mirada lo que su Alfa le quiso decir y se lo confirmo por medio del lazo

«Perdon, perdóname por traerte a este lugar»

Sana derramó lágrimas en silencio, le dolía más que su Alfa jamás le defienda, los latigazos no dolían lo que dolía era saber que su Alfa jamás sería capaz de defenderla y de hacer algo por cambiar ese futuro que le esperaba su cachorro si se presentaba como Omega

El tesoro del Alfa KimDonde viven las historias. Descúbrelo ahora