Capítulo Extra

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La habitación de ella se vuelve una cárcel, el regaño de su madre fue más doloroso que la bofetada propinada por su hermana. Ese día no salió de la habitación nada más para ir al baño y agarrar algo para comer a la noche, escapando de la cena que ni fue avisada, aunque no quería ni aparecer.

Es como si estuviera cayendo al fondo del océano sin tener una soja que la ayude a combatir el peso de la culpa. Así se sentía Lola el día siguiente de su confesión, el peso es más sofocante de lo que creyó, creciendo cada vez más entre las semanas. La pequeña cama con mantas rosas atrapan el delgado cuerpo de la niña, buscando consuelo en el frío contacto de su propia piel, perdiendo por completo la atención de su gemela, su otra yo.

—La cena está lista —una voz desde la puerta de la habitación la llama, es ronca y gotea indiferencia en su hablar. Lola se acurruca más en las mantas, poniendo el cuerpo rígido en el abrazo que ella misma se intenta dar—. Te vas a morir de hambre así… Una mentirosa se lo merece —sentencia la voz desapacible de Lana antes de cerrar la puerta con fiereza, apagando por completo la luz que entraba desde afuera, sepultando otra vez a Lola en la oscuridad—. ¡Lincoln no se lo merecía! —grita desde el pasillo, siguiendo por un golpe seco que retumba entre las paredes de la habitación.

La niña patea las mantas, alejando el frío abrazo de la tela y someterse al ambiente aún más congelado. La caída de nieve no termina de cesar, el Nuevo Año se acerca horas tras horas, en menos de una semana iba a empezar otro curso de pasarela, con mayor clase e incluso la posibilidad de tener influencias en su mano. Ese era el plan que debía seguir, lo que decidió desde comienzos de Diciembre, antes de que su lengua enveneno a la familia y cortar los lazos. Se sacude la cabeza, aleja los pensamientos de manera insuficiente para pisar la alfombra del suelo.

Camina con desgano, las rodillas parecen sucumbir ante la carencia de fuerza, pero no lo hacen. La oscuridad no es problema para los ojos ojerosos de la niña, distinguiendo las figuras delante de ella. Abre las puertas del guardarropas, las uñas pulcras de Lola pierden la elegancia que tanto se esmero, acabando mordidas hasta arrancar su propio pellejo, ardiendo por el contacto de cualquier superficie, como si estuviera presionando placas de hierro en combustión.

Lola tose repetidas veces, la garganta se siente pastosa. Un dolor creciente aparece justo en el origen de la voz, sufriendo un crispar al tragar saliva.

—Me muero de sed —comenta la niña, mostrando ante la escases del público, una voz mortecina, alejada de la vida que una vez obtuvo. Aunque se adapta sin problema a la figura más delgada de la niña, dejando en el aire los cabellos rubios con aspecto grasoso, ocultando algunos mechones los ojos irritados de tanto dormir, abrazados por las bolsas que cuelgan en sus párpados.

Investiga los vestidos planchados que cuelgan, la orden siempre ha sido implementada en ese espacio rectangular. Las manos de Lola agarran de tirones y sueltan los vestidos en el suelo, indiferente a que el polvo los ensucien. Queda vacío, no queda nada más. Se sienta en cuclillas pisando las telas de diferentes colores, casi todo llamativos, y raspa de manera brusca su propia vestimenta.

El sonido chillante invade la soledad de la habitación, acompañando en bajo volumen la agitada respiración de la propietaria. Las telas desgarradas dejan escapar un último aliento lejos de los brazos de Lola.

No hay nada más que romper, hasta que la niña quiebra en llanto. 

Se rompe porque el trato que una vez obligó a sus hermanas imponerle a Lincoln, ha rebotado hacia ella. Las miradas despreciables nunca dolieron tanto antes, la falta de palabra tampoco le han afectado hasta hoy. La encerraron dentro del propio hielo, congelando hasta su propio calor. Se rompe porque su gemela la odia. Dentro de estos días intentó razonar con ella, una y otra vez, recibiendo silencio nada más. Hasta que, la violencia se manifestó como respuesta, junto a palabras fuera de tono que no esperaba obtener de su gemela.

 MelancolíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora