Primera cumbre del Triaros (E)

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Ella es la estrella de nuestros días, y ese es el oscuro recuerdo presente, como la carne quemada por el sello inquisitorial, de que la vida aún es cruda y cruel.
Sus ojos son zafiros de intenso brillo que contrastan el color oscuro de su armadura, su pelo y sus ropas, negro como el corazón de los líderes; el color de su piel es el de las dunas de los desiertos del agotado mundo del que procede.

Es una maestra en el duelo y la espada, tanto de pulso magnético como tradicional como derivada, es su religión. Y si el filo es su religión, el estoicismo es su dogma. En su rostro apenas se dibuja la sonrisa y sus rasgos, aunque hermosos y jóvenes, son duros. Conoce la crueldad, desconfía, mide con miradas precisas como el telar de una arácnido a cada ser con el que trata. Nuestra historia la convirtió en una hoja moldeada por el calor del infierno y los golpes de personas crueles y viles.

Pero no persigue la venganza; a cambio, desea forjar con sangre en lugar de calor y con destrucción en lugar de un martillo el mañana donde el honor sea una norma y no una virtud mítica. Su corazón también es negro, pero se diluye en luces. Es el gris de la idealista justicia lo que tiñe el claro de sus ojos donde antes la luz bailaba.

Se llama Ylsandr y me aterra su mirada.
Es una actriz de categoría tres: maneja la palabra y las leyes inertes y vibrantes. El cómo las aplica, es un misterio. Desde luego, nadie quiere averiguar cómo funciona la más efectiva asesina del Triaros.

Me mira. Sabe que pienso en ella y mide con esos ojos del color de la pureza sincera si esos pensamientos son buenos o malos. O peligrosos. O de interés. Su cerebro funciona a mayor escala y velocidad que el mío. Yo no soy un Escipión.

Y para mejorar las cosas, el bastardo de Haserot se sienta a mi lado, mascando un dulce que se hincha y exolota sobre sus labios como si fuera la piel de una lombriz. Se ríe para sí mismo y me mira haciendo gestos obscenos con las cejas y los ojos, e incluso me da la impresión de que me lanza besos. No entiendo cómo este hijo de puta es el Actor más poderoso que ha existido. Maneja todas las dimensiones, ¡todas! Hace cosas que ningún actor o actriz imagina siquiera.
Su cabello es medio largo, no le llega a los hombros y se devuelve hacia atrás como ondulaciones del mar que desembocan en tentáculos de un azul oscuro como el mismo océano. No es un portento físico, pero aun sin una armadura marca el dibujo de su musculatura sobre las ropas anchas y con capucha, como si fuera un cualquiera. En su cara se pinta el cuadro de un niñato imbécil pero consciente de sus capacidades. De sus ridículas capacidades.

Su goma de mascar estalla en un sonoro ruido que mancha el silencio de la sala, vacía a excepción de nosotros tres.
- Guapo, te quiero - me dice con toda la burla del universo. Ylsandr lo mira con escrutinio, pero descifra tanto como lograríamos yo y cualquiera.

- Eres el ser más cansino del Triaros - le acuso llevándome los dedos a las sienes.

Hace no mucho me habría parecido descabellado unir a estos dos esperpentos superhumanos en la misma sala, a falta de dos más, para organizar una posible alianza contra los Trascendentes y la dupla de Tyserano y Hyeraphīsteria. Qué oscura se ha vuelto la vida, si depende su orden de dos sociópatas o, como mínimo, seres infinitamente asociales y quizá antisociales como estos dos. O como mínimo como la espadachina; el otro es un psicótico delirante con personalidad múltiple.

Los pelos de la mano se me erizan y se me pone la piel de gallina. Su personalidad ha cambiado.

- Tus vibraciones son temerosas e inseguras, rebosantes desconfianza. No te fías de mí ni de nuestra... cordura. Será mejor que te relajes, Laico. Está bien, no pasa nada. Seremos colaboradores.

Eso dice, pero el tono de voz de Ulmō me hiela la sangre aún más que las miradas de la asesina. Esta reunión será para la posteridad, tanto por su importancia como por lo eterna que la voy a sufrir.

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