Un buen día, Alicia tomó sus cosas, las empacó y decidió que era tiempo de marcharse.
No le dijo a nadie de su partida. Simplemente caminó por el barandal hasta la cubierta y se lanzó por la borda.
Nadie trató de deternerla.
Al caer, Alicia sintió un vértigo enorme. Creía que en cualquier momento el aire daría paso al suelo, y entonces, ya no sería más.
El pensamiento de la muerte siempre la había hecho sentir aislada. La consumía. Quería saber qué se sentiría.
Un pájaro que pasaba cerca, le habló por medio de morse.
— ¿Y tú cuándo sacas las alas?
— Yo también me lo pregunto. — Gritó ella con mucha agitación.
— Ah, ya entiendo. — Dijo el pájaro. — Eres una estrella fugaz.
— ¿Yo? — Rio Alicia, abriendo los brazos y cerrando los ojos. Lo presentía cerca. — Cuéntame más.
— Sí, crees que caer te hará cumplir tu gran sueño.
— ¿Y cuál sería ese? — Preguntó Alicia sonriente y casi sin escuchar.
— Tú bien lo sabes. — Trinó el pájaro. — El estrellato.
Alicia frunció el ceño ante ese juego de palabras. ¿Se refería a que quería atención o a que quería desaparecer y hundirse en la más profunda nada?
Ella misma no lo sabía.
Antes de tomar cualquier conclusión, una escuadra de aviones rescatistas vino a su encuentro.
Solo consiguió recordar cómo uno de ellos abría sus velas al lado de ella, y unas voces daban órdenes en un dialecto extraño. Lo siguiente que pasaba fue que ella se encontraba canalizada por un catéter en un hospital.
Se vio a sí misma, vio sus manos, vio sus pies, se tocó. Se frotó sus tobillos. Estaba intacta. Era ella.
Volteó y vio al camarero sonriente con un ramo de rosas al lado de ella.
— Ah, no son mías. — Dijo tomando un asiento. — Son de las señoras que murmuran por allá. Dicen que debes descansar en paz y son demasiado devotas para venir en persona a darte el requiescat.
— ¿Cómo dices? — Preguntó Alicia confundida.
El camarero se volteó. Ocultó su rostro.
— Si alguna vez vuelves a intentar algo tan chistoso, asegúrate de mandar al diablo a todos los que podrían preguntar por ti. Puede que te resulte gracioso, pero hasta tú dejas un asiento vacío cuando no estás.
Alicia se quedó reflexionando. Finalmente sintió lágrimas rodando por sus mejillas. No, no estaba muerta. El calor volvió a sus mejillas y hundió el rostro en compungidos sollozos.
— Qué desastre. En fin. — Continuó el camarero, levantándose. — Arrivaderci. No todos tenemos tiempo para descansar eternamente.
Alicia notó la acritud en su voz. Solo pudo musitar:
— ¿Cuál es tu nombre?
El camarero se paró en seco. Luego se volvió.
— ¿Ahora te importa? ¿Para qué? Para hacerme una nota. No la quiero, gracias. Arrivaderci.
— No. — Dijo Alicia. — Para saber a quién puedo llamar cuando necesite un...
— Aldián. — Exclamó el mesero apretando la mano levemente. — Ahora a lo tuyo, que mañana hay baile. No faltes. Te sorprenderá, pero estás invitada. Y no por mí. No me hagas quedar mal.
Alicia sonrió. Y la vida regresó a sus ojos como un soplo. Las polillas se alejaron y se convirtieron en luces que revoloteaban alrededor de un foco.
Quizás, pensó Alicia sobándose los dedos de los pies, aún soy de aquí.
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El mundo de las mentiras
AdventureAlicia Romería se embarca en una aventura espacial que la llevará a los límites del entendimiento y el mundo conocido, a la vez que encontrará variopintos personajes que la harán dudar de su propia condición como mujer, e incluso, como ser humano.