El ball

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Alicia había perdido hacía mucho la razón de ser Alicia, por tanto, decidió acudir a donde decía la invitación: El 34 B Western Hall. 

A medio camino se dio cuenta de que estaba casi en pijamas, por lo que volvió muy avergonzada a cambiarse de ropa a su recámara. 

Su ropero estaba tal y como había estado antes, ¿de qué? Ya no recordaba. Pero era el mismo. No tenía ningún atuendo acampanado de terciopelo o seda como los de las novelas. ¿Con cuál debería ir?

Esta pregunta le llevó tanto tiempo que casi se pasa la hora anotada en la tarjeta color marfil que dejó en el buró. 

No fue sino porque le recordó una alarma hidraúlica acabada en una caja de música que dejó el baño a tiempo y fue entaconada y a volantes a alcanzar su cita. 

La sala estaba hasta el otro extremo del cuarto, pero con tanto perfume y maquillaje puestos, era inaceptable que sudara o cayera y se manchara de cualquier cosa. La apariencia sobre todo. 

Cuando por fin llegó al gran salón, algo oculto entre tantos otros sitios grandiosos, como el Filming y el Hubby Halls, ella se dio un trago de menta y abrió discretamente la puerta. 

Alguien le sujetó la mano antes de poder entrar. Era un botones cadenero, y para sorpresa de Alicia, no llevaba el atuendo victoriano que creía tener que encontrar en ese lugar. 

Al contrario, estaba vestido de cuero negro, piercings y cadenas de los pies a la cabeza. 

— ¿A dónde vas? — Le preguntó. 

— Al... baile. — Tartamudeó Alicia. 

El cadenero le echó una ojeada algo incómoda, dijo un /chis/ , y la soltó. 

— Entra, guapa, pero espero puedas mover las caderas con eso puesto. 

 Ella se ruborizó y entró por la apertura que le había hecho el darketto. 

Dentro, la música era estridente y escandalosa, y la gente no se podía ver más que como flashes parecidos a los muñecos inflables que se ponían en las esquinas para promocionar negocios, allá donde X vivía.

Alicia se volvió en poco tiempo también un zig zag de luz al ritmo de la música y poco a poco zigzagueó mejor hasta que se encontró en el centro de la pista. 

Ahí uno de los flashes le aplaudió agachándose, luego otro, luego otro y otro. 

Armar y desarmar, era la canción que ponía el DJ. Alicia la conocía bien así que bajó y sintió que los flashes masculinos se acercaban y los flashes femeninos vibraban en morado. 

Como flash vivió mil experiencias imposibles de contar aquí. Tal vez Alicia diría eso. O tal vez no.

Fue divertido, y no fue la última vez. 

El mundo de las mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora