Capítulo 5: El Chico del Tornado en las venas

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(Valentín)


Desde pequeño, fui un dolor de cabeza para mis padres y todo el que esta cerca de mi o tenía la tarea de cuidarme. De eso no tenía duda. Mi rostro, aunque había tenido suerte, si se veía de cerca estaba lleno de cicatrices varias; todas con historias propias, de eventos trágicos, cómicos, horripilantes o de accidentes que ocasioné mayormente por descuido o torpeza propia.

Inconntrolable, mi naturaleza siempre fue ser libre y salvaje, no pensar en donde pisaba ni detenerme con muros ni arboles. Una fuerza de la naturaleza, indomable y salvaje.

Mi papá lo aceptaba, el verdadero, ese que me heredó su tono de piel oscuro, su mirada furiosa y la lengua afilada. Recuerdo que siempre llevaba consigo un cambio de ropa, sabiendo que mamá me vestiría con ropa para maniquís y que me amenazaría de muerte si yo llegaba con una mancha. Preparaba siempre un conjunto especial; mi uniforme de aventuras, que constaba de un overól de mezclilla con las rodillas rotas y una playera llena de agujeritos con el las letras de PINKFLOYD en ella. Llevar aquella ropa en nuestros viajes, significaba tener cancha libre para desatar mi tornado interior. No tardaba en encontrar otros niños, jugar con ellos a lo que sea que estuvieran jugando para pronto hacerme su lider y llevar el juego a extremos mas interesantes:

Vamos a descubrir quien es el niño que puede trepar mas alto este árbol.

Vamos a descubrir quien es el niño que baja más rápido con sus patines por esta peligrosa calle empinada.

Vamos a descubrir que niño puede saltar más casas entre tejado y tejado.

No hace falta decir que poco a poco me hice una reputación de niño problema, y mis opciones de amigos se fueron limitando hasta llegar a cero. Los niños de mi edad o los más pequeños me tenían miedo. Sus padres les decían que yo era un delincuente. Y los verdaderos delincuentes empezaron a respetarme. (Los Adolescentes, no se espanten).

A veces incluso me pegaba chicles en el cabello, y le mentía a mi mamá de que los niños me molestaban o me los pegaban por malvados, solo para tener una escusa de llevar mi cabeza casi rapada siempre.

Me gustaba sentirme el niño malo de la cuadra, a mis 12 años, me gustaba que todos a mi alrededor supieran quien era el jefe. Incluso si para ello tenía que demostrarlo metiéndome en algunas peleas. Para mi mamá no era raro verme llegar a casa con alguna cortada, raspón o moretón.

—¡Pero mira nada más como te han dejado! —gritaba mamá con indignación, a punto de las lagrimas siempre que me veía.

Yo solo podía sonreirle, con mi sonrisa de labios rotos y sangre en las golpeadas encías;

—Pero deberías ver como los he dejado yo a todos esos...

Mi mamá siempre ha sido una señora devota. De esas que piensa que yendo a misa todos los domingos y dar lo que se supone sería mi mesada al padresito, limpiaría tanto sus pecados por concebirme como los míos. Si el infierno existe, se que es mi destino llegar ahí, con estilo. Como todos esos roqueros que a papá tanto le gusta poner en la radio de su camioneta.

En el cielo seguramente no hay Rock. No estará Freddy, ni Gene Simmons, , ni Michel Jackson o Pince. La vida eterna debe ser muy aburrida sin toda esa música que amo. Sin toda esa música que alimenta el tornado que corre por mis venas.

Mamá siempre quiso contenerme. Cerraba la casa con mil y unas llaves, candados y rejas. Pero incluso si mi casa fuera un calabozo o alcatraz, yo encontraba la forma de escapar.

Quizá por eso, cuando casi cumplí los 14, cuando papá se nos fue, perdiendo ante una enfermedad que nadie sabía que llevaba años combatiendo en silencio, me fue tan fácil escapar una ultima vez.

El Bebé de ValentinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora