ll. El mundo de Lief

73 11 48
                                    

Todos los seres humanos necesitan disponer de algo para ser felices. Amor, dinero, salud: son las aspiraciones más comunes. Las personas construyen su propio camino a la felicidad de múltiples maneras y algunos nunca la alcanzan a pesar de sus disímiles intentos; pero si la consiguen, no hay nada que dure eternamente, y la felicidad no es la excepción.

Ese no era el caso de Lief.
Lief tenía la oportunidad de alcanzar lo que tantos humanos anhelaban. Él podía alcanzar la felicidad eterna. Pero irónicamente, antes de poder lograrlo, debía convertirse en humano, y lo que es aún más irónico: Él nunca había sido feliz.

Lief siempre se quedaba absorto observando a los niños jugar con sonrisas en sus rostros a “Encuentra al dragón”, a los enamorados que prometían hacer feliz al otro frente al Santuario de los Espíritus de Saeregán, a dos viejos amigos teniendo un animado reencuentro, a la satisfacción que se reflejaba en el rostro de algún hechicero cuando por fin lograba ejecutar un nuevo conjuro, o la euforia de la gente soltando carcajadas de pura alegría mientras celebraban las fiestas tradicionales y milenarias de Saeregán como el homenaje a las hadas en agradecimiento al buen clima que mantenían cada año.

En ese tipo de fiestas siempre abundaban personas con un brillo especial en los ojos; que festejaban, bailaban y cantaban como si no tuvieran la oportunidad de volver a hacerlo nunca más. Lief no entendía cómo podían comportarse de esa manera porque no sabía que era la felicidad, pero inexplicablemente deseaba con todas sus fuerzas ser feliz, y esa era su única aspiración desde que podía recordar.

En una de las tantas fiestas que se celebraban en el pueblo, Lief encontró otro motivo por el que esperaba ser feliz, un motivo que no tenía nada que ver con ese irrefrenable impulso de ansiar la felicidad como si solo hubiera nacido para experimentarla. Conoció a un chico. Conoció a un chico con una bella sonrisa, esa sonrisa que lo acompañaba a todos lados, que era contagiosa y que cada vez que Lief se tomaba el tiempo de contemplarla, le invadían unas inmensas ganas de sonreír. Quería sonreír con él. Pero aunque Lief quería, no lograba sonreír. Su mejor intento de sonrisa era una lamentable mueca de asco. Y lo que era más importante, el chico del que se había enamorado no viviría para siempre. Rail no era inmortal como Lief. Rail era humano.

Había una larga lista de razones por las que un humano y un ser inmortal no debían cruzar sus destinos, empezando porque no tendrían la bendición de los Espíritus de Saeregán, los seres mágicos más poderosos e influyentes de todo Saeregán. Eran ellos los que tomaban decisiones que nadie podía cuestionar; impartían la “justcia” —o lo que ellos consideraban justo— a través de sus «mensajeros» y «sentenciadores»; dichos Espíritus, también eran los encargados de mantener una convivencia armónica con bases sólidas y pacíficas entre las criaturas mágicas y los humanos —o al menos lo intentaban—.

Había seres afortunados que tenían a los Espíritus de Saeregán como guardianes o protectores desde el inicio de su existencia, eran esos que a menudo llamaban héroes, también podían tratarse de animales fantásticos o bestias majestuosas como los dragones, los cuales representaban pura elegancia, fortaleza y sabiduría, eran temidos, amados y respetados. Era obvio que la especie de Lief no contaba con esa bendición divina por parte de los —con frecuencia nombrados— creadores absolutos.

Cómo si Lief no tuviera suficientes factores en contra del amor que le profesaba a Rail, los seres cómo él no estaban destinados a tener pareja. En realidad, los feudasios no estaban destinados a muchas cosas. Ni siquiera se sabía con exactitud de dónde venían. Se creía que quizás, como eran inmortales, podían ser una creación de los Espíritus de Saeregán —al igual que la gran mayoría de seres mágicos— pero nada garantizaba que fuese así; porque aunque esa fuera la vía más común para el surgimiento de otra especie, no era la única existente; por ejemplo, la fusión de distintos tipos de magia que estaban dispersas en el aire: era otra opción —un proceso que demoraba siglos, pero ocurría—; y además, aún eran desconocidas o un completo enigma algunas de las formas que daban origen a las criaturas mágicas. Sea cuál fuere el origen de los feudasios eran las criaturas más raras y exóticas de Saeregán. Y también las más insignificantes.

Paths of Love and Freedom [RELATOS CORTOS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora