00; "Obligación y culpa".

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Mateo.

Mis manos transpirando como nunca. Mis piernas titubeban siguiéndole el ritmo a mi pecho, que subía y bajaba con desespero, mientras me costaba mantener relajada mi respiración.

Las lágrimas salían solas, no había un puto manual de vida que me enseñe que mierda se hacía en este tipo de situaciones pero ahí estaba yo; sentado en el borde de la cama, dejándole la llamada número 25 a quien al parecer, le había dado la cara para borrar su contacto de todos lados.

Mis lágrimas salían solas, yo no tenía el control de ninguna parte de mi cuerpo. Menos podía controlar mis emociones.

Releí el papel que se había encargado de escribir antes de huir, y haciéndolo un bollo lo metí en el bolsillo de mi buzo para soltar un sollozo que retumbó las 4 paredes de la habitación.

"Ojalá algún día puedas perdonarme." Debajo, una dirección que desconocía.

Detrás de mi espalda la cuna no se encontraba vacía, y al recordarlo un llanto agudo me dio el cachetazo más crudo de todos. A partir de ahora me tocaba hacerme cargo solo.

El llanto de Gaia no cesaba; ella se removía en su lugar, esperando esos brazos que la busquen para sacarla de ese colchón y acercarla al calor de un cuerpo. O eso es lo que asumía, porque en dos cortos días apenas podía entender cuáles eran sus necesidades básicas.

Pero yo no podía. Yo no podía darle ese calor que estaba buscando. No me daba la sangre para darme la vuelta y recordar en evidencia que el amor de mi vida había tomado la desición más dura conmigo.

Solo esperaba que la alarma suene, o que alguien de afuera me saque de esta pesadilla de mierda, y mi hija siga siendo el fruto del amor más puro que alguna vez sentí por una mujer. Con ella a mi lado.

Una mano fría no tardó en posarse en mi hombro, y me desmoroné en los brazos de mamá apenas se puso de cuclillas frente a mí para tratar de soltar un minúsculo comentario al respecto.

Me sentía un inútil, ya llevaba perdida la cuenta de la cantidad de horas que llevaba perdido en mis miedos como un cagón, replanteándome un millón de veces si lo que pensaba hacer era lo correcto o si la estaba pifiando. Esta última era la que más resonaba.

—No puedo, mamá. Solo no puedo. —decidí, mocoso, y me separé en cuanto sentí haberle dejado humedecido el cuello de la remera. Ella posó una mano sobre la mía para dejar una caricia, y con la otra sobó mi pecho mientras me ayudaba a controlar la respiración antes de que me termine agarrando un ataque de ansiedad.

Papá había entrado a la habitación junto a ella, para hacerse cargo de lo que yo no pude en su momento, y ocuparse de la chiquita que todavía chillaba en la cuna.

No sé en qué momento entraron, ni cuando volvieron de comprar. Ellos fueron los primeros en enterarse de todo apenas me desperté con esa puta noticia, y no tardaron ni 15 minutos en venir a la puerta de mi casa para ayudarme en todo lo que necesite. Obviamente el apoyo moral no estaba de más.ñ

—Tranquilizate, mi amor. Solo no estás, primero que nada. —recordó, dedicándome una débil sonrisa a labios unidos mientras yo trataba de hacer desaparecer las lágrimas con el dorso de mi mano. Aún me costaba calmarme.—Estás haciendo lo correcto, sos joven y quizás no era lo que vos esperabas, pero nadie viene preparado para criar a un hijo. Sé que vas a poder hacerlo bien, tenés unos valores hermosos para inculcarle. —habló, dejando una caricia en mi mejilla mientras me miraba con un poco de pena. Odio trasmitirle eso.

Sorbí mi nariz mocosa, y mientras negaba con mi cabeza, refregué mi cara con ambas manos.

Pedro se llevó a Gaia al living, sin ni siquiera tomarse el tiempo de mirarme a la cara. Todo iba de mal en peor.

cobarde; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora