Compañero

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Cuando a Andrés se le presentó la oportunidad de ser prófugo de la justicia, siempre se imagino huyendo de la justicia en soledad. Vagando de ciudad en ciudad, enriqueciéndose de cultura como también nutriéndose de conocimientos e infinito amor por el arte y las mujeres. Enredándose en cálidos muslos femeninos, que lo recibían con los brazos abiertos, en cada ciudad que pisara. Regocijándose en amoríos efímeros e insustanciales que le ofrecían un entretenimiento por un tiempo. Para nuevamente huir, u ocultarse en algún lugar recóndito que no llamara mucho la atención.

Lo más alejado de su hermano menor, que pudiera.

Sin embargo, su idea de pasar por ese coqueteo peligroso con la ley, definitivamente no venía de la mano de pasar todos esos días al lado de la persona que una vez fue su compañero de atraco en el robo de esos diamantes y que curiosamente había sido el encargado de sacarlo de la cárcel, junto con la ayuda de su hermano.

La idea de trabajar con desconocidos, era principalmente debido a que al hacerlo no era estrictamente necesario que se mantuvieran en contacto después de un atraco, aumentando las posibilidades de escapar de la justicia o de no levantar sospechas, vayan a donde vayan. Era una regla fundamental para que algo delictivo que el papá de Sergio le habían enseñado, que era excepcional para que un plan sea llevado a cabo con excelencia: nada de relaciones personales.

Pero...¿Esa regla se adaptaba a tu mejor amigo?¿A tu compañero eterno, aquella persona única, que por esas casualidades de la vida tuviste la dicha de encontrar? No, o por lo menor para Andrés no lo hacía si esa persona en cuestión era Martín.

Los humanos, para Andrés estaban inherentemente heridos. Insisten en la búsqueda de satisfacción en cosas que propician un saciado deseo real o material, joyas, poder, fama, materiales, eran simples cosas materiales falsamente creadas para cubrir necesidades superficiales. Es decir, tal como diría Aristóteles, una vida dedicada a cualquiera de esos objetos se vuelve bastante miserable y vacía. Pero no para Andrés, si se lo preguntaban personalmente.

Después de todo, podía ser miserable y vacio, estando cubierto de joyas y dinero. ¿No?

Una vez, habló sobre eso con Martín. El ingeniero dentro de todo esa personalidad frontal y directa, casi robusta para algunos, era un ser tan exóticamente inteligente cómo calculador. Por lo que su respuesta fue crudamente dicha por los hechos, por la historia más visceral de la realidad.

—Los humanos, buscamos diversiones problemáticas para preocuparnos por la mente y bloquear todos los pensamientos angustiosos que se filtran. El alcohol, las peleas, los juegos, el sexo, son simples derivas que no nos permiten, o mejor dicho, no nos dejan darnos cuenta, que estamos completamente solos— le había dicho, como si nada, con un bolígrafo apretado entre los dientes de forma distraída, mientras realizaba unos complicados cálculos para entrar por esos diamantes, una tarde calurosa.— Nos hiere nuestra propia naturaleza, Andrés. La absoluta incertidumbre de nuestra condición incierta, nos perpetúa mediante la ansiedad, la desesperación. Vos, por ejemplo, cubrís tu propia soledad y desagrado por tu existencia, con una dosis perfecta de egocentrismo, mujeres y joyas— le había ronroneado con malicia, tomándolo por absoluta sorpresa.

Esa pequeña cabeza inteligente.

—¿Sabes en lo que te equivocas allí, mi querido amigo?— recordaba que la había ronroneado de igual modo malicioso, entrecerrando sus ojos sin fingir la mueca herida que le había dado, ante esos ojos atentos que dejaron los cálculos de lado para observarlo con una ceja en alta— Que yo no me siento solo o desagradable, estando a tu lado. Y quiero creer que tú...—dudó en agregar antes de sonreírle con una mueca que seguramente jamás había hecho en toda su puta vida— No sientes la ansiedad y la desesperación, estando a mi lado. ¿No? – Esa vez, no recibió una sonrisa, no recibió un ceño fruncido, ni siquiera unas bonitas cejas levantadas con un mentón arrogante. No, en esa ocasión, simplemente recibió un silencio. Un simple silencio, antes de que una carcajada divertida le hiciera vibrar el pecho de regocijo, mientras aceptaba con un suave quejido, el seco bolígrafo golpear juguetonamente su brazo.

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