Capítulo VIII

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Kazuha había salido de la casa a las seis y media de la mañana, Yunjin le había asegurado que no le molestaba que la despertaran temprano, pero al parecer no tenía planteado que la hora que la pelinegra se refería no eran las ocho ni las nueve, sino las seis y media.

A lo que se debía su estado de profundo sueño. Por lo que le escribió una nota avisándole que tenía que partir pero que prometía escribirle más tarde.

Llegó a la academia a las siete con quince, su clase comenzaba en unos minutos, pero siempre le resultaba más cómodo llegar un poco antes para calentar extra y practicar algunos pasos que le avergonzaba hacer frente a las demás bailarinas.

Habían pocas chicas en el salón a comparación de cuando están completas, así que pudo adueñarse de un espacio considerable para estirar.

Mientras lo hacía no podía evitar las imágenes de anoche repetirse en su cabeza, subiendo las comisuras de sus labios involuntariamente. Para ser sincera, aún no se creía lo que había pasado.

Había sido una experiencia tan cercana, tan delicada, tan en confianza. Nunca en la vida se había sentido tan querida como en los brazos que la rodearon. Llevaba conociendo a Yunjin un poco más de una semana, pero estaba segura de que quería mantenerla en su vida como una adición importante, continuar conociéndola, continuar abrazándola, continuar besándola...

Quería saber sus profundos secretos, sus pasatiempos, sus pensamientos, su defectos, quería conocer sus aburrimientos y sus penas. Para Kazuha, Yunjin era la persona más interesante que alguna vez se le había cruzado, y la mezcolanza de sentimientos que le causaba estar cerca de ella, exacerbaban cada una de aquellas emociones.

¿Le atraía? Definitivamente.

Y tenía planes para continuar conociéndola como una amiga, y como quien le gustaría abrazar con intimidad en la noches bajo la mirada endulzante de la otra.

Sus experiencias con Yunjin estaba tan frescas, que el entrenamiento no tuvo otro pensamiento que no fuera ella, lo mismo ocurrió durante las clases, ya con el profesor y las bailarinas acompañándola.

Cometió muchísimos errores, incluso se cayó un par de veces de lo distraída que estaba, pero esta vez Sakura no la recogió, quizás no sintió la necesidad de ayudarla ya que no habían sido caídas provocadas, de no ser por su distracción, probablemente le habría dolido.

No le molestaba, siempre había estado sola en esa academia, un poco de amabilidad no iba a cambiar nada.

Pensar en la rubia fue su único consuelo, sumado a la pasión que sentía por el ballet, no había otra cosa en el mundo que le gustaría practicar tanto como aquello, estaba profundamente enamorada del baile, y ninguna de esas chicas se lo iba a arrebatar.

Para el almuerzo, a pesar de conocer su lugar y sentarse aislada del resto de las chicas, no se vió librada de ellas.

Por alguna razón estaban obsesionadas con ella ¿por ser extranjera? ¿por no bailar lo suficientemente bien? ¿por no lucir tan bonita como Sakura? ¿por no llorar cada vez que la lastimaban? ¿por qué?

No habían respuestas lógicas, pero aunque se vieran exentas de explicaciones, no dejaban de atormentarla con insultos hirientes y acciones que dolían más que mil puños en el pecho.

El primer día la habían encerrado en el baño, sin su almuerzo, sin su celular, sin su ropa de cambio, nada. Estaba encerrada con su malla de baile, con grados infernalmente fríos, durante horas en las que no pudo pegar ni un ojo por el frío y por el miedo del regaño que iban a darle por llegar tarde.

Lo peor de todo es que nadie quiso escuchar sus explicaciones.

Hoy le habían botado el almuerzo, tampoco era algo tan elaborado, se lo había comprado en la tienda de la academia, y esparcieron rumores suyos de que era lesbiana por la manera en que observaba a Sakura.

Y si, Sakura era una chica linda, ¡Pero eso no quería decir que le gustaba! Quizás aquella es la razón por la que hoy no acudió a ayudarla, porque ahora la única chica que sentía compasión por ella, le genera repulsión.

Y Kazuha sabía perfectamente que no iban a parar de acosarla hasta verla desarmada en lágrimas y abandonando la escuela. Pero rendirse solo sería darles en el gusto, por duro que fuera.

Por lo que siempre se levantaba y daba lo mejor de si, lamentablemente hoy su cabeza estaba perdida en su única felicidad del momento, que aunque pueda ser fugaz, era su memoria feliz.

Tras comprar nuevamente comida para almorzar, subió a la azotea de la academia, no estaba permitido el paso sin la compañía de los funcionarios de la escuela, pero las personas con poder le otorgaban tan poca importancia, que nadie notaba si subía o no.

Se sentó a comer observando la cuidad desde arriba, admirando la vista revuelta en nubes, los árboles escasos en hojas, y la nieve que comenzaba acumularse en las calles.

Se colocó una alarma para no llegar tarde a su clase, y en eso que agarraba su celular recibió una llamada de su padre.

Hacía tiempo que no hablaba con su familia, creían que mientras menos influían en su viaje, más fácil le resultaría adaptarse al nuevo país.

Contestó alegre, casi al borde de las lágrimas al escuchar una voz tan familiar y amena como la de su querido padre. Hablar la lengua japonesa era como un abrazo cálido a su corazón.

—¿Cómo va todo hija?

Aunque fuera la misma voz de siempre, esta se escuchaba triste, como si tuviera malas noticias que contar.

—Todo bien papá, ¿por allá? ¿Cómo está mamá?

El silencio de unos instantes fue suficiente para dar vuelta el mundo de la pelinegra. De pronto la vista no era tan hermosa, sino gélida e inmensamente triste.

—Volvió el cáncer. Y está vez no hay vuelta atrás.

Las lágrimas que estuvo guardando durante todo el día brotaron de sus ojos con violencia, como si fuera un bebé recién saliendo de su madre. De una madre que le dió la vida y que ahora estaba a punto de perder la suya.

—Tienes que volver.

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Don't Fly Away | Shinez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora