Nueve

98 23 1
                                    

Eras frío. Demasiado. Tenía que usar una manta para estar a tu lado.

Pero después me sonreías y mi corazón volvía a su calidez normal.

Vivíamos sobre el hielo, respirando el aire helado y congelándonos. A mí no me importaba si, por lo menos, recibía una sonrisa de tu parte. Eso hacía que un día nublado pasara a ser soleado.

Y era estúpido. Porque había más gente que me hacía lo mismo, pero solo tu sonrisa de completo idiota lograba acelerar mi corazón. Esos nervios tan fantásticos que trágicamente tú ocasionaste.

Y Kenma, ¿cómo pudiste ser capaz de controlarme tan fácilmente? Con una sonrisa, yo estaba a tus pies. Y tu mirada, esa detrás de la dulce, la que se burlaba de mí, me enamoraba cada día un poco más. ¿Qué tan idiota fui?

Recuerdo un día exacto. Está nublado, tenemos frío. Jugamos al voley con amigos. Es una mañana increíble y tú, ya sabiendo lo que sentía, sugeriste intercambiar abrigos. Tú con mi estúpida chaqueta, yo con tu estúpida sudadera. Recuerdo sentir mi rostro arder al leer tu apellido sobre mí y mirarme, encontrándome con esos ojos que me enamoraron y a su vez, con la mirada falsa de tu parte. Tu hipócrita manera de mirarme, riéndote de forma dulce, luciendo hermoso bajo tus despiadadas mentiras.

Te dejé mi corazón en tus manos, te di todo de mí.

Y fue porque te quería.

Pero para ti todo eso fue solo un juego.

Carta para no llorar | KurokenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora