Capítulo 5 Harina en el velo

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Narra Betsabé

Otra vez viernes. Y estaba físicamente agotada. Hubo mucho mas movimiento de lo usual en el Mercado, estos últimos dos días.  Ayer, jueves, Doña Suleiha volvió de una reunión general que se hizo con los comerciantes de la zona para anunciar que se habían renegociado los términos con los subcontratistas del servicio de recolección de residuos bajo el arbitraje del consejo de ancianos de la Tribu. También se dio la excelente noticia, de un arreglo para que los productores de alimentos y las dos fabricas textiles pudieran transportar sus productos a la ciudad para ser comercializados allí. La facilitación de camiones y permisos, ayudaría sustancialmente a la economía regional. Y a mayor ingreso, mayor poder adquisitivo, mayor movimiento en la pastelería. 

Oficialmente era Sabbat, la primera estrella brillaba en el firmamento. Solo me faltaba darle vuelta a la esquina y llegaba a casa. Me urgía un baño, tenía duro el cabello por la harina. Mi ropa manchada y el velo sucio. Podría a reposar en agua mis prendas y mañana lo lavaría. Estaba prohibido trabajar en Sabbat, inclusive lavar la ropa. Pero vivo sola, nadie se enteraría después de todo. La esencia del Sabbat era descansar y disfrutar en familia, algo que ya no tenía. Por eso es que, sin hacer mucho ruido, solía aprovechar para limpiar la casa, escuchar música o leer.  

Noté un automóvil negro y lujoso estacionado en la puerta de mi casa. Las luces delanteras me estorbaban la vista y no podía ver quien estaba dentro. Al llegar a la altura de la puerta del conductor, este bajo la ventanilla y lo reconocí... Bethüel.

- ¡Hey! ¡Hola!

- Buenas noches, señorita.- sonrió muy amable.  

- Buenas noches, Bethüel. ¿Qué haces aquí?

- Vine a traerle algo de parte del Señor.- se dio vuelta a buscar algo en el asiento trasero. No venía solo, tenía de acompañante al chofer que el lunes había venido al rescate. Me extendió una una bolsa blanca de cartón, me arrimé a recibirla. 

- Oh! Gracias! No pensé que fueran a venir, realmente. No era necesario. - la recibí con una sonrisa. Sentía de nuevo esas mariposas. Honestamente la expectativa con la que había quedado el Lunes, se me había ido con el paso de los días. Quizás simplemente se habían olvidado de mí. Y hasta cierto punto me sentí un poco ilusa. 

- El Señor se lo había prometido, lamento haber demorado tantos días en traérselo. Hubo demasiado trabajo en las oficinas... agg ya se imaginará.-  Se sonrojo y reaccionó con vergüenza. Notaba que era sincero. Me dio pena. Yo tampoco tenía derecho a exigirles nada.

- ¿Quieren pasar adentro por un te?- ofrecí

- No queremos ser inoportunos, aparte ya hemos alquilado una habitación en un Hotel a unos kilómetros de aquí. - respondió muy correcto el joven.

- ¿Y tienen comida para esta noche y mañana?

- ¿Cómo?- Preguntó el otro hombre de bigote. 

- Digo, por el Sabbat. Hasta mañana por la noche no encontraran ninguna cocina abierta.- le expliqué.

- Cierto, la comida. Yo sabía que algo me olvidaba.- Se golpeo la cabeza con su mano, soltando un suspiro. 

- Explícame.- su compañero seguía sin entender.

- Aquí la gente es muy respetuosa del Sabbat. No como en la ciudad. No vamos a conseguir nada abierto para comprar comida. - mientras Bethüel le explicaba, su oyente se ponía pálido.

-¿Es un chiste? ¡Estoy muerto de hambre, no he comido desde el desayuno!- 

Se me escapó una risita, que hizo que se concentraran nuevamente en mi. Y les volví a ofrecer pasar dentro a comer algo. Ambos aceptaron. Bajaron del auto y me siguieron. 

La Cuarta EsposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora