Prólogo

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-No. Ni hablar. - le respondí cortante. 

-No te he pedido opinión, lo harás. 

Miré a mi padre con odio contenido, sentía como las lágrimas se acumulaban en mis ojos, deseando salir. Pero no, no daría ese placer a mi padre. Ni muerta. 

El se levantó y se apoyó en la mesa del escritorio, mirándome detenidamente. Levanté la mirada con los ojos inyectados en sangre de la impotencia. No había escapatoria. 

Sonrió con cierto cinismo y me hizo un gesto con la mano, para que me relajara. 

- Definitivamente tienes mis ojos. - asintió, orgulloso.  

Me levanté de golpe, acercándome a él. 

- No puedes obligarme. ¡No soy una moneda de cambio o un objeto que puedas intercambiar como te plazca! - grité. 

- Princesita, puedo y lo haré. Soy tu padre. - su orgullo dejó paso a esa mirada vacía y feroz que tanto le caracterizaba. - Llora, grita o pega a alguien si quieres, todo está hecho. 

- ¡NO! - volví a gritar dando un golpe en la mesa, a su lado. - Antes muerta.

Él negó varias veces con la cabeza, después de soltar una carcajada, la situación le divertía más de lo que pensaba. Colocó sus ásperas manos sobre mis hombros y los apretó, haciéndome retroceder.  Mi padre era un hombre alto y muy robusto, complexión fuerte. Un cuerpo de matón, con la fuerza de uno.

-Mis ojos y el carácter de tu madre, - me obligó a sentarme de nuevo en el sillón.- Eres mayor y lista Nikita, tienes que entender que de esto depende el negocio. Seremos muy grandes, princesa, y todo gracias a ti. 

No pude evitar reírme ante la palabra "negocio". 

- Creo que tu y tu estúpido clan corrupto puede irse la mierda. No tengo ni quiero sacrificarme por algo tan repugnante como este "negocio". 

Volvió detrás del escritorio, donde se sentó en su gran sillón de cuero negro. Se recogió la media melena de pelo gris en un moño y se acomodó. 

- Me encargaré yo mismo de que tengas todo lo que necesites, ahora levántate y prepara tus maletas. Iremos a hacerle una visita a tu futuro prometido, hija mía. 

Los dos hombres de traje que esperaban en la puerta entraron y se colocaron a mi lado, esperando a que me levantase. Me crucé de brazos, desafiando a mi padre, pero de poco sirvió. Los dos hombres me cogieron por debajo del hombro y me sacaron a rastras. 

- ¡Una mierda! ¡Me pienso morir antes de que me arruines la vida, viejo! - seguí gritándole al aire, al mismo tiempo que la risa de mi padre se escuchaba más lejana. 

Me sentí una niña otra vez, cosa que me frustró más de lo que ya estaba. Que injusto. 

Estoy condenada. 

Me voy a casar con alguien a quien no quiero, a quien no conozco, para salvar algo que no merece ser salvado. 

Los gigantes que me arrastraban me tiraron dentro de mi habitación con cero tacto. Me quejé y ellos cerraron la puerta, haciendo un fuerte ruido. Me levanté del suelo y me miré al espejo de mi izquierda, derrotada. 

No. 

No podía permitir que tiraran por la borda mi vida, nefasta, pero mia. Me negaba. 

¿Casarme? ¿Yo? Solo el pensarlo revolvía mi estómago. 

Me cambié de ropa rápidamente, algo cómodo, lo suficientemente oscuro y cutre para pasar desapercibida. Cogí mi mochila de cuero y la llené con algunas prendas de ropa, básicos de higiene, cargador y alguna que otra cosa que sabía que necesitaría. La cerré y me giré hacia la mesita de luz, abrí el tercer cajón y cogí la carpeta con todos mis documentos, lo raro era que siguiesen ahí. Suerte la mia. 


Cogí las dos maletas rojas que guardaba en el vestidor y las llené de toda la ropa y zapatos aleatoriamente, sin mirar realmente lo que metía. Las cerré a duras penas y paré un segundo a respirar, repasando mentalmente mi siguiente paso. 

Mochila, documentos, maletas...

Hice un repaso de todos los cajones de armarios y cómodas por si me dejaba algo importante. Dejé las maletas en la esquina de la cama, junto a una chaqueta y antes de atreverme a abrir la puerta di media vuelta, casi corriendo volví al vestidor y me agaché para llegar a la caja fuerte que había detras de la puerta. 

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La caja se abrió y ahí estaba, envuelto en una bolsa de terciopelo roja, con carácteres japoneses bordado en hilo negro. Cogí con cuidado la bolsa y me la puse en lo más hondo de la mochila. Suspiré con cierto alivio y me levanté de nuevo. 

Hice un último escáner a la habitación antes de abrir la puerta. Como lo suponía, los dos gorilas seguían esperando en la puerta, temiendo que me escapase. 

No les faltaba razón. 

Uno de ellos, calvo y con una gran cicatriz que imponía, me miró extrañado. 

- No puedes salir. Son órdenes. - definitivamente la voz aguda no le hacía justicia con su aspecto. 

Reprimí una pequeña risa ante la extraña combinación y abrí por completo la puerta, apartandome hacia un lado, para que viese dentro. 

- Estoy lista, puedes decirselo a mi padre. Pero iré a despedirme de mi mejor amiga al menos. - respondí mostrándome molesta. 

Ambos miraron por encima de mi, se miraron y me hicieron un gesto para que los siguiese hasta el despacho. Abrieron la puerta y mi padre, sin levantar la mirada soltó un suspiro. 

- No te vas a ninguna parte Niki. 

- Ya que me acabas de vender como granjero que vende su vaca, lo mínimo es dejarme despedir de Maya. Como minimo, repito. 

Levantó su mirada que se mostró ciertamente extrañada por como iba vestida.  Dudó un segundo antes de que yo le interrumpiese su posible respuesta negativa. 

- Las maletas están listas en mi habitación, tengo la documentación ahí - mentí - tus hombres las han visto. 

Durante unos segundos nuestras miradas, mismas miradas cargadas de resentimiento, se batieron a un duelo. 

- Muy bien. Tienes una hora, no más. - respondió, volviendo su mirada hacia los papeles que estaba rellenando. - ¿Tienes la pulsera?

Levanté el brazo y lo moví, para que escuchase el tintineo de la pulsera plateada que tenía en el brazo izquierdo. Pulsera o esposa, no sé qué termino era más apto. 

- Ni que pudiese quitármela. 

Fugitiva.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora