Capítulo 4.

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La primavera apenas estaba comenzando, pero el frío aún seguía presente. Shimokitazawa era un lugar vibrante de energía, un sitio donde lo moderno y lo tradicional convivían, creando una armonía muy característica. Era fascinante el caos que generaba esa combinación de antigüedad y modernidad, pero, de alguna forma, funcionaba. Por lo que mi tío me había estado comentando, el barrio era bastante conocido por su estilo bohemio, callejones estrechos y cantidad de tiendas independientes que yo moría por explorar.

En principio, la tienda de móviles tenía que estar en la calle principal, por lo que disfruté de un tranquilo paseo admirando y observando todos los detalles que esas calles escondían. Me sentía tan, pero tan lejos de casa...

Aun así, este lugar me estaba encantando. Se veía todo tan desordenado y caótico, pero extrañamente todo encajaba a la perfección. Los edificios bajos se intercalaban con las casas tradicionales japonesas y tiendas modernas, las calles llenas de grafitis muy bien trabajados y carteles de neón, ahora apagados.

Había perdido un poco la noción del tiempo, pero imaginaba que no era muy tarde, puesto que había muchos jóvenes por las calles, algunos de ellos en callejones fumando, otros sentados en las tiendas de conveniencia. Me paré un par de veces a escuchar a algunos artistas callejeros, cantar e intenté entender las letras con mi nefasto nivel del idioma.

Todo tenía tanto color, que era imposible no sentirse maravillada con el mínimo detalle. El estilo de las personas, las tiendas vintage, los aparadores, la mezcla de música y de olores que llenaban las calles principales. Todos eran piezas de puzzle sin sentido, pegadas a la fuerza pero creando una imagen de lo más pintoresca.

Tras caminar un rato, a mi derecha me encuentro una tienda de electrónica de estilo retro, con colores chillones y estantes abarrotados de gadgets viejos y nuevos. Mi primera parada.

Tal vez entro, me doy cuenta del caos que domina en la tienda, una mezcla de productos amontonados y el dueño, un hombre mayor con gafas gruesas, me mira con una mezcla de curiosidad y aburrimiento mientras me acerco. Con el mismo poco interés, tras pedirle un teléfono móvil básico y barato, me comienza a mostrar varios modelos, de los cuales me quedé con un Samsung bastante actual y extrañamente barato. El hombre también me ofreció una tarjeta de prepago que acepté encantada.

Al terminar mi primera tarea, salgo y decido caminar un poco más mientras busco una tienda de ropa donde comprar un par de básicos. Me negaba a usar la ropa de mi tío, me sentía ridícula.

Justo dos tiendas más adelante, encontré mi siguiente parada. Tenía un par de maniquíes afuera con ropa de los 2000 y los pósteres abundaban en el expositor. Al entrar, música de lo que supuse que era hip hop japonés, dominaba la tienda. El chico que trabajaba ahí me saludó con una sonrisa, que dejaba ver su piercing, un smile. Saludé de vuelta y comencé a buscar joyas entre las prendas.

Después de más de media hora entre ropa y accesorios, decidí no darle muchas vueltas y llevarme más ropa de la que pensaba que haría. Mi tío me va a matar.

Un par de pantalones gastados de tiro bajo, unos cuantos tops y tirantes de colores, un chándal, un par de faldas cortas, zapatos... y demasiados accesorios. Cuando fui a pagar, el chico se mostraba más que contento con mi gran compra y me regaló unas gafas de sol de lo más originales.

– Te falta un abrigo y, viendo lo que llevas, tengo el perfecto para ti —comentó sonriendo, esta vez sus hoyuelos salieron a la luz.

– No creo que haga falta, pero gracias–. Pese a que intenté sonreír, creo que no lo hice muy bien, ya que él soltó una risa de lo más curiosa.

Salió del mostrador y me arrastró hacia la planta baja, sin hacer caso de mi rechazo a la oferta. Seguro que se debía a mi mal nivel de japonés. Debería ir a clases.

– En dos meses me agradecerás el tener un buen abrigo. ¿Eres nueva aquí? —. Gracias a Dios, me habló en inglés y sentí cómo la tensión de mis hombros desaparecía.

Asentí con la cabeza mientras él rebuscaba entre prendas.

– ¡Aquí está! – me entregó un precioso abrigo de cuero marrón, con mangas anchas y una caída de cintura preciosa. Se veía cómodo, grueso y calentito.

– No me gusta darle la razón a la gente, pero vaya belleza de abrigo. —Le sonreí mientras me lo probaba rápidamente. Él asintió triunfante y me colocó delante del espejo.

Entre comentarios y adulaciones, admití que era un buen vendedor y que me llevaría la chaqueta. Girls math, si lo compraba ahora, no necesitaría comprarla dentro de dos meses.

– Si algún día te sientes aburrida y te falta compañía, pásate por aquí —me dijo entregándome la bolsa—. Me llamo Saito, encantado...

Yo sonreí y le ofrecí la mano.

– Nikita, me llamo Nikita.

Me despedí de mi nuevo amigo, muy contenta con todas mis compras y a la vez temiendo la posible bronca de mi tío. De vuelta a casa, ya ubicándome un poco, me detuve en un pequeño puente que había al otro lado del barrio, un atajo. Me quedé parada en medio, observando la ciudad y en cómo de diferente era todo, pero sobre todo, cómo de ligera, me sentía aun cargando con el peso que llevaba detrás.

Antes del atardecer volví a casa de mi tío, me quedé un par de minutos fuera, admirando como todo seguía igual de lo que recordaba. Era una pequeña casa tradicional escondida entre edificios modernos, los muros de madera , ya estaban envejecidos, después de todo, había sido la primera casa que tuvieron mis abuelos. Aún así se veía el cariño que mi tío había puesto en la casa y el jardín delantero, las piedras estaban limpias y las pequeñas plantas de bambú bien cuidadas. Era un pequeño oasis de paz y recuerdos. 

 Justo antes de entrar, mi tío salió por la puerta. Se paró un segundo, me miró y luego miró todas las bolsas que cargaban mis manos, me volvió a mirar, negando con la cabeza en forma de rendición. 

– Lo peor es que no me sorprende –soltó, junto con una carcajada. Yo me encogí de hombros y me quité los zapatos para entrar– Voy a comprar algo de comida, vuelvo en un rato. 

Asentí y cerró la puerta. Respiré profundamente y subí al piso de arriba, a moldear un poco la habitación a mi gusto, cambiarme y darme otra ducha. Sigo oliendo a moho. 

Fugitiva.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora