Capítulo 3.

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Caminé entre los asientos intentando encontrar mi número. No era el mejor asiento pero no podía quejarme, al menos no tenía niños llorando cerca. No hay cosa mas horrible que largas horas de vuelo junto a criaturas que solo pueden llorar. 

El largo y tedioso vuelo lo pasé haciendo pequeñas cabezaditas, excepto las últimas dos horas, ya que mi ansia por llegar me superaba. 

Cuando salí del aeropuerto me quedé esperando un taxi, que pasaban frenéticamente llevándose a todos los turistas posibles. En ese momento eché mucho de menos mi coche. 

Al cabo de unos 10 minutos, un taxi paró en frente mio. Un señor bastante mayor me saludó sonriendo. Me recordó a mi abuelo y eso me trajo cierta nostalgia. Entré rápidamente y le indiqué la dirección en mi pobre y olvidado japonés. Me arrepentí de no escuchar más a mi madre. 

El viaje transcurrió más lento de lo que deseaba, era hora pico en Tokyo y los coches dominaban todas las carreteras y autopistas. El conductor, quien se presentó como Takeo, intentó entablar conversación unas cuantas veces, sorprendido por mi dominio, básico, del idioma. Le comenté que mi madre era japonesa y me había enseñado lo poco que sabía. 

- Pocos dirían que eres mitad japonesa, jovencita. - rió el conductor. 

- Supongo que los rasgos de mi padre fueron más fuertes. - respondí con cierta amargura. 

Si algo había heredado de mi madre era el pelo negro y liso junto la forma de los ojos rasgados tan especiales de mi madre y aún así el color era de mi padre. Los ojos verdes, las facciones, la tez pálida, la sonrisa...Por desgracia me miraba al espejo y veía más a mi padre que a mi madre. 

Una hora después llegué a mi destino, pagué al señor Takeo y agradecí. Antes de girarme para tocar el timbre el conductor me volvió a llamar.

- Lo importante no es la apariencia, es la esencia de la persona, eso dura más. - me volvió a regalar una cálida sonrisa y se fue. 

No sé por qué pero la frase se sintió también como un regalo. Un bonito y necesario regalo. 

Toqué el timbre varias veces, nerviosa de saber como sería recibida o si no me responderían. A la sexta vez que hacía sonar el timbre y ver que no daban respuesta, me di la vuelta dispuesta a irme, con lágrimas ya reunidas en mis ojos. 

- ¿Nikita? - reconocí esa voz dulce y tranquila de mi tío. - ¿De verdad eres tú?

Me giré rápidamente y salté a abrazarlo fuertemente, el me correspondió y me abrazó aún más fuerte antes de separarse de mi, con sus manos aún en mis hombros y una sonrisa que le ocupaba toda la cara. Unas lágrimas corrieron por su mejilla, se las limpió rápidamente y me empujó suavemente hacia dentro de la casa. 

Antes de entrar, me indicó donde dejar los zapatos y me dio unas zapatillas suyas para estar por casa. Cierta nostalgia me envolvió, recordando algunos años de mi infancia donde pasaba la mayor parte del tiempo con mis tíos y abuela, mientras mis padres viajaban por negocios, mucho antes de mudarnos a Rusia. 

Lo acompañé hasta el piso de arriba, mientras me explicaba algunas reformas que había hecho al antiguo hogar de mi abuela. Nos paramos en una puerta blanca y me cogió la mochila, junto mis chaquetas. 

- Hay muchas cosas que quiero saber, pero necesitas un baño...o dos. Apestas. - bromeó indicándome el baño tras esa puerta. 

- Creo que el olor a moho se ha quedado conmigo. 

Tras un largo baño con sales y jabón, mucho jabón. Salí vestida con el pijama que mi tío me había dejado, me sentía fresca y renovada. Aliviada por fin, me sentía a salvo. Un poco al menos. 

Fugitiva.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora