Semana Santa...
Me crié en un hogar de ateos pero eso no impidió que mis hermanos y yo fuéramos bautizados ni que tomáramos la Comunión.
Por lo menos Jorge y yo la tomamos, de José no recuerdo haber visto ninguna foto, pero bautizado sí lo fue.
A medida que fuimos creciendo cada uno tomó la dirección con la que se sentía más cómodo, dirección que no viene al caso.
Como ya se me ha hecho casi una necesidad, hoy me dieron ganas de hablar de la Semana Santa de mi niñez/adolescencia.
Tuve que pedir ayuda a mis amigos que siempre se muestran dispuestos a brindarse.-¡Carmita! Acordate de comprar el bacalao con tiempo, le dijo abuela.
-¡Sí, mamá! Primero tendremos que saber el precio. ¡Este año dicen que está carísimo!
-¡Eque, aca, oco!, recitó su muletilla la abuela. ¡Igual hay que comprar! ¿Qué vamos a comer el viernes santo?
- Iré mañana, dijo mamá.
-¡Mirá, yornia! ¡Andá hoy o nos quedaremos sin bacalao!
Nunca entendí el "eque, aca, oco, ni el yornia" pero me parece que cuando abuela dice "yornia", está enojada, y cuando dice "eque, aca, oco", está de acuerdo.
Mamá no contestó nada y siguió cocinando en esa olla gigante, esmaltada. Creo que estaba haciendo puchero.
Después de la siesta mamá me llamó.
-¡Adrianaaa! ¡Vamos a hacer mandados!
-¡Bueno, mami!, exclamé contenta.
Me gusta salir con mamá. ¡Se para a conversar con todo el mundo! ¡Parece que conoce a todos los que viven en Florida!
Recorrimos una cuadra antes de llegar al almacén de Piñeiro. En ese corto trayecto se detuvo a hablar con la Chicha y con Paula, más adelante conversó con la mamá de Liliana, Beatriz y Raúl . Cuando las conversaciones se hacen largas, yo me aburro un poco y le tironeo la mano. Mamá me retuerce los ojos y me tranquilizo por un ratito.
¡Por fin llegamos al almacén!
-¡Aaaaawwww! ¡Qué olor tan feo!, le digo.
Recuerdo claramente la sonrisa de la señora del almacén.
-Es olor de bacalao, Adriana, me dice.
-¡Qué feo es!, exclamé.
-¡Pero muy sabroso!, volvió a decir la señora.
-¡Yo no pienso comer eso!, dije muy segura.
Mamá me agarró fueeerte del brazo y volvió a mirarme con esa mirada que metía miedo. Me callé la boca y me dediqué a oler profundo y largar el aire con ruido, algo así como
-¡Puajjj!
Mamá se enfrascó a conversar con la señora, no me sé su nombre, hablaron de todo, menos del bacalao. Ya casi despidiéndose preguntó:
-¿A cuánto está el bacalao?
¡Al escuchar el precio se espantó!
-¡Pero qué disparate!, exclamó.
-¡Pero mirá que es el bueno! ¡Es el noruego!
-¡Sí, sí! ¡Pero igual está carísimo! ¡Bueno, ya veremos qué hacemos!
Nos despedimos y caminamos otra cuadra, hasta llegar a lo de Ramírez.
Yo iba olfateando mi ropa y hacía cara fea.
-¿Qué te pasa!, preguntó mamá.
-¡Mirá! ¡Tengo olor a bacalao!, le dije estirando mi brazo para que me oliera
-¡Dejate de pavadas!, solo eso me dijo.
En lo de Ramírez pasó más o menos lo mismo. Después de saludar, pregunté:
-¿Ustedes también venden bacalao?
Obviamente ya sabía la respuesta pues el olor que había me descomponía el estómago.
-¡No empecés, Adriana!, me dijo mamá.
Los grandes se pusieron de charlas y yo me entretuve conversando con Néstor, que siempre me hacía reír.
Mamá salió sin bacalao.
Rumbeamos para el centro. En la vereda de lo Angelero nos detuvimos a conversar un buen rato. Yo miraba para todos lados, como buscando algo.
-¿Qué buscás?, me preguntó mamá.
-El almacén de esta cuadra, respondí.
-Acá no hay.
-¿Nooooo? ¡Pero hay olor a bacalao!
-¡No seas tan exagerada, Adriana!
Y nos fuimos. Yo estaba aburrida. Mucha charla, ninguna compra y mucho olor. Se me ocurrió decirle a mamá:
-¡Che, mamá!, y no pude continuar.
-¿Cómo che mamá? ¡A mí me hablás con respeto, mocosa!
-¡Mamá!
-¿Qué querés, ahora?
-¿Y si le decimos a abuela que ya no hay bacalao? ¡Yo no quiero comer eso! ¡El olor me persigue!
-¿Estás loquita? ¡El viernes santo hay que comer bacalao!
-¿Por qué?
-¡Porque sí!
-¿Y si no te gusta?
-¡Igual se come!
-¡Pero mamaaá! ¡A mí no me gusta! ¡Yo quiero carne!
-¡Pero no se puede comer carne, Adriana! ¡Eso es pecado!
-¡Pero vos no vas a la iglesia, mamá!
-¡Eso no tiene nada que ver! El viernes santo se come bacalao y ¡no se habla más!
-¡Quiero irme para casa!, dije bien empacada.
-¡Mirá! Vamos hasta el Bahía y después cruzamos hasta El Galeón a comprar bizcochos, ¿querés?
¡Me encantó la idea! Aguanté estoicamente el olor a bacalao que había en el supermercado y luego nos fuimos a la panadería.
Regresamos a casa, cansadas y olorosas.
Ya seguiríamos recorriendo almacenes y seguramente el último día compraríamos el famoso bacalao. A mamá le encanta salir todos los días y el bacalao es una excusa perfecta.
Abuela ya la esperaba con el mate dulce pronto. Había hecho una rosca con chicharrones y nosotros llevamos bizcochos. Tomé la leche y después me uní a la ronda del mate.
En esa semana previa a la Semana Santa, recorrimos todos los barrios en busca de bacalao.
Del barrio de las tres plazas nos fuimos al centro, entramos en lo de Losantos, conversamos con la familia Garrido. Ellos tienen una hija que se llama igualito a mí: Adriana Beatriz. ¡Pobre! A mí no me gusta llamarme Beatriz, supongo que a ella tampoco. Pasamos por lo de Maryón, mamá y Norma conversan un poco y nosotras aprovechamos a susurrar los nombres de los gurises que nos gustan. Muerta de risa Maryón me pregunta:
-¿A qué tenés olor?
-¡A bacalao!, le digo furiosa, aunque no pude aguantar la risa.
Me hubiera gustado que Maryón fuera con nosotras, pero creo que no la dejaron. Nuestras madres nos castigan casi a diario y la penitencia más grande es cuando no nos dejan ver.
-¿Qué hiciste hoy?, le pregunté a Maryón.
-¡Yo no me acuerdo! ¡Le habré contestado mal, yo qué sé!
¡Qué lástima!
Llegamos a Independencia. ¡Me encanta mirar vidrieras! Ahí es más lenta la caminata porque mamá se para con todo el mundo. ¡Siempre tienen temas graciosos! Entramos a cuanto boliche hay. ¡Uy! Entramos al que está pegado al Club Florida. Siempre hay muchachos en esa vereda. ¡Son más grandes y son todos churrazos! A mí me da cosa pasar por ahí porque sé que me pongo colorada y ¡me da rabia!
Entramos al Bazar Florida solo a mirar y a conversar.
Seguimos caminando, cruzamos, vamos hasta la Farmacia Dupest. ¡Por suerte compramos algo! Es un sobrecito de un polvito que parece mágico porque si nos pica un mosquito, nos ponen eso, si nos caemos y nos lastimamos, el polvito lo sana. ¡Lo usamos para todo!
-¿Cómo se llama ese polvito?, le pregunté a mamá.
-Sulfatiazol, me dijo.
-¿Y para qué sirve?
-¡Para todo!
Ya lo imaginaba... ¡Es mágico!
Seguimos nuestra caminata, cruzamos y nos fuimos al almacén de Basso. ¡Ahí me encanta ir! Somos vecinos de siempre y son re divertidos. Después de un buen rato, creo que mamá se tomó algunos mates con Mirtha, continuamos nuestra maratón. Hoy tocaba recorrer los comercios del centro. ¡Entramos a todos! Al de Piedrabuena, en la esquina de Independencia y Herrera, seguimos y a mí se me hacía agua la nariz pensando en que pronto comenzaría a sentir el olorcito a café de Manzanares. ¡Qué chasco me llevé! Cuando entramos nos invadió una extraña mezcla aromática de café y bacalao. ¡Casi muero de decepción!
-¡Vamos a lo Canclini!, dijo mamá.
-¡Pero yo estoy cansada, mamá! ¡Mejor salimos con papá, en el auto!
Se ve que la gordita también estaba cansada porque me aceptó la propuesta.
-¡Pero mañana sí o sí debemos comprar el bacalao!, dijo con vehemencia.
-¿Papá está mañana?, le pregunté ilusionada.
-¡Sí! Mañana salimos con papá.
¡Eso me encanta! ¡Con papá nos recorremos todos los barrios! ¡Tanto papá como mamá, se conocen con todos y conversan pila!
Temprano de la mañana salimos a comprar bacalao.
-¿A vos te gusta el bacalao, papi?
-¿A mí? Mmm... No mucho, pero igual lo como, me respondió.
En el oído le pregunté:
-¿Yo puedo comer carne?
Papá se rió con complicidad y me dijo:
-¡Ya veremos! A lo mejor podemos zafar los dos.
Y allá partimos rumbo al Prado Español. Paramos en varios almacenes pero el que más recuerdo, porque estuvimos mucho rato, fue El Mallorquín, de los Flaquer. ¡Ahí hay de todo! ¡Y hedía a bacalao! En esa ocasión, papá compró algunas cosas, pero, por suerte, no llevó bacalao.
-¿Y si vamos hasta lo del Coco González?, preguntó mamá.
-¡Bueno! ¡Vamos!, dijo papá.
-Mientras vos vas, yo aprovecho y me voy a conversar a lo del Óscar, dijo mamá.
Eso me gustó mucho pues los tíos de mamá son divertidos y bochincheros. Mientras ellos toman mate yo me divierto con mis primos, Oscarito, Ma. Blanca y Marisa. Pasamos un buen rato. Cuando vino papá a buscarnos pensé que nos iríamos, pero no, papá se sentó también.
Antes de irnos tuve la necesidad de preguntar:
-¿Ustedes comen bacalao?
La respuesta fue afirmativa. Los grandes se enfrascaron en el tema bacalao y su precio.
Tía Mabel dijo que ellos habían comprado en lo Colista, ese gran almacén que queda cerca del Mercado.
Marchamos otra vez y rumbeamos al barrio de la Plaza Artigas. Allí encontramos los almacenes de Santurio y Cortada. Yo me quedé en el auto mientras papá y mamá se bajaban.
¡Nunca me imaginé que hubiera tantos almacenes en Florida! ¡Y todos huelen a bacalao! ¡Por favor!
Pasear por los diferentes barrios, con las ventanillas abiertas y que se me alborote el pelo, ¡es fantástico! Aunque en estos días no me gusta para nada el olorcito que tiene la ciudad.
De la plaza nos vamos a lo Pugliese, creo que es ese almacén que está enfrente a lo de Adán Rodríguez. También recorremos los comercios de la Avenida Artigas. Pero antes pasamos por lo de Soler. A mí me gusta ir con Maryón a lo de Soler porque nos invitan a probar los calditos Knorr. Allí los probamos todos y decimos que están riquísimos, pero en casa, cuando mamá usa alguno, lo hace a escondidas, pues yo le digo que a mí no me gustan. Tira la cajita y el envoltorio muy abajo, en el tarro de basura. Un día la descubrí y la gordita se mataba de risa.
Ya llegando a casa, y sin bacalao, mamá le dice a papá:
- Esta tarde podríamos ir hasta lo de Peluaga, damos una vuelta y pasamos por lo del Gallego y lo de Paco, que siempre tiene buenos precios.
-¿Y por un pedazo de bacalao vamos a recorrer todo Florida?, le dijo papá.
Antes de que mamá respondiera, yo salté contenta.
-¡Sí, papá! ¡Sí, papá!
Y no se habló más del tema.
A papá lo compramos con poco. A veces, mamá tiene ganas de salir a pasear y papá le dice que no, porque está cansado. Mamá parece conformarse pero llama a Joselo y le dice:
-Andá, llorá y decile a papá que querés salir a pasear.
Joselo va, llora, y al ratito salimos todos a pasear. Siguiendo con la compra del bacalao les diré que por la tarde anduvimos por lo de Cuervo Alonso, por lo de Canclini, donde papá se compró una herramienta, fuimos lejos, hasta lo de Miqueiro y terminamos comprando el famoso bacalao en lo de Colista. ¡El auto apestaba! Luego apestó la casa. Tengo la sensación de haberme perfumado con bacalao.
-¿Cómo podremos comer eso?
¡Y llegó el viernes santo!
¡Ni con creolina se fue ese olor!
Abuela y mamá cocinaron el bacalao. Creo que antes lo dejaron en agua. Hicieron como una especie de guiso que yo me negué a probar. Pero también hicieron una especie de ensalada de arroz, con de todo un poco y bacalao. Como no había otra cosa para comer, le entré a la ensalada y debo reconocer que ¡está deliciosa!
Pensé que ese día moriría de hambre, pero no.
El olor a bacalao fue desapareciendo de la casa y de la ciudad, lento, lento, pero se fue. Ahora espero ansiosa a la próxima Semana Santa para recorrer todos los almacenes de Florida. Creo que eso es lo más divertido.
Y estoy segura de que cuando sea grande, no comeré bacalao...ilargiluna
3/2024
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Rebobinando la vida
DiversosEs esta una obra que surge con la intención de acercarme nuevamente a ustedes. Seguramente estará compuesta de poemas, prosas poéticas, simples pensamientos, cuentos cortos, en fin, constará de "estados de ánimo".