Prólogo

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Salí de la habitación, cada vez más nervioso, y avanzábamos muy despacio, todo lo que mi pie me permitía.

Una potente luz azul iluminó nuestras siluetas cuando pasamos junto a la ventana y los temblores de mi cuerpo disminuyeron, habían llegado por fin los bomberos. Supuse, o más bien deseé, que ya llevasen un rato y por lo tanto en pocos minutos entrarían a salvarnos. Me aferré a ese pensamiento mientras esquivaba otro de los muebles que se había desplomado, envolviendo a la niña con mis brazos de una forma entrañable y familiar, que hacía tiempo que no sentía, pero que a la vez me reconcomió por dentro.

Seguí avanzando por el pasillo y bajé con mucho cuidado a la primera planta, pisando los pocos escalones que aún no estaban quemados del todo, suplicando en susurros por nuestras vidas cada vez que la madera rechinaba. Intenté llegar hasta la puerta de entrada, pero al observar el panorama descarté esa opción de inmediato, las llamas se habían levantado y atravesarlas habría sido muy peligroso para los dos.

La pequeña ya no se movía. La golpeé suavemente en la espalda tratando de animarla, no respondió y sentí un miedo asfixiante mientras el sudor frío de la culpabilidad me recorría todo el cuerpo.

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