19. Matt

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—Hasta mañana, peque. —arropé a mi hermano y dejé el cuento de nuevo en la estantería.

Joder.

Por poco no caí hacia atrás al encontrarme a la abuela de Billie esperándome en el pasillo, a oscuras, en plan "La Monja".

—Quiero contarte algo. —espetó, levantando la cabeza para atravesarme con los ojos.

Disimulé mi expresión de susto y la invité a pasar a mi cuarto. Le señalé la silla del escritorio tras quitar toda la ropa de encima, un poco avergonzado, y ella la tomó de asiento. Yo hice lo mismo en mi cama.

—Es sobre Billie... —empezó, sin darme tiempo a formular alguna pregunta.

Me invadió una ola de preocupación al oírla hablar de Billie de esa manera. Su tono, su expresión, sus movimientos... algo me decía que lo que iba a contarme no podía ser bueno.

— ¿Le ha pasado algo? —había conseguido ponerme muy nervioso y me frotaba las manos seguidamente, repiqueteando con los dedos sobre el colchón.

—Verás...—empezó— Probablemente te hayas dado cuenta de cómo reacciona... con todo el mundo.

Pues claro que me había dado cuenta, mismamente hoy con mis amigos, y conmigo desde que la conocía. Me daba la impresión de que me tenía miedo, a mí y a todos los que no pertenecíamos a su familia. Y eso me preocupaba, mucho.

—Sólo te pido que le des un poco de tiempo. —hablaba de una forma muy calmada.

—Pero... no entiendo ¿He hecho yo algo? —estaba tan nervioso que no sabía qué decir y las palabras se me atragantaban.

—Creo que deberías preguntárselo a ella. —añadió la abuela de la susodicha pasándose las manos por las costuras de su bata rosa.

—Ambos sabemos que no va a contarme nada. —dije, más para mí mismo que para ella.

—Yo no estaría tan seguro. —me miró fijamente y sus labios se elevaron ligeramente hacia arriba.

Observé a la mujer de pelo canoso detenidamente, con una expresión de sorpresa y agotamiento, intentando descifrarla.

—Billie te aprecia —añadió al percatarse de mi incredulidad. Una sensación de felicidad me recorrió el cuerpo entero—, lo de esta mañana me ha bastado, no me cabe ni la menor duda. —sonrió y no pude evitar ruborizarme y sonreír también al recordar la reacción de Billie.

—Gracias. —murmuré y le dediqué una sonrisa mientras Clarabell se encaminaba hacia la puerta.

—Sin saberlo la has ayudado más que nadie, nunca. Sólo... ten paciencia. —me correspondió con otra afable sonrisa y se marchó.

***
Me terminé mi café y observé detenidamente a Billie, que se llevaba a la boca un pedazo de fruta. Llevaba el pelo recogido en un moño alto, un poco desaliñado, y algunos mechones le caían por la cara. Estaba sentada en el sofá, con la espalda apoyada y las rodillas encogidas, sosteniendo el bol de frutas que le había preparado para desayunar. Reconozco que me estaba gustando esto de hacerle desayunos sorpresa, y más si me recompensaba con esa sonrisa.

Parecía un poco más animada. Le brillaban los ojos mientras me contaba las cosas tan raras que había soñado, y yo la escuchaba atentamente, aunque no pude evitar partirme de risa en cuanto mencionó a la galleta gigante que la perseguía.

— ¡Oye! —exclamó al tiempo que me golpeó con el pie, acentuando mi risa— Esa galleta me persigue desde que soy pequeña. —me informó y sonrió con la boca llena, intentando contener las carcajadas.

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