23. Matt

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Me ardían los ojos, la asfixia cada vez era mayor y por más que lo intentaba, no conseguía alcanzar mi habitación.
Mi móvil comenzó a vibrar, dándome una pista de dónde se encontraba, y corrí hacia él guiado por su sonido.

— ¡Mamá! La casa está... —cof cof— Todo... hay humo por todas partes.... Evie...

—Hijo, respira, tranquilo... estamos fuera.

Intentaba explicarme, pero tenía la respiración muy agitada, apenas podía tomar aire y la tos atragantaba mis palabras.

—Voy a sacarla de aquí.

Me guardé el móvil en el bolsillo, no podía arriesgarme a perderlo de nuevo.

Avancé a pasos agigantados hasta la habitación de mi hermana, sin dejar de frotarme los ojos para intentar aliviar el picor. Tenía el corazón en la garganta, estaba sudando y cada gota que resbalaba por mi frente la sentía como agua hirviendo, mi cabeza iba a explotar.

— ¡Ev!

El pánico se apoderó de mí en el mismo instante en el que vi a mi hermana arrinconada en una esquina del cuarto, rodeada de enormes llamas que no me permitían acercarme.
Ahogada en su propio llanto, su melena rubia se le pegaba a la cara por culpa de las lágrimas y el sudor. Estaba hecha una bola, encogida con las rodillas en el pecho. Me dedicó una mirada que se me clavó en lo más profundo de mi ser.

— ¡Ev!


—Matt..., Matt...

Me incorporé de un salto. Giré la cabeza en todas direcciones, asimilando la realidad.
Otra vez no...
Jadeaba, tratando de recuperar todo el aire que sentía que me faltaba, estaba empapado.

—Matt... ¿Estás bien?

Mis ojos, abiertos de par en par, se clavaron en ella una vez estuvieron acostumbrados a la oscuridad. Estaba sentada a mi lado, llevó su mano a mi frente mientras me observaba con preocupación.

—Estás helado... —deslizó la mano por mi pelo en un intento de recolocar mis mechones— Ha sido una pesadilla...

Estaba paralizado. Seguía observando a Billie en la penumbra de la habitación, con un sentimiento de angustia exprimiendo mi corazón, vaciándolo hasta la saciedad. Las palabras no acudían a mi mente, esta estaba ocupada reviviendo una y otra vez el motivo de mi desvelo.

Me levanté bruscamente en dirección al baño, cabreado conmigo mismo por no saber reaccionar. Ella se hizo a un lado enseguida, dejándome espacio suficiente para recobrar el aliento mientras se removía, nerviosa.

Metí la cabeza bajo el grifo, sintiendo el frío contraste del agua acariciándome la piel. Me pasé una toalla por el pelo y regresé a la habitación, todavía con esa sensación de asfixia en la boca del estómago.

Billie, en mi ausencia, se había colocado al otro lado del colchón y me esperaba enterrada entre las mantas. En cuanto me acerqué a la cama, se arrimó todavía más hacia el extremo y retiró las sábanas para que me colocara a su lado.
El silencio reinaba en la habitación. Podía sentir los ojos de Billie clavados en mi perfil, pero no me decidí a mirarla directamente a la cara.

¿Y si me pedía explicaciones? ¿Qué le diría?

Me sobresalté y se me erizó la piel en cuanto su mano, delgada y suave, se apoyó en mi brazo. El calor de su piel me hizo reaccionar y emití un sonoro suspiro.
Estaba harto de las pesadillas, no había noche en la que no me atormentaran. ¿Cuándo se irían? ¿Cuándo podría descansar en paz?

—Matt... —susurró, atrayendo mi atención.

Estaba asustada, su voz endeble era la prueba de ello.

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