3 - El de los tatuajes.

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—¿Ahora también me lees la mente? —preguntó irritada, y que él riera entre dientes solo hizo que se enfadara aún más—. ¿Qué?

—No puedo leerte la mente, Alethea, pero te lo puedo ver en los ojos —comentó sonriendo pícaramente—. En esos preciosos ojos marrones.

A ambos les sorprendió el comentario de Eros. Ella se sonrojó, y él frunció el ceño. El flechazo comenzaba a hacer efecto con rapidez.

—Piensas que mis ojos son preciosos —murmuró ella, intentando que fuera una burla, pero estaba demasiado satisfecha como para que sonara como una broma.

—Es el flechazo —dijo él, y mantuvo el gesto serio hasta que vio la desilusión en el rostro de la chica—. Pero creo que tus ojos son los más bonitos que he visto en bastante tiempo.

Ella se sonrojó y murmuró un agradecimiento. No se sentía incómoda, sino abrumada. No era normal que un chico piropeara sus ojos. ¿Su pelo? Varios. ¿Sus labios? Miles. ¿Sus curvas? Millones. Pero sus ojos no estaban acostumbrados a recibir alabanzas.

—Solo son ojos marrones —se quejó ella—. No puede haber nada más mediocre.

—Serán marrones, pero siguen siendo asombrosos. Nada mediocres —susurró, sin quitar la mirada de las orbes de las que hablaba—. Dudo que algo en ti sea mediocre.

Alethea sonrió. Le gustaba que la trataran así. Tal vez empezaba a agradarle el friki. Era mejor que la mitad de sus exnovios, al menos.

—Entonces, ¿adónde pretendes llevarme? —comentó Eros, rompiendo el silencio.

Alethea sonrió y se encogió de hombros.

—¿Te parece dar un paseo? —preguntó.

No era mucho, un paseo, simple. Sin embargo el corazón de Eros dio un brinco y empezó a latir algo más rápido de lo normal.

Es el hechizo, se repitió. No puedes caer tan pronto, precisamente tú, que odias a los humanos. Se repitió esas palabras como un mantra mientras cogía la chaqueta y salía de la casa, sin embargo, cuando volvió a ver a Alethea, dando toques impacientes con el pie en el suelo, se le olvidó por completo.

A cada persona el flechazo le afectaba de forma diferente. Había visto gente que en menos de una semana estaba locamente enamorada, y a otros les costaba meses estarlo, y luego podían incluso tardar unos meses más en darse cuenta de ello. A él parecía estar afectándole rápido, porque aunque sabía que todavía no estaba enamorado, le estaba empezando a gustar Alethea, y normalmente la atracción era el primer paso.

Caminaban en silencio, y Eros no era el único que pensaba en el efecto del hechizo, sino Alethea también. Razonaba que no podía encapricharse de un chico al que acababa de conocer, que ese no era su estilo. Normalmente, con todos sus otros novios, había tenido algo de relación antes de salir juntos. Pero con él era diferente, y por mucho Cupido que fuera, el supuesto hechizo tenía que ser el mismo. Entones, ¿por qué parecía estar afectándole de forma diferente a la normal?

Normal en ella, al menos.

Su amiga Suzanne, por otro lado, salía con gran cantidad de chicos (Alethea se apuntó mentalmente el recado de cuestionarle sobre eso a Eros), y era muy lanzada con ellos desde el principio. Tal vez tendría que pedirle consejo.

Sacudió la cabeza. ¿Cómo podía estar siquiera pensando en esas tonterías? Por mucho flechazo que hubiera habido, y por muy inevitable que fuera que se acabara enamorando de Eros, Alethea tenía sus principios, y no iba a cambiar su forma de ser por eso.

Así, envalentonada, no pudo evitar soltar:

—Esto no es una cita.

Eros la miró con una sonrisa divertida.

El error de cupido. «pausada temporalmente »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora