2 - El chico que haría que el mundo se acabara.

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Alethea y Eros estaban en la habitación de ella, y después de unos cinco minutos de silencio incómodo, él decidió empezar una conversación.

—¿Por qué estamos en vuestro aposento, mi Lady? —preguntó con una sonrisa burlona que hizo que la chica se cruzara de brazos enfadada.

—Porque se supone que no puedo traer chicos a casa, y tendríamos que conocernos si vamos a enamorarnos ¿no? Aunque sea por tu ineptitud —ella bufó.

—No pareces estar haciendo muchos esfuerzos —comentó él.

—¿Cuál es tu color favorito?

—No tengo —él se encogió de hombros.

—¿Cómo puedes no tener un color favorito? —ella frunció el ceño.

—¿Y por qué iba a tenerlo? No me parece justo para los colores, ¿por qué querríamos elegir a uno sobre los otros? —cuestionó.

—No te parece justo para los colores —repitió Alethea abriendo los ojos con sorpresa, y luego asintió con la cabeza—. Estás como una cabra, cariño.

Él sonrió de lado y rodó los ojos.

—¿Cuál es el tuyo? —preguntó Eros, mirándola con curiosidad.

—Me gusta el naranja —se encogió de hombros.

Eros sonrió con ironía, y la chica le miró con curiosidad. Todo en él parecía joven, pero había observado que, de vez en cuando, sus ojos se llenaban de una melancolía que desentonaba por completo con esa personalidad relajada que solía mostrar. Aquella fue una de esas veces.

—Conocí a una Alethea a la que le apasionaba el naranja de las puestas de sol —comentó.

—Por eso te gusta el nombre —dijo ella con aprensión—. Por la Alethea a la que le gustaban las puestas de sol.

¿Acaso estaba loca? ¿Cómo podía estar sintiendo celos de que una chica a la que ni siquiera conocía, y que probablemente estaba muerta, le importara tanto a un chico al que tampoco conocía? Todo aquello era una locura.

—No estés celosa —sonrió Eros sin rastro de burla en su voz—. Era una discípula del templo. Le gustaba rezarme por las noches. Solía hacer lo que podía por ella, pero eso no para ni la muerte ni el olvido.

—¿También te flechaste con ella? —preguntó la chica de forma agresiva.

—No, Alethea. La única persona con la que me he flechado ha sido contigo.

Ella bufó.

—No sé si esperas que eso me haga sentir mejor —se sorprendió a sí misma diciendo—. Quiero decir que no entiendo qué esperas ganar con esto.

—Desde luego espero ganar mucho, sabes, ponernos a los dos en peligro es mi sueño. Desde luego, como me encantan los humanos, su orgullo, sus mentiras... Vamos, no tenía yo otra cosa que hacer —dijo sarcástico.

Alethea le miró asustada por su reacción. Ella estaba molesta porque Eros le hubiera hablado de esa manera de su tocaya, pero tampoco quería molestarle. Sin embargo no pudo evitar pensar una cosa por lo que había dicho sobre el odio.

—Si según tú tienes que estar pendiente de mí todo el rato... ¿Eso significará que no habrá más amor en el mundo? —preguntó preocupada.

Él, agradecido por el cambio de tema, la miró con curiosidad. Había estudiado a Alethea toda su vida, y conocía sus pensamientos, por eso no pudo evitar decir:

—Pensaba que tú no creías en el amor.

Alethea negó segura con la cabeza. Después de lo que había vivido, no solo en sus propias experiencias, sino también la de sus padres, era normal no creer en el amor.

El error de cupido. «pausada temporalmente »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora