4 - Guerras de miradas.

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Al día siguiente Alethea se preguntó si tendría que esperar a Eros. Vivían al lado, y según lo que le había dicho el día anterior, pensaba ir al mismo instituto. Además, en cierta medida le apetecía caminar con él al instituto, aunque por otro lado, sabía que en cuanto Nell Davis fijara la mirada en él, a Ale le sentaría como una patada en el estómago. Aunque tenía la esperanza de que él, ya que había dicho eso de que acabarían enamorándose y que él era Cupido, Dios del amor, ni siquiera se fijara en Davis.

—Vas a llegar tarde, Ale —dijo su padre asomándose en su habitación.

Ella asintió y cogió sus cosas. Salió de casa y observó la de su vecino. Bueno, no iba a perder nada.

Llamó al timbre sin la preocupación de despertar a nadie. Realmente le daba igual, estaba demasiado nerviosa.

A los pocos minutos, Eros salió de la casa con una sonrisa triunfante, y ella frunció el ceño. Tal vez había estado entrometiéndose en sus sentimientos otra vez, y eso no le gustaba.

—Me alegro de que hayas decidido venir —dijo él mientras caminaban por la acera—. Por un momento pensé que tu amigo te había convencido para alejarte de mí.

Ella le miró frunciendo el ceño.

—Estás equivocado, no me ha dicho nada de eso —dijo, saboreando por fin la victoria ante los poderes psíquicos de Eros.

—Ya, bueno, supongo que ayer se sentía confiado. Ya sabes, con eso de que te conoce desde hace más tiempo —se burló él.

Alethea le miró frunciendo el ceño y negó con la cabeza.

—¿Por qué tienes que ser cruel? ¿Acaso estás celoso, Eros? —dijo.

—Estoy bastante seguro de mí mismo, Alethea —rio él—. Y soy cruel porque tengo razón y porque no me gusta ese chico.

—No sé cómo odias a alguien siendo el dios del amor —dijo siendo la burlona esta vez—. Se supone que tu filosofía de vida debería ser algo como: todo el mundo es genial, ama y te amarán.

—Eso parece más un anuncio de grupos de autoayuda que algo que diría yo —dijo él—. Y de todas formas, Alethea Williams, te diré que odio al noventa y nueve como nueve por ciento de la raza humana.

—Eso es mucha gente.

—Lo es.

Se mantuvieron en silencio, y Alethea pudo comprobar que era agradable estar con Eros. Era preocupantemente todo lo que a ella le atraía. En primer lugar, el pelo rizado siempre le había encantado a Ale, parecía tan fuera de lo común entre chicos que había llegado a desarrollar incluso una pequeña obsesión. Los ojos claros siempre habían encandilado a Alethea, suponía que eso era culpa de sus ojos oscuros, que le habían acomplejado. Era más alto que ella, incluso cuando era ya era alta, lo cual le hacía ganar muchos puntos, porque a ella le gustaban los tacones y no tenía la preocupación de hacerle sentir mal por ser más alta. Y finalmente los tatuajes. Aunque ella tenía muchas dudas sobre el significado de aquellos nombres (o lo que ella suponía que eran nombres) en el brazo de Eros, seguían siendo tatuajes, y no había otra cosa más atractiva desde el punto de vista de la chica.

Le preocupaba porque no era solo en lo físico en lo que él se parecía a lo chico ideal.

No había pasado tanto tiempo con él como para saberlo a un nivel profundo, por supuesto, pero lo que había visto de él le gustaba, y mucho. Sobre todo, momentos como ese, en los que ambos podían estar en silencio sin sentir la necesidad de hablar. Alethea pensó que probablemente él también estaría disfrutándolo.

Empezó a oír las risitas antes incluso de cruzar la reja de metal tintado de negro que precedía a las puertas de madera barnizada del edificio que era, en realidad, el instituto. Aun así, cuando las oyó de verdad, sintió que la sangre le hervía.

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⏰ Última actualización: Jul 26, 2015 ⏰

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El error de cupido. «pausada temporalmente »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora