2. Billie

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La escuela de música no estaba demasiado lejos, a diez minutos andando desde casa. Era un edificio viejo, pero tenía su encanto, muy alto, blanco y con un gran letrero que presidía la entrada: «Treble Clef Music School» (Escuela de música Clave de Sol)

Me asomé al cristal de la puerta nada más subir las amplias escaleras de piedra, y Robinson, que parecía haber estado allí esperándome, la abrió muy animado.
Se había arreglado bastante más que la tarde anterior. Lucía un traje elegante de color negro, acompañado de una corbata con motivos musicales que, sin duda, acaparó toda mi atención. Su indomable mata de pelo azabache estaba cubierta por una importante cantidad de gomina, aun así, no había conseguido controlar algunos de sus mechones, que ahora le caían por la frente.

Se acercó a mí, que todavía no me había movido y continuaba observándolo minuciosamente, y en cuanto la distancia que nos separaba se redujo, el potente olor a perfume que desprendía su cuerpo inundó mis fosas nasales. Podría reconocer ese olor en cualquier parte.

Papá.

Me quedé inmóvil más de la cuenta, aprovechando cada segundo, disfrutando de ese aroma cítrico tan familiar.
Ese perfume era el de papá.

Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Mi padre tomó todo el protagonismo de mi mente. No era dolor, lo que sentía en ese instante era más bien nostalgia. Me permití disfrutar de esa sensación todo el tiempo que me fue posible. Podía sentirlo a mi lado, podía sentir que después de tanto tiempo volvía a compartir un segundo más de mi vida con él.

—Buenos días, señorita. —espetó vacilante, impidiendo a mi mente continuar disfrutando de esa sensación y me tendió una mano.

Reaccioné al momento, pestañeé varias veces seguidas, tratando de acostumbrarme a la cruda realidad. Y allí estaba, frente al que había sido el mejor amigo de mi padre, con unas pintas para nada comparables con su increíble apariencia y temblando como un flan.

Mi cuerpo se tensó en cuanto sus dedos rozaron mi piel. Me sujetó la mano formalmente al tiempo que la zarandeaba arriba y abajo, a modo de saludo. Ese momento, que para cualquier persona habría supuesto algo totalmente normal, a mí se me antojó eterno. Necesitaba separarme, pero a la vez no podía hacerlo, tenía que causar buena impresión si quería conseguir el trabajo.

Robinson me miraba fijamente desde su altura, mostrándome su habitual sonrisa. Podía sentir cómo el sudor frío me recorría la espalda y se formaba un nudo en mi garganta.

—Permítame tutearla, yo mismo te haré la entrevista. —añadió finalmente, soltándome la mano e incitándome a seguirlo.
Tardé unos segundos en reaccionar, me acomodé el pelo detrás de las orejas y solté un silencioso suspiro aprovechando que estaba de espaldas a mí.

Lo acompañé por un largo pasillo, vinilos con notas musicales adornaban las paredes, era precioso. Llegamos a una enorme sala muy iluminada, olía a perfume de lavanda. La decoración correspondía al edificio, muy clásica. Los sofás de cuero negro brillaban en el centro, rodeando una mesita de cristal y madera oscura, la protagonista de todos los muebles de la estancia.

Me ofreció asiento en uno de los sillones centrales y él se colocó frente a mí, al otro lado de la mesa. Enseguida se hizo con una carpeta y tomó de ella unos cuantos folios, sin quitarme el ojo de encima.

Conforme pasaba el tiempo mi nerviosismo iba aumentando. Mi pierna repiqueteaba contra el suelo al tiempo que yo me recolocaba el pelo una y otra vez.
Después de analizar lo que fuera que estaba escrito en el papel que leía, levantó la cabeza de nuevo y tras darme un sutil repaso con la mirada, comenzó a hacerme preguntas.

Parecía analizar sumamente mis palabras, al igual que mis movimientos, mientras yo le explicaba cómo había empezado a tocar el piano. El Robinson de ahora no parecía en absoluto el que había conocido el día anterior. Este vestía mucho más formal, su vocabulario era muy correcto, controlaba muy bien todo lo que hacía, pero no había perdido su simpatía.

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