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Despertó en una camilla de hospital, sus articulaciones estaban amarradas, no podía moverse nada, ni siquiera la cabeza, tan solo podía ver la cegadora de la fría luz del techo.

La sala olía a laboratorio u hospital, infestado a desinfectante.

Intentó soltarse, forzar las amarraduras que le impedían escapar. No podía hacer nada, no sabía en donde estaba y sin duda quienes habían sido los que le habían traído allí.

Intentaba controlar el ataque de pánico que notaba llegaba poco a poco, no podía permitirse uno ahora, tenía que concentrarse en salir.

- ¡¿Hola?! ¿Hay alguien ahí? ¡Sacadme que aquí! – Nadie respondía – mira, no sé quien sois pero ¡sacadme ahora mismo de aquí!

Nadie respondió entonces, ni tampoco nadie apareció en las siguientes 3 horas y medias desde entonces.

Lo sabía porque había contado los segundos, mientras que buscaba alguna salida por donde pudiera escapar.

Algo tenía que hacer o se volvería loco.

Pero nadie apareció.

No obstante siguió gritando, llamando a cualquiera que pudiera oírle.

Hasta que llegó un hombre con una bata.

- Mira no sé quiénes sois, pero, si me sacas ahora mismo de aquí prometo que no os haré nada, no hablaré con nadie, ni la policía, ni nadie.

No respondió.

Lo ignoró tocando diferentes papeles y utensilios que Stiles no podía ver.

Hasta que vio la aguja. La aguja más grande que el chico alguna vez habría visto.

No.

Ni de coña.

Se negaba.

No le clavaría ninguna aguja por minúscula que sea.

- Como me claves esa aguja no habrá modo de que te salves una vez salga de aquí – amenazó con pánico, no sabía si podría hacerlo de verdad, pero no quería que una aguja le atravesara el brazo.

Le aterraban las agujas.

Pero el estúpido hombre con bata lo ignoró y le inyectó varios líquidos

Gritó pataleó, pero nada le sirvió, al final lo dejaron con una vía inyectada a una bolsa de a saber qué líquidos.

Genial.

Ahora una aguja permanente en su brazo.

Nunca respondió a las mil y una preguntas que tenía Stiles.

Y eso para él era lo peor.

No sabía que hacían con él.

Y quería saberlo.

Tenía miedo de lo que le podrían estar haciendo.

No se fiaba ni un pelo de nadie.

Supuso que pasaron un par de días desde que despertó por primera vez, se encontraba nauseabundo, y ya había vomitado alguna vez. No sabía qué le hacían esas inyecciones que le metían cada día una persona nueva, pero no le sentaban nada bien, a veces incluso le hacía gritar del dolor exagerado que sentía por sus venas en distintas partes de su cuerpo.

No podía hacer nada, por mucho que luchara contra los amarres. Ni siquiera cuando iba al baño, 3 veces al día con los dos estúpidos soldados armados hasta los dientes que lo acompañaban "amablemente" cada día.

Lo odiaba.

Y aún no le había hablado nadie.

Hasta que llegó él.

No creo que puedas - SterekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora