4. Mutualismo obligado

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Matías había movido los hilos para él correctamente, para que pudiese ver el cuerpo de Agustín Lain a solas. Tenía que estarlo para lo que iba a hacer.

—¿Seguro que estarás bien? —le preguntó el alfa, acariciando suavemente su mano. Seguía teniendo un problema con sus crecientes sentimientos por él, y Agustín estaría de vuelta en un par de días para confundirlo más aún, pero suspiró y decidió que ya pensaría en eso más tarde.

—Estaré bien, Mati —le dijo con una sonrisa, apretando la mano del alfa antes de soltarla— pero realmente necesito hacer esto y tengo que hacerlo sólo.

El alfa asintió, pero no estaba convencido.

—Tengo un mal presentimiento —le dijo, y se alzó ligeramente sobre él para besarlo en la mejilla antes de dejarlo ir— te estaré esperando aquí, precioso.

Tendría que preguntarle a Matías por esas corazonadas y esos presentimientos que tiene a menudo, pero en ese momento tenía un trabajo por hacer. Ni siquiera lo hacía realmente por cerrar el caso, Agustín Lain no se había suicidado y nunca sería capaz de probarlo. Pero necesitaba saber qué le había susurrado Francisco Romero y necesitaba saber cómo detenerlo.

No podía seguir sucediendo.

El cuerpo sin vida de Agustín Lain lo esperaba. Lo miró y reconoció al chico que había visto caminar por los pasillos de la mansión Kukuriczka, y recordó su expresión completamente ida cuando se arrojó por las escaleras de caracol.

Un escalofrío lo recorrió entero, pero todavía se quitó los guantes, dispuesto a enfrentarse a sus recuerdos, terrores y a sus últimos momentos de vida. Suspiró y colocó sus manos desnudas sobre la frente de Agustín Lain.

No supo cuánto tiempo lo estuvo tocando, pero sí que reaccionó gritando y apartando las manos de él, completamente horrorizado. Matías estaba allí a los pocos segundos, sobre él, preocupado como pocas veces lo había visto.

Lo agarró del brazo, sintiendo las lágrimas caer por sus mejillas de forma incontrolable, y se dio cuenta de que lo estaba tocando con las manos desnudas y no podía sentir nada.

No sentía nada en absoluto.

***

Se había quedado en stand by desde que había tocado a aquel chico. Aun podía verlo todo, incluso con los ojos abiertos, y lo trastocaba. Podía oír a Francisco Romero susurrándole al oído, podía sentir el dolor al estrellarse contra el suelo y podía sentir lo que venía justo después. Y aquello era lo que más lo asustaba, el frío, el vacío, la nada más absoluta.

¿Era así como se sentía la muerte? Estaba más que aterrorizado y no había dormido nada esa noche, viendo a Francisco Romero en cada esquina, oyendo su voz en su mente, sintiendo como su cordura se deslizaba.

"Bienvenido a casa, Enzo"

Se incorporó de golpe, como cada vez que cerraba los ojos y oía aquella voz cargada de maldad hablándole.

Quiso llorar, pero ni siquiera eso era capaz de sentir. No era capaz de sentir absolutamente nada.

Quería a Agustín con él, lo necesitaba desesperadamente y sabía que si lo llamaba el alfa vendría sin dudarlo, pero no era justo para él. Agustín estaría de vuelta la noche siguiente y ansiaba dormir en sus brazos como pocas veces lo había necesitado de verdad, y quería contarle lo que había pasado, lo que había visto.

Se levantó de la cama, dejando por imposible dormir, y una idea cruzó su mente. Quizá sí había una forma de sentir algo, así que se vistió y salió de su casa, sin sus guantes por primera vez desde que era muy joven.

El don [Poliamor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora