Capítulo 26

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By Tom.

La puerta del Floy se abrió ante nosotros.
El club Floy es enorme. Una mezcla entre discoteca, pub y puticlub situado en la periferia de Stuttgart. Era un hervidero de alcohol, sexo, música dance y drogas y, prácticamente, era mío.
En la barra, las chicas que conocía a la perfección y de manera bastante profunda e íntima, bailaban y restregaban sus perfectos y sensuales cuerpos casi desnudos frente a la pandilla de babosos ansiosos por probar un coño caliente y húmedo. Las luces de los focos daban vueltas por todo el local, sin detenerse en un mismo lugar durante apenas un segundo. La música hacía retumbar las paredes.
Caminé por entre la marabunta de gente, apartando cerdos de mi camino a empujones. Algunas personas se me quedaban mirando desde una distancia prudente, con la boca abierta, sumidos en un silencio respetuoso o, tal vez, lleno de temor.

-¡Tom! - una de las chicas del club se me acercó con un albornoz abierto, dejando ver claramente su desnudez bajo la lencería transparente. - ¿Dónde estabas? Esos cerdos se han adueñado del Floy. ¡Es un puto desastre! ¡Lo destrozan todo, no pagan las consumiciones y echan a los clientes! ¡Nos acosan a nosotras! ¿¡Por qué!? ¡No puedes dejar que sigan haciendo...!

-Por eso estoy aquí. - le acaricié la mejilla con una mano, tranquilizando su histeria por momentos. - Anda, guapa. Llama a tus amigas y sácalas de aquí. También a los clientes. ¡Rápido! - la empujé hacía atrás bruscamente. Ella se me quedó mirando con el ceño fruncido y las mejillas ruborizadas. - De acuerdo. Si lo haces bien, luego os daré un bonito regalo a ti y a tus amigas. - ella sonrió complacida y desapareció rumbo a los vestíbulos.

-¿Qué piensas regalarles, Tom? No creo que pudieras tirarte a las veinte en una sola noche. - se burló Black a mis espaldas, mi único apoyo en aquel lugar repleto de cabezas rapadas. Estábamos en territorio enemigo, en la boca del lobo. Y solos.
Por ahora.

-Será un regalo mucho mejor, ya lo verás. Sabrán apreciarlo. - sonreí. - No hay nadie más vengativo que las prostitutas del Floy. - Estábamos cerca. Lo olía. Esa peste a cerdo que inundaba el lugar me guiaba fácilmente hasta el "Cerdo real" o lo que es lo mismo. El líder de esa manada que se creía algo parecido a los nuevos nazis que traerían la destrucción eliminando a todas aquellas personas que no fueran consideradas de la raza Aria, es decir, matar a los humanos en el matadero y dejar vivos a la jauría de cerdos. Personalmente, me importaban muy poco sus planes. Sólo me importaba que, para hacerse dueños del mundo, yo estaba delante. Y de muy mala hostia, por cierto.
Y allí estaba el cabeza rapada real, rodeado de sus lechoncitos que nos observaron a Black y a mí con ojos temerarios. Suicidas. El cabeza rapada se hacía llamar... ¿Cómo era?

-¡Hombre, Kaulitz! ¡Qué agradable sorpresa! ¿Qué te trae por aquí, Capitán?

Ah, sí. Se hacía llamar el Fürher, aunque yo lo llamaba el Cerdito con aires de grandeza que soñaba con aprender a volar. Sería un bonito título para una película de Disney.
El tío era feo, calvo, enorme y lucía una perilla que me recordaba al negro del Equipo A.

-Ya sabes, asuntos de trabajo, Heil Hitler. - hice una vaga imitación del saludo nazi que le hizo reír. Uno de sus dientes se tambaleó en su boca. Caminé hacía él y me senté cómodamente a su lado, en el sofá. Black se quedó de pie, en silencio, ignorando las miradas de desprecio que le dirigían los cabeza rapada.
Ya estaba acostumbrado a ello. Ser judío en Alemania seguía siendo algo difícil de sobrellevar.

-¿Dónde se había metido todo este tiempo, Capitán? Se le empezaba a echar en falta. - me habló, centrándose momentáneamente en mí. Yo ni siquiera le miré a los ojos. Su aliento me molestaba.

-Pero bueno ¿No piensas invitarme, aunque sea a una birra? Tu hospitalidad deja mucho que desear. - en realidad, no quería birra. Solo intentaba ganar un poco de tiempo a la espera de que todo el mundo menos los "Arios" salieran del club.

-¡Oh, perdona, perdona, hombre! Mira que soy estúpido. - pues sí. Enseguida tuve una cerveza y un cigarrillo ocupando mis labios. El lechoncito que me trajo la bebida me miró con mala cara. - ¿Y qué le trae por aquí al gran Tom Kaulitz? ¿Piensa quizás disfrutar de los placeres de una de nuestras chicas o sólo ha venido a tomar un par de birras con su colega, el Fürher? - ¿nuestras chicas? ¿Colega? No me descojonaba en su cara por hacer el paripé.

-Ninguna de las dos cosas. Vengo a arrancarte la polla y a recuperar mi club. - él intentó parecer tranquilo, pero sus lechones empezaron a inquietarse observando el puro que su líder se llevó a la boca, tan pancho.

-Entiendo. Has venido a hablar de negocios.

-No. He venido a cortar cabezas y la tuya es la primera del menú.

-Por supuesto, Capitán, pero estoy seguro de que este malentendido se puede arreglar con una buena oferta. ¿Qué te parecen seis mil?

-¿Por el Club? Eso es lo que gano en dos meses por él. No me hagas reír.

-Está bien, está bien. ¿Qué te parecen diez mil?

-No lo veo claro.

-¿Quince mil? - sacudí la cabeza, fingiendo aburrimiento ante su insistencia. - Veinte mil y es mi última oferta.

-Pues si es tu última oferta, tienes un problema. - ante mi sorpresa, él volvió a reírse.

-¿En serio? ¿Qué me dices si incluyo en la oferta al príncipe del castillo de muñecas? - fruncí el ceño cuando los lechoncitos sonrieron tímidamente. - Traedlo. - Black y yo cruzamos una mirada de ligera sospecha y en cuanto de entre la muchedumbre de cabezas rapadas, entre risas, apareció él, atado, despeinado, desnudo de cintura para arriba y con unas pintas muy poco saludables, tuvimos el mismo pensamiento.
Joder...

-¡De rodillas, principito! - el Príncipe, nuestro Príncipe, Aaron, cayó al suelo de rodillas frente a mí. Estaba furioso, se sentía impotente y humillado, rabioso, sólo con mirarle todas esas emociones me fueron transmitidas como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Me cabreé.
El Príncipe tenía el pelo rizado, castaño claro, casi rubio. Ojos verdes, grandes y expresivos. Solía tener los labios siempre fruncidos, muy carnosos y la cara era blanquita y sin rastro de barba. El cuerpo no muy musculoso, pero lo suficiente como para llamar la atención de cualquier chica. Nadie negaría nunca que era realmente atractivo y guapo a los ojos de las mujeres o también, a los ojos de hombres como Andy.
Le llamábamos Príncipe por sus aires de grandeza, se creía muy superior a la escoria como nosotros y no le gustaba mezclarse mucho con nuestra pandilla. Por eso, muchos le tenían tirria. Yo no y menos ahora. Lo comprendía. Había nacido en el seno de una familia adinerada y era normal que no se considerada de los nuestros, aunque a veces pareciera realmente desesperado por intentar ser como nosotros. Sus actos eran contradictorios, pero tampoco es que me importaran gran cosa. Lo que me importaba en ese momento era el mal aspecto que tenía, encogido en el suelo con la cara pálida, el pecho morado casi en su totalidad y los desgarrones que tenía sobre la piel.
Me sentí enfurecer y más cuando ví el Muñeco, producto de mi mente enferma, pasearse por allí a sus anchas, andando tranquilamente hasta el Príncipe, situándose a sus espaldas sin apartar sus ojos de mí y reírse con esa asquerosa boca cosida que tenía. Se reía y entendí enseguida por qué...
Aaron, el Príncipe, me recordaba demasiado a mi Muñeco precioso, Bill.

-Vaya, vaya... - murmuré, agarrando el cigarrillo entre mis dedos y soltando el humo tranquilamente por la boca. - ¿Cómo te has podido dejar capturar, Príncipe? Mira que te lo advertí.

-¡Que te follen, Tom! - me gritó. Lo que decía, aires de grandeza. Incluso su genio era parecido al de mi precioso Muñeco.
El Fürher se río.

-Vaya, parece que tus camaradas no te tienen mucha estima, Capitán. Dejémonos de negociaciones pacíficas. - el líder del escuadrón Cerdos Neonazis Oing Oing se levantó del sofá y anduvo tranquilamente hasta el Príncipe. Se sacó una navaja bien grandecita de la chaqueta y se la puso en el cuello. Aaron enmudeció, con los ojos muy abiertos cuando sintió el filo del metal resbalar por su piel peligrosamente. Black dio un paso al frente. Enseguida los cabezas rapadas se vieron armados hasta los dientes contra mi "guardaespaldas", intimidándolo. Él dio un paso atrás. - Este es el trato, Capitán. Si nos cedes el Floy, el Príncipe saldrá de aquí con el cuerpo unido a la cabeza, ¿Qué te parece? - le di una última calada al cigarrillo, con los ojos entrecerrados.

-Una oferta no muy generosa por tu parte, pero yo tengo una mejor.

-Cuéntame. - Me levanté del sofá, con las manos en los bolsillos y el cigarrillo aún en la boca. Di dos pasos al frente, dirigiéndome hacía el líder. Él retrocedió instintivamente. No le iba a servir de nada.

-Este es mi trato. Tú sueltas al Príncipe, me devuelves el Floy, sales cagando hostias de mi territorio y yo te dejaré con vida, a ti y a los tuyos. - Fürher se descolocó por completo. Todos lo hicieron, mirando de derecha a izquierda, hacía atrás, vigilándolo todo, temiendo que alguien se les echara encima de un momento a otro. Al no ver nada, el líder rompió a reír.

-¡¿Estás flipado?! ¡Se te ha ido la pinza, Capitán! - siguió riéndose a carcajadas. Miré a Aaron unos segundos. Estaba muy nervioso, sudaba, respiraba ansiosamente, temblaba. Tenía miedo. Mucho miedo. Me recordó a Bill al principio, aquella vez cuando tembló de miedo bajo mi cuerpo, llorando, pensando que iba a forzarlo o a hacerle algo peor. No pude contenerme.
Fürher se atragantó cuando clavé la pierna en la profundidad de su boca. Salió catapultado hacía atrás. La navaja cayó al suelo con un débil tintineo. Le agarré del cuello de la camiseta antes de que se estrellara contra el suelo y empujé su cara hacía la mía.

-Escucha cerdito, esa era mi última oferta y no sólo la rechazas, ¿Sino que encima tengo que aguantar que te burles y tomes de rehén a mi Príncipe, ¿eh? - lo acerqué lo suficiente a mi cara como para que el cigarrillo que llevaba en la boca impactara contra su mejilla, ardiente. Él gritó y yo lo sacudí de nuevo. - ¿Estás de coña? Es un insulto que alguien como tú se haga llamar Hitler. ¡De acuerdo! Si tantas ganas le tienes, voy a enviarte con el mismísimo Führer en persona, cerdito. - tiré de él sin soltarle del cuello de la camiseta, prácticamente arrastrándolo por el suelo mientras se resistía en vano. Sus camaradas hicieron amago de tirárseme encima cuando, sin previo aviso, levanté al líder de los cerditos a base de tirones de su gordo y sudado cuello hacía arriba y lo empujé hacía atrás haciendo un esfuerzo sobrehumano que me destrozó los músculos de los brazos. Salió volando por la ventana, haciéndola añicos en el proceso. Tuvo suerte de que fuera sólo el primer piso. Salté fuera antes de que los demás me siguieran dispuestos a rebanarme el pescuezo y cuando todos salieron del club hechos una furia, se percataron de la encerrona.
Un cuarto de mis seguidores estaba allí, esperándoles. Se cerraron inmediatamente en círculo alrededor del líder de los cerditos que se retorcía en el suelo, con la boca ensangrentada y un par de dientes menos.

-¿Y ahora qué, cerdito? ¿Ves mi trato desde otra perspectiva? - miró con los ojos muy abiertos a todas las personas que había a su alrededor, temblando como una hoja. En primera fila, como siempre, estaban Andreas y Ricky. Sonreí y me tragué la carcajada cuando vi a Ricky con la motosierra eléctrica a cuestas que, desde luego, era algo muy intimidante que le daba fama de carnicera.
Las chicas del club, a medio vestir, también estaban en primera fila, disfrutando al ver como los hombres que las habían tratado como auténticas putas se encontraban en grandes apuros en aquel instante.

-¡Joder, joder, joder, joder...! - gritó el patético Hitler, muerto de miedo.

-Sí, sí, sí, guárdate eso para el infierno... ¡Ricky! - ella se posicionó a mi lado con la motosierra a cuestas. La encendió. El ruido del motor y el movimiento de los dientes girando y girando me dio un buen chute de adrenalina.

-¿Cómo lo quieres, Tom? ¿Primero las piernas y después los brazos o lo descuartizo entero, sin miramientos? - naturalmente, sólo era una broma. Una broma muy divertida.

-¡No, no! ¡No, no, no, no, no por favor, no! - no hubo persona de mi bando que no rompiera a reír.

-¿Cuánto me das? - grité sobre el rugido del motor de la motosierra.

-¡Veinte mil! - Ricky se la acercó a la cara un poco más. El Fürher empezó a sudar, se le saltaban las lágrimas. - ¡Treinta mil! - mi carnicera particular dio un paso al frente con una sonrisa asesina que le pondría los pelos de punta a cualquiera. - ¡Cincuenta mil, cincuenta mil, no tengo más, lo juro, no me matéis! ¡Cincuenta mil! - suficiente.

-Ricky, ya. - ella sonrió de nuevo, más tranquila. Apagó la motosierra. - Eso está muy bien. Hay que aprender a compartir las cosas, cerdito, pero así no fue como conseguiste el Floy ¿Verdad? No hiciste negocio, entraste por la fuerza y lo tomaste por la fuerza aprovechándote de la situación y eso no está bien. - alcé la cabeza y le di la espalda, dirigiéndole una mirada de advertencia a los supuestos "camaradas" del supuesto "Hitler" que se habían quedado paralizados, mirando hacia otro lado mientras humillábamos a su líder como los cobardes que eran. - Chicas... y chicos... - miré a las chicas del club de reojo. Distinguí entre ellas a aquella a la que le había prometido el regalo que tendría en ese momento. Luego miré a los miembros de mi banda, heridos, con las marcas y cicatrices de la paliza a sangre fría que habían recibido por los Arios el día que tomaron el Floy, pillándolos desprevenidos por completo. Les sonreí. - Os toca cobrar por las consumiciones y las facturas del médico. Que lo disfrutéis. - las chicas sonrieron con pura maldad y mientras yo salía de entre la muchedumbre, oí los gritos del "Hitler" cuando las putas y mis colegas discapacitados se les echaron encima.
Pasé directamente de todo el jolgorio. Eso ya no era asunto mío. Lo que hicieran con la carne fresca no me incumbía, pero por librar al Floy de semejante jauría calculaba que podría sacar unos tres mil euros.
Siempre pensando en el dinero, joder... me compraría un deportivo para hacer frente a la decepción... y a lo demás...

-¡Joder, puto negraco, que eso duele!

-No te quejes tanto, puto pijo, sino quieres que te deje caer y utilice tu culo blanquito de reposa botas. - seguí los gritos con la mirada hasta dar con Black y el Príncipe sentados en un bordillo de la acera. Black intentaba cortar las cuerdas que aprisionaban a Aaron con los dientes apretados.

-¡Me cago en la puta! - de un golpe en la cabeza, el Príncipe se cayó de golpe.

-¡Estate quieto, coño, o vuelves a casa dando saltitos como una liebre!

-¿¡Pero por qué no tienes más cuidado!? ¡Tú tendrás cuerpo de orangután, pero yo estoy herido! ¿¡O estás ciego!?

-¡Tom, el capullo este me está tocando los huevos! ¡¿A que lo reviento?! - me gritó el negro hecho una fiera.

-¡Vete a que la metan en la Meca, judío!

-¡Eso es de los musulmanes, picha floja!

-¡Pues vete a rezarle a Yahvé, negro de...! - Black se estaba cansando y mira que tenía paciencia con los niños.
En cuanto le desató las manos, se levantó de su lado y le dio un guantazo en el lateral de la cara. El Príncipe quejica se sobó la cabeza apretando los dientes.

-Mierda...

-Deberías dar gracias. Ese negro podría haberte arrancado los cojones con una mano. - le espeté acuclillándome en frente suya. Aaron bajó la cabeza entonces, callándose como un muerto. - ¿Estás bien o qué? No me digas que ya te los han cortado dentro...

-¡No! - sacudió la cabeza. - Joder, llevo ahí encerrado un día entero. Ya podríais haber venido antes ¿No? Me han metido una jodida paliza.

-Ya me he dado cuenta. Ahora ve contándolo por ahí. Como fuiste el valiente que les hizo frente al ejército de los Arios mientras tus colegas se emborrachaban en casa del cabrón de Tom. Hazlo, no me importa.

-No iba a hacer eso. - se indignó y casi escupió de la rabia. Estaba realmente dolido en el orgullo, por no hablar del dolor físico.
Me senté a su lado. Yo también tenía los músculos de los brazos agarrotados después del esfuerzo. Había sido demasiado tiempo sin moverme en absoluto como para coger 120 kilos de sopetón y tirarlos por una ventana. No tenía ni idea de cómo coño no me había dado un estirón o me había roto un hueso.
-¿Dónde has estado todo este tiempo? - preguntó.

-En Hamburgo, haciendo el vago. - de repente, me entraron auténticas ganas de hablar de Bill con él, decirle: mi hermano, al que me he estado tirando durante seis meses, se parece un montón a ti. Pero no dije nada. No era ni el momento ni el lugar... y nunca lo sería...

-Pensaba que no ibas a volver, que nos habías dejado tirados. - el timbre de su voz me dio una sensación que me hizo pensar en la posibilidad de que sintiera pena por mi huida y eso, me recordó aún más a Bill.

-En realidad, pensaba hacerlo. - respondí con total indiferencia. El pasado ya no importaba, ¿No?

-¿¡En serio pensabas dejarnos tirados!? - Aaron se puso histérico de repente. Una actitud bastante hipócrita por su parte después de todo lo que nos odiaba, o al menos, el asco que aparentaba sentir hacía nosotros.

-¿Desde cuándo es un "nosotros" para ti, Príncipe? Pensaba que te importaba una mierda esta escoria de manada. - Cerró la boca unos momentos, quedándose pensativo.

-Bueno... supongo que no todos son escoria.

-Claro. Ahora vas a decir que todos los son salvo yo.

-No. Tú eres el más mierda de todos, Tom. - me encantaban los huevos que se gastaba el chaval conmigo a sabiendas de que era capaz de arrancarle la lengua de un mordisco.

-¿Por qué mierdas estás aquí, Príncipe? ¿Por qué te quieres mezclar con nosotros? - no le miré a la cara. Alcé la cabeza hacía el cielo y observé vagamente el resplandor de las estrellas en el firmamento, escuchando a la perfección como suspiraba.

-No lo sé. - yo sí lo sabía.

-Estás a punto de cruzar el límite. Frente a la línea de fuego, en la barrera. Si la cruzas, pasarás de ser una persona normal a ser una persona que odia personas y que probablemente, acabe haciendo daño a personas. Y cuando lo hagas, ya no serás una persona. Serás escoria, como yo y como todos los que me rodean. ¿Sabes de lo que te estoy hablando? - cualquier persona no tendría ni idea de a que me refería, pero estaba seguro de que él si lo sabría. Una persona que está en el límite siempre lo sabe.

-Creo que sí.

-A algunas personas se les da a elegir en un momento determinado de su vida. El momento de decidir el camino y por suerte o por desgracia, sólo hay dos opciones. O arrastrarte toda tu vida cumpliendo a rajatabla lo que los demás consideran correcto, o hundirte en la mierda cumpliendo con lo que tú mismo consideras correcto.

-Sí. Ya lo sé.

-Y no sabes que escoger.

-No...

-Tómate tu tiempo, no hay prisa.

-¿Por qué elegiste este camino, Tom? - entrecerré los ojos. No me esperaba esa pregunta.

-Bueno... no todo el mundo tiene la libertad de escoger y eso es algo que debes saber.

-Y supongo que tú no la tuviste.

-No lo sé. Simplemente no vi otra opción. - no me gustaba hablar del tema. Todo el mundo sabía cuáles eran mis pecados, los grandes y los pequeños y no porque yo quisiera. Era repulsivo que una persona sintiera lastima por ti o temor solo por lo que creen que has hecho o has tenido que soportar. La compasión era vomitiva y la mayor patada que pudiera recibir en el orgullo. Y esa mierda era una de los puntos fuertes de mi Muñeco.

-¡Ey, Capitán! - Andreas se nos colgó del cuello, acaparando toda la atención con su hiperactivo grito. - Esta semana nos vamos reventar el club que acaban de abrir al otro lado de la ciudad, ¿Te apuntas?

-No. Ya tengo planes. - y estaba deseando llevarlos a cabo.

-¿Al otro lado de la ciudad? ¡Eso es un club de ambiente! - gritó Aaron. Casi parecía escandalizado. Andreas le dirigió una mirada asesina.

-Andy, ¿Pretendías llevarme a club de maricones?

-¡No! No es un club de maricones, es un club... ¡Liberal!

-No pienso ir a un antro de esos ni loco.

-Pues el otro día no parecía importarte tanto. - puse los ojos en blanco. El Príncipe me miró con los ojos como platos y Andreas se le quedó mirando con una ceja alzada, sin percatarse de lo mal que había sonado la frase que acababa de pronunciar.
Aaron sacudió la cabeza, aturdido.

-Joder, no sabía que también te fueran los tíos, Tom.

-No me van. El marica este que se hace ilusiones.

-¡Tío, que tú a mí no me vas! Con lo basto que eres pobre al que le tocara cargar con tu polla. Además... no soy marica. Se llama bisexual y consiste en extender las fronteras del amor libre de mujer a hombre a hombre a hombre y viceversa.

-Lo que dices no tiene sentido y sinceramente, me la sopla. He dicho que ya tengo planes.

-¿Sí? ¿Con quién, con Ricky? ¿O a cobrar favores a las putas del Floy por lo de hoy? - el Príncipe curvó una pequeña sonrisa. El cachondeo con el que Andy trataba a todo el mundo era contagioso.

-¡No te importa una mierda!

-¡Claro que me importa! ¡Todo lo que tenga que ver contigo me importa, Tomi! - y de repente, me dio un beso en la mejilla. Me puse rígido y el Príncipe se separó de un salto, con una cara de asco solo comparable a la mía.
¡Joder con el puto marica como se me pegaba! ¡Le habría roto las piernas si no se hubiera esfumado volando en cuanto me baboseó la mejilla y me dio un asqueroso lametón con la lengua!

-¡Huye, marica, que te jodan bien en el club de ambiente antes de que yo te coja y te reviente!

-¡Te tomo la palabra, Tom! - sería maricón... él sí que no me recordaba a Bill para nada... mierda...

-Yo... yo creo que me voy ya. - murmuró Aaron, traumado y no me extrañaba. Me limpié la mejilla con el brazo, mortalmente asqueado. Puto Andreas... más le valía correr lejos y volver a esconderse en el armario sino quería que le taponara el culo con cemento.
En el momento en el que me quedé solo, suspiré y volví a alzar la cabeza hacía el cielo. Recordé aquella conversación de hacía meses, en Navidad, en la azotea. Hacía menos frío que entonces. Pronto estaríamos en verano. También había un gran jolgorio a mi izquierda, y aquello era un callejón situado frente a un maldito puticlub, no una azotea ambientada para dar sensación de romanticismo. Pero la diferencia que se hacía más notable no era esa...
La diferencia más notable era que Bill no estaba allí.
Y no sabía que era peor. Saberlo porque el Muñeco que tenía a mi lado, riéndose de mí macabramente, me recordaba demasiadas cosas que prefería olvidar... o porque por algún motivo muy jodido, quería que mi auténtico Muñeco, el de verdad, el que se vestía con ropa cara dándose aires de estrella de rock, estuviera conmigo en ese lugar putrefacto que era mi asquerosa vida de monstruo asesino.



By Bill.


Ladeé la cabeza. La hamburguesa que tenía entre mis manos tenía muy buena pinta, ¿Cómo no iba a tener buena pinta la comida del McDonald's? Lo que no veía claro era que hacía allí esa hamburguesa Big Mac, esperando que me la zampara sin piedad.
Miré a Sparky con el ceño fruncido.

-¿Qué pasa? ¿No quieres? - entrecerré los ojos.

-¿Me estás invitando?

-Sí, así que come y calla. No me hagas sentir rechazado. - miré la hamburguesa de nuevo, sin mucho apetito. ¿Qué demonios pretendía conmigo? - Oh, no. No estarás pensado que luego voy a intentar cobrarme la invitación metiéndote mano, ¿No?

-No lo he pensado hasta que lo has dicho. - Sparky suspiró.

-Lo siento. Sólo pensé que tendrías hambre...

-Mi casa está a dos manzanas. - Sparky me miró con los ojos muy abiertos. Tragó saliva. Le había pillado.

-Bueno... en realidad quería estar contigo un rato más. Invitarte a cenar era la excusa perfecta. - supongo que debería sentirme halagado y sonreír, pero no lo hice. No tenía ganas de hacerlo, no podía esforzarme más de lo que lo estaba haciendo saliendo todos los días a la biblioteca para estudiar algo para los exámenes de la universidad, aunque no pusiera un pie en ella. Aún podía aprobar si estudiaba un poco... pero en casa era imposible concentrarse cuando cada rincón estaba repleto de recuerdos.
Esa puñetera casa me angustiaba. Me hacía sentir claustrofobia y tener a mamá todo el día pendiente de mí no ayudaba nada. Así que salía. Iba a la biblioteca todos los días por la mañana y por la tarde, después de comer. No tenía ánimos para hacer otra cosa.
Últimamente, Sparky venía a recogerme por la tarde. No es que me gustara, pero tampoco me importaba. Me era indiferente, aunque no podía negar la distracción que suponía para mí su constante charla.
-Bueno... - le dio un bocado a su hamburguesa. Estábamos en un aparte de la carretera, pegados a la acera de un parque en el que algunos niños aún jugaban iluminados por las farolas de la calle. No nos habíamos bajado del coche y el techo estaba replegado, dejándonos al aire libre. - Siempre me he preguntado una cosa sobre ti, Bill. - le miré de reojo, a punto de llevarme la hamburguesa a la boca. - ¿Por qué te metiste en la carrera de psicología? No parece que vaya mucho contigo. - y tenía razón. Le di un bocado a la hamburguesa y empecé a pensar la respuesta mientras masticaba tranquilamente.

-Sentía cosas...

-¿Cómo? - Sparky alzó una ceja, mirándome fijamente.

-Desde que tengo uso de razón, siento cosas. No tiene nada que ver con fantasmas ni nada de eso. Es simplemente que siento... algo más de lo que debería sentir en ciertos momentos.

-No he entendido una puta palabra. - Sparky bajó del reposa cabezas, dejándose caer a mi lado con suavidad, sin apartar la mirada de mí. De alguna manera, me sentí incómodo. Aquello era algo jodidamente íntimo para mí, algo que estaba seguro que nadie sabía... excepto, quizás, Tom...



-¿También escribes letras de canciones? Caray, Muñeco. No sé si impresionarme o asustarme. - casi podía revivir la felicidad de ese momento, cuando le saqué la lengua juguetonamente y volví a centrarme en el montón de papelazos que había sobre mi escritorio. Tom dejó de tocar la guitarra a mis espaldas, sentado sobre mi cama. Se levantó y se me acercó por detrás, inclinándose para ver lo que escribía. - Yo no soy yo... hum... un poco contradictorio, ¿No?

-¡Eh, no mires!

-¡Venga ya! ¡Tendré que saber la letra para componer la música! ¿No? - lo miré con los ojos muy abiertos, desistiendo de mi estúpido intento de esconder las letras de las canciones impresas en el papel. Tom se apoyó en el respaldo de mi silla, sonriendo. - ¿Quieres que le busque a la letra un ritmo con la guitarra?

-No serás capaz...

-¡Me ofendes! Soy un artista. Puedo con todo. Cántamela.

-¿Qué? No, ni hablar. - me ruboricé. No me daba vergüenza cantar ya que, pese a todo, sabía que cantaba bastante bien (modestia aparte). Pero cantar delante de Tom era otra cosa. Cualquier acción que llevara a cabo sin la más mínima vergüenza con cualquier persona delante, se volvía vergonzosa con Tom. Quizás fuera porque me importaba lo que él pensara de mí. Quizás me importara demasiado...

-Canta... - murmuró, dejándose caer de nuevo sobre la cama, mirándome fijamente. Suspiré y carraspeé un poco...

Ich bin nich' ich wenn du nich' bei mir bist - Bin ich allein
Und das was jetzt noch von mir übrig ist - Will ich nich' sein
Draußen hängt der himmel schief
Und an der wand dein abschiedsbrief
Ich bin nich' ich wenn...


-Ya... para... - me interrumpió. Qué vergüenza joder...

-¿Qué pasa? Ni siquiera me has dejado cantar el estribillo entero. - Tom tenía el ceño fruncido. Se sentó en la cama de nuevo y cogió la guitarra eléctrica. - Si no te gusta mi música, vete al infierno. Ni que me importara... - los primeros acordes que formulaban sus dedos al acariciar las cuerdas de la guitarra me interrumpieron otra vez. Me empezaba a sulfurar. Mierda, mira que era... el ritmo...
Ese ritmo, ese sonido...
Me quedé mirándolo con la boca abierta, sin creérmelo. No podía ser que con sólo oírme cantar el estribillo supiera como era todo el ritmo de la canción, el ritmo que yo me había inventado amoldándolo a la letra y que nunca me había imaginado tocado por una guitarra, pero es que... Era ese. Ese era el puto sonido que seguía toda la canción, con sus bajos y sus altos y su... todo.
Era ese.

-¿Cómo coño lo haces? - le medio grité. Tom dejó de tocar y la mano quedó flácida sobre la guitarra.

-No lo sé. La compuse hace años...

-¿Qué? - vale, eso no me lo esperaba. - No puede ser... - agarré la hoja dónde estaba escrita la letra y se la señalé con un dedo, incrédulo como yo solo. - ¡Yo escribí esta letra a los 15 años! ¡Es imposible que...!
Y entonces me percaté de la situación. Era imposible. Técnicamente imposible.
Tom y yo nos conocíamos desde hacía unos meses. No habíamos tenido más contacto que el que tuvimos antes de la separación a los cuatro años. Él nunca me había oído cantar Ich Bin Nich Ich, ni siquiera había sabido hasta ese momento que me gustaba cantar y escribir canciones. Entonces ¿Cómo se explicaba que prácticamente habíamos compuesto una canción juntos sin establecer el más mínimo contacto? ¿Casualidad? Casualidad era encontrarse la letra de una canción y crear un ritmo apropiado similar al que había pensado el autor de la letra. Sin una pauta, eso no era una simple casualidad.

-Tom... ¿Tú crees que... hay una conexión? - los ojos de Tom flamearon de repente, dejándome ver y sentir un cúmulo de emociones nada agradables.
Esa pregunta no le había hecho gracia.

-¿A qué te refieres?

-Pues... al tipo de conexión que tienen dos gemelos. Ya sabes lo que se dice. Telepatía y mierdas de esas. - Tom sonrió, cínico.

-¿Estás de coña?

-No me refiero a telepatía en sí. Tú ya me entiendes, sentir cosas...

-¿Cosas como qué?

-No lo sé. Cosas... como los sentimientos del otro en ciertos momentos, presentimientos... esas cosas. - Tom se quedó callado. Por un momento pensé que me estaba ignorando hasta que se decidió a contestar con los labios tensos, fruncidos.

-No. Si sintieras una parte de mí en ti, estarías muy jodido.

-¿Por qué? - murmuré.

-Porque mis sentimientos y mis pensamientos no son muy agradables y si los sintieras... me pondría como un toro. - no lo comprendía. No le importaba que lo psicoanalizara y sí que indagara en sus sentimientos. Me parecía contradictorio.

-Tom... - él me había dado la cara, concentrándose en su guitarra, pero sabía que aun así, la mayor parte de su atención se centraba en mí. - ¿Alguna vez... te has sentido solo? - y lo que ocurrió entonces fue como una reproducción a cámara lenta y luego, demasiado rápida como para controlarla.
Los nudillos de sus manos se pusieron blancos de la fuerza con la que apretó el mástil de la guitarra. Su expresión se ensombreció, dándole un aire totalmente inhumano. Me miró con tanta aversión, que su semblante se me hizo abominable.
En ese momento tuve claro que sí, existía una conexión entre nosotros cuando descubrí que los sentimientos que me inundaban el pecho no me pertenecían. Yo nunca sentiría algo tan oscuro, tan sombrío, tan opaco, tan nocivo, con intenciones de hacer daño.
Súbitamente, Tom se levantó de la cama dejando caer la guitarra al suelo con escasa delicadeza. Me provocó hasta escalofríos cuando sus ojos se clavaron en los míos, atemorizándome.

-¿De dónde sacas esas gilipolleces? - me espetó, con un tono repleto de rabia contenida. Me recordó a una serpiente apunto de clavarle los colmillos repletos de veneno a su cena.

-Yo... simplemente... - murmuré. Quería explicarle que me basaba en mis propios sentimientos para creerlo. Cuantas veces me había sentido solo y triste el uno de septiembre de cada año, cuando todos mis amigos y familiares me montaban una fiesta por mi cumpleaños y me lo pasaba en grande... siempre con ese permanente sentimiento de soledad que no consideraba mío.
Era como si mis sentimientos estuvieran divididos en dos y esa sensación a veces me asfixiaba, sobre todo hasta los doce años. Luego, la rabia, la soledad, la melancolía y nostalgia se fueron calmando poco a poco, pero aún seguían ahí. Lo notaba.
Y lo peor de todo es que sabía que no era algo que yo sintiera, sino algo que sentía otra persona ajena a mí. Siempre lo había sabido. Y esa persona solo podía ser Tom.

-Simplemente ¿Qué? - insistió. Fruncí el ceño, ligeramente molesto por su tono de voz. Alcé la cabeza y nos miramos fijamente durante unos segundos. Él parecía indiferente, yo cabreado y de repente, agarró la silla sobre la que estaba sentado y me tiró al suelo, quitándome el sustento que me daba. Me golpeé la cabeza contra el suelo y apreté los dientes, adolorido.
Tom se me echó encima sin parpadear, apoyando sus manos sobre mi cuello y aproximando su boca a la mía.

-No importa lo que yo sienta. Importa lo que sienta estando contigo ¿No? - y me folló otra vez. Lo hicimos de una manera tan brutal y fogosa como nunca la habíamos hecho. Me destrozó por dentro hasta provocarme incluso una hemorragia que duró más de unos minutos.
Recuerdo que lo hice con rabia. Estaba cabreado y le arañé y le pegué hasta dejarle el hombro morado y la espalda en carne viva. Manchamos la cama de sangre y semen entre los dos. Fue increíble.
Y como me cuidó después de aquello, cuando me empezó a doler la barriga a causa de la hemorragia. Cambió las sábanas de mi cama, dejándome su cuarto para dormir y cuando desperté, estaba sentado al borde de la cama tarareando la canción que, sin darnos cuenta, habíamos compuesto juntos.
-Ya era hora. Empezaba a preguntarme si tendría que arrastrarte hasta el hospital con las tres horas que te has echado de siesta.

Eso dijo en cuanto me vio despierto. El plato de pasta mal cocinada estaba esperando en su regazo, lejos del alcance des Scotty. Algo de pasta era lo único que Tom sabía cocinar y la había hecho para mí...




Y ahora es el momento en el que tengo que recordarme a mí mismo que todo era una puta falsa suya para poder utilizarme a su gusto.

-Sentía cosas. Era como si estuviera conectado a otra persona y sintiera lo mismo que ella en ciertas ocasiones. Supongo que me metí en psicología por pura curiosidad. Quería saber que mierda era esa conexión. - me terminé la hamburguesa sin ganas. Sparky se me quedó mirando unos momentos en silencio hasta que se rio. No era con malicia, pero me molestó un tanto. - ¿De qué te ríes?

-Acabo de acordarme de esa vez.

-¿Esa vez?

-¿No te acuerdas? - su tono era burlón y de lo más divertido. Le empezó a entrar la risa floja. - Siempre que te pegaba en el colegio, decías con voz de niña llorona y aguda, ¡Cuando mi hermano mayor vuelva a casa, te dará una paliza! - por un momento no supe cómo reaccionar.

-Yo... yo... ¡Yo no gritaba como una niña! - él se empezó a descojonar en mi cara, llevándose las manos a la barriga, haciendo lo posible por no ponerse a patalear en el coche de la risa.

-¡Lo estás haciendo ahora!

-¡¿Qué coño dices?! ¡No tengo voz de tía!

-¡Todo el mundo confundía tu voz con la de una tía en primaria y la faldita escocesa no ayudaba para nada! - sentí como se me venía el bochorno a la cara. ¡También tenía que acordarse de la dichosa faldita!

-¡Eso... eso...! ¡Yo no quería... me obligaron...!

-¡Oh, pero si estabas de lo más mona!

-¡Que te follen!

-¡Eso fue exactamente lo que me dijiste cuando te subí la falda en el patio de la escuela! ¡Fue decepcionante! ¡Esperaba verte con braguitas rosas!

-¡Pero qué coño...! ¿¡Y tú qué!? ¡Ibas con el pelo teñido de verde y un piercing en la nariz del tamaño del anillo de la Petri!

-¡No es cierto! ¡Y no te metas con la Petri, era mi profe preferida!

-¡Pero si era una vieja que te dejaba gilipollas con los capones que daba con los anillos! ¡Me traumó la infancia!

-¡Y por eso la denunciaste al consejo estudiantil y la echaron! ¡Por tu culpa, pobre mujer! ¿Y si luego no encontró trabajo y se quedó en la calle, vagabundeando, qué?

-¡Sí, yo acabo de verla prostituyéndose en la esquina! ¡Venga ya! - en ese momento el ruido de unos vidrios cayendo al suelo y haciéndose añicos nos hizo callarnos de súbito. Giramos la cabeza hacía los contenedores de basura y nos quedamos mirando a la mujer que nos daba la espalda, una anciana rebuscando en el contenedor vestida con harapos.
Me quedé mudo. Sparky y yo nos miramos con los ojos muy abiertos.

-Eh... ¿Pro...profesora Petri? - la mujer se giró y nos miró con ojos de loca.

-¡Fuera de mi basura, fuera de aquí, fuera de mi basura! ¡Fuera! - di un bote sobre el asiento, casi echándome encima de Sparky al ver a la vieja andando hacía nosotros con una botella de coñac en la mano y un patito de goma en la otra. - ¡Fuera, buitres, ésta es mi basura, fuera! - la vieja se me iba a echar encima, agarrando la puerta del coche y alzándose para meterse dentro. Me quedé petrificado y de repente, una hamburguesa voló directa hacía su cara y la hizo caer hacía atrás. El coche salió escopeteado de allí. Cuando miré hacia atrás la vi en mitad de la carretera zarandeando el pato en el aire, amenazando con ponernos dos velas negras.
Me dejé caer sobre el asiento con los ojos muy abiertos. Miré de reojo a Sparky, que en ese momento también hizo rodar los ojos hasta mí.
No aguantamos más y empezamos a partirnos el culo, muertos de risa.
No me había reído tanto desde antes de que Tom se fuera y mis dos gorilas y yo dejáramos de hablarnos temporalmente. Agradecí ese momento como si fuera mi única fuente de apoyo y, en realidad, lo era.

-Ya está... - aún estaba recuperándome del ataque de risa cuando Sparky se detuvo en la puerta de mi casa, suavemente. Suspiré... la casa de mis pesadillas.

-Aun no entiendo bien porque vienes a recogerme todos los días, pero... gracias. Me estoy ahorrando un pastón en el bus.

-¡Ah, con que solo me quieres para hacer de chofer!

-Por supuesto. - Sparky sonrió. Nos quedamos callados de repente, sin saber que decir.

-Oye... ¿Cuándo piensas reconciliarte con tus guardaespaldas? - hice una mueca con la boca. Me hubiera gustado decirle que no le importaba una mierda, pero después de traerme hasta casa e invitarme a cenar, me parecía algo fuera de lugar.

-En realidad debería haberlo hecho ya... pero no estaba de humor...

-Escucha... yo prefiero no meterme, ya sabes que ellos y yo no nos llevamos bien, pero... están preocupados de verdad por ti y no es que me importe que lo pasen mal, de hecho, me la sopla. Pero te conviene tenerlos como amigos en estos momentos. - Sparky no sabía cuánta razón tenía. Les echaba de menos, pero mi orgullo estaba tan herido que me veía incapaz de darle un pequeño empujón para perdonar a Georg y Gus.
De todas formas, tarde o temprano lo haría y ya era hora de dejar de ser tan egoísta y esforzarme un poco más en sonreír a las personas que me querían... aunque no fueran sonrisas de verdad.
Salí del coche y me dirigí a la puerta de casa después de dedicarle un leve adiós a mi chofer particular.

-¡Bill! - me detuve en las escaleras que daban a la puerta. Sparky salió del coche y anduvo hasta mí, pasándose las manos por el pelo rubio. Parecía nervioso. - Hum... resulta que este viernes había pensado estrenar la tele nueva de mis padres robando unas pelis del videoclub y cebándome a comida basura toda la noche con unos colegas, pero... - hizo rodar los ojos bajo los párpados, encogiéndose de hombros. Notaba su tensión a tres palmos de distancia y me entró de nuevo la risa floja que contuve a duras penas, sin saber por qué. - ... mis colegas me han dejado tirado a última hora.

-Ahá... ya veo. - asentí, mordiéndome el labio inferior aguantando la risa de subnormal.

-Pues... tú... ¿Tú quieres...?

-¿Qué pelis vas a ver?

-¿Eh?

-Las pelis...

-Ah, eso... pues... no sé. De... ¿Miedo? - no pude evitar volver a soltar una estridente carcajada que lo dejó totalmente cortado.

-¡No lo sé, eres tú el que iba a mangar las pelis!

-¡Ah, claro, pues... de miedo!

-Vale... - y sonreí. Por primera vez desde que Tom se fue, sonreí, haciendo un esfuerzo flojo. Casi sin necesidad de forzarme a ello.
Pero enseguida, mi sonrisa cambió a una mueca forzada y opaca en cuanto me di cuenta de que no tenía sentido sonreír si no era para Tom.
Sparky lo notó, pero no dijo nada.

-Entonces... ¿Nos vemos mañana? - asentí con la cabeza por pura inercia.

-Sí... supongo que necesito distraerme un poco.

-Pues... hasta mañana. - me sentí desfallecer justo en ese momento, otra vez débil y vulnerable, totalmente derrotado...
Hasta que Sparky se inclinó y me besó la mejilla, tan cerca de los labios que se me puso el vello de punta. El corazón emergió del pozo negro con un latido que me dejó sin aliento. Tragué saliva con fuerza y me quedé quieto cuando me rozó los labios y los restregó con los suyos con cuidado, reprimiéndose. Luego se separó de mí y miró con seriedad mi cara de gilipollas.

Muñeco Abandonado Segunda Temporada - By Sarae.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora