Capítulo 30

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By Tom.

De acuerdo. Muy impresionante, había que admitirlo. El Pich era el mejor local que había visto en mi vida. Era enorme, los efectos de los focos eran increíbles, la música no estaba mal y en los pódiums no faltaban gogos. Tíos en su mayoría, como la mayor parte de las personas que bailaban, se morreaban, se metían mano, se drogaban, se emborrachaban y demás... tíos.
Y todos maricones.
Era interesante, no podía negarlo. Ese nuevo ambiente me puso el vello de punta nada más entrar, pero una vez pasada la primera impresión, quería ver más.
Tal vez fuera por lo que me había metido dos minutos después de entrar.
Anduve dando empujones y quitándome maricas de encima hasta encontrar la barra, dónde supuestamente, Andreas estaría esperando para llevarme hasta el dueño del local y firmar el "tratado corrupto".
La velocidad a la que se movían los focos me descolocaba y el movimiento apresurado me mareaba. Era algo fascinante.
Cuando por fin llegué a la barra dando empujones, busqué a Andy con la mirada desbocada. No podía dejar de sonreír como un idiota.

-¡Hola! - un tío me gritó prácticamente al oído. Me giré y observé con sarcasmo en la mirada los pectorales desnudos y los movimientos medio sensuales del marica. - ¿Quieres bailar? - me entró la risa tonta cuando vi acercarse a tres más, acorralándome contra la barra con miradas de perros en celo. Esto era surrealista.

-¡No, gracias! ¡Ya tengo maricona a la que joder! - le di la espalda y me encaré a los demás, empujándolos con mi cuerpo. - ¡Que corra el aire! - les empujé y justo detrás de ellos, vi la mata de pelo rubia inconfundible de Andy, que metía la lengua en boca de marica moreno con pinta de santo. No tendría más de dieciséis años.
La escena me hizo gracia. Nunca había visto a Andreas enrollándose con un tío, aunque sabía que lo hacía casi todas las noches.
Me emperché a su espalda, abrazándole los hombros y pegando mi boca a su oído.
-¿Cómo está mi maricona rubia favorita? - enseguida pegó un bote y se despegó del chaval, sobresaltado.

-¡Coño, Tom, que susto!

-¡Para susto el mío viéndote metiendo la lengua en agujeros ajenos! ¡A saber en qué otros agujeros la habrás metido! - se dio la vuelta, analizándome con una ceja alzada, dándole la espalda al cachorrillo en vía de crecimiento. - ¿Qué pasa? ¿Parezco una maricona?

-¡No, pareces el único tío que merece la pena entre tanto marica afeminado!

-¡Oh, me siento halagado!

-¡Pues no te lo sientas tanto! - Andreas se inclinó sobre la barra, cogió el vaso medio vacío que reposaba sobre la mesa y se lo bebió de un sorbo. - ¡Estoy cabreado contigo! ¡Ya no eres mi amigo! - hice una mueca dramática con la cara, fingiendo que me importaba.

-¡No!

-¡Sí, te odio Tom!

-¿Por qué? - Andreas se rio, apoyando los brazos sobre la barra, mirándome con la boca entreabierta.

-¡Conoces a Aaron desde hace apenas un año y te lo has tirado, y a mí, que me conoces de toda la vida, no me has dejado ni hacerte un pajilla! ¡Muy bonito! - no pude evitar soltar una carcajada estridente.

-¿Quién te lo ha dicho?

-¡Aaron, claro! ¡El pobre no sabe que hacer después de que te lo beneficiaras! ¡No sabe si lo hiciste porque te gustaba o por echar un polvo! ¡El muy idiota está que se le caen los huevos por ti! - bueno, me lo imaginaba. Otra cosa era que me importara. -¿Te gusta Aaron?

-¡No! ¡Me lo follé pensando en...!

-¿Bill? - la sonrisa estúpida se me borró de la cara en cuanto oí su nombre. Andreas sonreía de oreja a oreja, regocijándose por dentro tras el descubrimiento. Entonces me di cuenta de que esa noche tenía muy pocas luces como para que se me fuera la lengua.

-¿Cómo...?

-¡El Príncipe me dijo que no habías parado en todo el polvo de llamarlo Bill o Muñeco precioso, o algo así! ¿Quién es Bill?

-¡No te importa una mierda!

-¡De acuerdo! - se giró en redondo, haciéndose el ofendido, cruzándose de brazos con indignación. - ¡Pues entonces busca tú solo a los dueños del Pich, porque este marica se va al cuarto oscuro! - sacudí la cabeza con una nueva sonrisa patente en mi cara. Andreas era un terco que siempre intentaba controlar la situación y sabía de sobra que estando yo, nunca lo conseguiría.

-¡De acuerdo, ya los busco yo! - me incliné sobre la barra y grité, intentando llamar la atención del tío que servía el alcohol y las bebidas. Andreas se volvió enseguida hacía mí, agarrándome del brazo.

-¡Vale, vale, ya te llevo yo!

-¡Eres un mariquita muy fácil de manejar!

-¡Eso ya lo sabía y si te portas bien, dejaré que me manejes como quieras esta noche!

-¡Andreas!

-¡Vale, joder, al menos tenía que intentarlo!

-Quizás luego... - se quedó completamente alucinado cuando oyó esas palabras salir de mi boca, paralizado y boquiabierto. Hubiera dado lo que fuera por saber qué clase de perversiones le estarían recorriendo la mente en ese momento... lo retiro. Preferiría no saberlo.

-¿En serio? - me encogí de hombros.

-Me tiré a Aaron, ¿Por qué no iba a hacer lo mismo contigo? - Andy abrió la boca de par en par, flipándolo de mala manera. Yo me reí y eché a andar con él muy pegado a mi espalda.

-¿Qué te has tomado? - me preguntó. Claro, él ya me conocía lo suficiente como para imaginarse que estaría muy colocado como para decir eso. - ¿Una raya?

-¡Un éxtasis!

-Debe ser bueno.

-Todo lo que yo tomo es bueno.

-¿En serio me vas a... de verdad de la buena?

-¿Quieres cerrar la boca, marica? Parece que te haga ilusión que te la meta por el culo. - que afirmación más estúpida. Estaba claro que le hacía ilusión por cómo le brillaba la cara.

-¡Joder, bendito sea ese Bill! ¡Te ha llevado al lado oscuro! - mientras subía las escaleras del recinto dónde maricas y más maricas se apelotonaban y se magreaban, me giré a Andreas y la mirada letal me salió como un volcán que acababa de soltar su primer aviso con una llamarada de lava ardiente después de milenios manteniéndose inactivo.

-En la puta vida pronuncies ese nombre para provocarme, porque... si lo haces, haré que acabes como tu padre. - Andy abrió los ojos como platos, mirándome fijamente. Se puso blanco como la pared y con lentitud, bajó la cabeza al suelo, seguramente embriagado de recuerdos poco agradables. Le tembló el cuerpo con débiles espasmos y sin alzar la cabeza, caminó hasta la sala de arriba, ya medio vacía y entró en lo que debería ser la única habitación separada por paredes del resto del club, a parte de los baños. Dejó la puerta abierta para que lo siguiera y eso hice.
Cuando entré, me encontré en una sala insonorizada. Parecía un estudio de grabación por los incontables amplificadores, discos y la enorme mesa llena de teclas pegada al cristal por el que se veía todo el Pich desde arriba. También había cámaras de seguridad, cuyas grabaciones se veían a través de diez pequeñas pantallas que colgaban de las paredes.
Debía ser el "puesto de control" del Pich.
A mi izquierda, había dos sofás, uno de ellos ocupado por una mujer de unos cincuenta años vestida con ropa de Madame y dos kilos de maquillaje llamativo y un tío grande, con aspecto fuerte y atlético vestido de negro. Quizás su guardaespaldas. Andreas se había atrincherado en la esquina de la habitación, lejos de mí.

-Tú eres... - murmuró ella, que, bien analizado su tono de voz, entendí que en realidad era él. Un hombre. Un travesti.
Bueno... era una suerte no tener ningún prejuicio social.
Me senté en el sofá de en frente con tranquilidad.

-Tom. - respondí.

-Tom... - asintió con la cabeza, como si mi nombre le importara - soy Yvonne, encantada.

-Un placer. - solté, con cierto tonito sarcástico. Ella comprendió que le convenía ignorarlo.

-Según me ha contado Andreas, tú puedes ayudarnos.

-Probablemente. - ella se inclinó hacia delante, visiblemente interesada.

-Este club tiene muchos enemigos y también, mucha gente dispuesta a dar la cara por él...

-Y también dispuestos a pagar mucho dinero por entrar. - ella asintió con la cabeza, como si ese fuera un detalle sin importancia. - los enemigos del club son tíos que sienten repugnancia hacia este estilo de vida y, generalmente, son peligrosos. Si fueran tíos normales, simplemente pasarían de largo, pero como estos no lo son, atacaran el Pich hasta hundirlo y nadie podrá detenerlos, aunque todos sus maricas den la cara por el club. Su intención es acabar con la homosexualidad de raíz. Primero acabaran con este club y luego, irán uno a uno cazando todos los maricas que encuentren a su paso. Será como una especie de carnicería nazi contra los homosexuales en lugar de judíos, aunque seguramente, también estén dispuestos a llevarse por delante a cualquier judío, negro, chino u extranjero, simplemente por no ser alemán o no ser el alemán que quieren que sea.

-¿Todavía existe gente así? Creía que después de la segunda guerra mundial los alemanes habrían aprendido la lección.

-¿No eres alemán? - él o ella negó con la cabeza.

-Soy austriaca. Las razones de cómo he llegado aquí no importan.

-Lo sé. No pensaba preguntar por ello. Me importan muy poco las nacionalidades y los nombres, así que basta de rodeos. Tú tienes un problema y yo tengo la solución, por lo que tu nuevo problema es que todo tiene un precio y debe equivaler al de mis... servicios. - el tío vestido de negro, que también tendría sus añitos, soltó un gruñido casi inaudible. Sentí en el ambiente la irritación de ese hombre y también la inconformidad del dueño del club. Sentí también como Andreas se colocaba a mi lado, tras el sofá, cubriéndome la espalda pese al cabreo que tenía encima. - quinientas. - el dueño frunció el ceño.

-¿Qué?

-Calculo que el club tiene una capacidad de quinientas personas, pero por lo que he visto esta noche, me huelo que aquí entran más seiscientas. A tres euros la entrada más las consumiciones, pongamos dos por persona, ¿Cuánto sale eso? Unos... 260.000 euros al mes, restándole la luz, el agua, el servicio de limpieza, la compra de alcohol y bebidas, comida, el sueldo de los que sirven la barra, los gogos y la mierda de vigilancia, calculo que... bueno, te llevas un buen pellizco, tú y los que trabajan aquí. Por lo que el precio debe ser algo bastante generoso teniendo en cuenta que mis chavales no solo van a estar vigilando el Pich, sino que también consumirán, claro. Así que el primer requisito que pido es que las dos primeras consumiciones nos salgan gratis, además de no pagar entrada, en horas de trabajo, claro. - él inclinó la cabeza hacia delante, imitando mi seriedad respecto al tema. Estaba claro que las arrugas que circulaban por sus ojos indicaban que era un hombre que se reía constantemente. Que se lo tomara tan en serio era una buena señal. Estaba desesperado.

-Lo veo justo. - asintió.

-Despedirás a tu equipo de vigilancia y el dinero de ellos será nuestro más un... quince por ciento de las ganancias. - y ahora sí. Abrió los ojos como platos.

-¿Sabes de cuánto dinero estás hablando, niño?

-Unos... veintisiete mil euros al mes, ¿no?

-No puedo pagarte tanto. Tendría que reducir el sueldo de todas las personas que trabajan aquí.

-Lo sé, pero resulta que ese no es mi problema, es el tuyo y tendrás que elegir cual es el problema que debes solucionar con más urgencia. Puedes no hacer el trato conmigo porque te supone un coñazo reducirle el sueldo a tus empleados, los cuales seguramente cobraran un pastón, y perder el Pich cuando una pandilla de neonazis homofóbicos le prendan fuego o... puedes hacer el trato conmigo, perder un poco más de pasta y estar tranquilo, porque si alguien se acerca a tu club, estará muerto antes de cruzar de acera. - el dueño se quedó callado, pensativo, tragando saliva mientras yo ladeaba la cabeza, un poco mareado, empezando a sudar por los efectos secundarios de la droga. Estaba frenético y necesitaba moverme deprisa. El corazón me iba a mil y movía la pierna con nerviosismo, dando golpecitos suaves sobre el suelo.
El dueño suspiró.

-No quedan muchos jóvenes como tú hoy en día. Eres muy astuto y debes ser fuerte para tener semejante poder sobre las personas que te rodean. Seguramente, tu pandilla será digna de temer.

-Yo no tengo ninguna pandilla. - él pestañeó y miró a Andreas de soslayo. Andy no se movió un ápice, aún sumido en sus pensamientos. Volvió a mirarme a mí. - Simplemente, los barrios bajos de Stuttgart se dividen en dos. En los que me siguen y en los que no. Los que me siguen son libres, yo no les ordeno nada y ellos no están atados a mí, pero claro, hay reglas que deben acatar sin más o recibirán su justo castigo. A cambio... tienen ventajas frente a la pasma y ayuda extra cuando la necesitan. Siempre que no se pasen de listos.

-Entiendo. Aun así me parece admirable tu templante... Está bien. Trato hecho. - el dueño se levantó del sofá. Inmediatamente me levanté tras él y estrechamos las manos con fuerza. - ¿Cuándo empezaran a trabajar?

-Ahora mismo si quieres. No hay ningún problema. - el dueño asintió con la cabeza. Sonrió, mas relajado y sus labios se movieron para soltar alguna frase ingeniosa cuando me tambaleé un poco. Sacudí la cabeza y le di la espalda, acalorado. Tenía que moverme o me daría un maldito golpe de calor de un momento a otro.
Caminé hasta la puerta sin ni siquiera despedirme. Andreas me seguía desde cerca, con la mirada afilada y los brazos tensos, esperando que me desplomara contra el suelo en cualquier momento.

-Tom... - miré al dueño de reojo. Ahora sí se reía con suavidad. - ¿Puedo hacerte una pregunta indiscreta?

-Dispara.

-¿Eres homosexual? - una pequeña carcajada trepó hasta escapar por mi boca.

-Últimamente, sí y mucho.

-Lo suponía. - claro. Lo suponías... imbécil.


-Llama a Kan y dile que traiga a los suyos. Veintisiete mil euros es mucho dinero. Le interesará. - Andreas ni siquiera contestó. No sabía si era porque estaba pensativo o porque estaba cabreado, rabioso. En cualquier caso, estaba claro que la culpa era mía. Pero tampoco es que me importara demasiado. - Para, joder... - me apoyé en la barandilla de las escaleras, sudando a mares. Las luces revoloteaban a mí alrededor de una manera escalofriante. Andy se detuvo frente a mí con ojos repletos de odio.

-¿Qué coño te pasa ahora?

-¿A mí? ¿Qué le pasa a la maricona rubia? Hace quince minutos pegabas saltos de felicidad porque te la iba a meter por el culo y ahora no quieres saber nada de mí. Menudo palo.

-Tom, ¿por qué no piensas por una vez en tu vida en alguien que no seas tú mismo?

-Imposible. Yo soy el único que merece la pena en el mundo, no puedo pensar en nadie más. - dejando de lado ciertas excepciones.

-Joder, eres un hijo de puta, Tom. - sonreí.

-Lo sé y me gusta ser así. Venga, no te cabrees. - Andy se cruzó de brazos y bufó, girando la cabeza hacía otro lado.

-Supongo que mientras tú te vas por ahí de marcha, a mí me tocará cargar con la vigilancia del club.

-Pensaba que querías vengarte por lo de Ross.

-Y quiero... pero hoy no van a venir, seguro. Además... todavía me duele la cara y no puedo mover bien el brazo.

-De acuerdo. Pues vente conmigo. - una minúscula sonrisita asomó en sus labios.

-¿A dónde? ¿A tu cama?

-¿Ya quieres irte a dormir, maricona rubia? Que poco aguante. - sacudió la cabeza. El enfado acababa de esfumarse y ahora se dedicaba a mirarme con expresión soñadora.

-Tom... aunque seas un hijo de puta, eres increíble.

-Lo sé. - le hice una señal con el dedo, pidiéndole que se me acercara un poco más. Andy avanzó, rezumando sensualidad, con los labios entreabiertos. Le agarré por el cuello de la chaqueta y me incliné, juntando nuestras bocas y penetrando en la suya con la lengua. No tardó en seguirme el juego. Andreas no era como Aaron o quizás, Bill en sus principios, un inexperto. No. Andreas sabía lo que se hacía demasiado bien. Era como yo, un verdadero adicto al buen sexo, entre hombres, pero adicto, al fin y al cabo.
Sabía qué hacer con la lengua, qué hacer con las manos y en qué posición mantener el cuerpo.
Al segundo estaba tan duro que dolía, compartiendo el dominio de la situación... y nos separamos con la humedad recorriendo nuestros labios, acariciándonos con la lengua.

-Tom... - su pelo había pasado de rubio a moreno, largo y liso, brillante y cuidado. Las manos que me agarraban de la nuca tenían un tacto suave, con el roce de las largas uñas provocándome temblores. Los ojos maquillados clavados en mí. La cara pálida formando un óvalo perfecto...
Mi Muñeco...

-¡Tom! - pestañeé lentamente y Andreas volvía a estar frente a mí, con una ceja alzada, las manos todavía apoyadas en mi nuca. - Que te quedas tonto, chaval. Te has vuelto todo un marica. - sonreí, soltando un suspiro.

-Sí, supongo que sí.

-Entonces, ¿nos vamos? - se pasó la lengua por los labios, dirigiéndole una mirada acusadora a mis pantalones abultados.

-¿Ya? Ni hablar. Enséñame de cabo a rabo el antro de maricas que acabo de comprar y quizás te folle en el baño. - Andy se quejó, riéndose.

-¡De acuerdo! Pues entonces vayamos deprisa. Llevo deseándote desde los catorce años... por unas horas más, no moriré...




By Bill.


2 de la mañana.
Tumbado en la cama, mirando el techo, con la luz apagada, sumergido en una penumbra que era iluminada constantemente por los focos de los coches que pasaban por la calle a esas horas. Quería dormir, pero no podía.
Desde que Tom se había ido, me era tan difícil dormir... Al principio, conciliaba el sueño con relativa facilidad, pero mientras dormía, soñaba cosas. Soñaba con fiestas, metido en un club que desconocía, rodeado de gente que gritaba, saltaba, reía, se divertía. Yo iba dando empujones bruscos, apartando a las personas de mi camino como un toro rabioso. Todo el mundo me miraba con temor o respeto. Las chicas intentaban ligar conmigo, las gogos de los pódium me dedicaban bailes sensuales sólo a mí.
No era una pesadilla, pero cuando despertaba del sueño, me sentía más cansado que antes.
Era como si estuviera viviendo la vida de otra persona, metido en su piel. Y el vacío que había en su pecho era tan grande que me asfixiaba.
Me pregunto ¿de quién será el cuerpo en el que me meto en sueños? Tenía una ligera idea, pero prefería no hacerme más ilusiones vanas.
Esa noche me sentía raro, repleto de efusividad.
Ya había sacado a Scotty unas tres veces y había dado una vuelta por el barrio, solo, pero seguía sintiéndome inquieto. Quizás sea porque he dejado de tomarme las pastillas para la depresión. Creo que ya no me hacen falta, al menos no por ahora.
Quizás sea por la pregunta que me rondaba la cabeza en ese momento, la decisión que me tocaba tomar.
Suspiré, mirando las sorpresitas que me habían llegado esa mañana, sobre el escritorio.

-Scotty... - mi perro, que ya medía más de 50 centímetros, pegó un salto sobre la cama y se recostó a mi lado, empezando a darme golpecitos en el hombro con el hocico. - ¿Crees que debería ir? - pregunté. Él soltó una especie de gemido en respuesta. - él tiene razón. No puedo estar toda la vida escondiéndome. - le acaricié la cabeza con los nudillos, dándole vueltas a lo ocurrido esa mañana, una y otra vez.

En casa sólo había silencio.
Yo no había ido a la biblioteca ese día y mamá no había ido a trabajar, sentada a la mesa, dándole vueltas a la cuchara con el café sin empezar. Hacía diez minutos que se había quedado frío.
Yo estaba en el suelo, encima de la alfombra, entretenido jugueteando con un cubo de rubik que había encontrado la noche anterior. Ninguno hablaba y la tensión era claramente palpable. Mi madre no apartaba los ojos de mí, seguramente observando cada uno de mis tatuajes al descubierto.
Había acabado hasta las narices intentando ocultarlos y esa mañana había salido de la cama sin camiseta, desnudo de cintura para arriba y con pantalones cortos, cosa muy rara en mí. No me gustaban los pantalones cortos, pero eran frescos para andar por casa. Apenas quedaban semanas para que empezaran el verano.
Empecé a tararear el nuevo single de Coldplay y al cabo de unos segundos, mamá habló.

-¿Cuándo te los hiciste? - su tono era demandante, pero muy bajo, agotado. Yo ni siquiera la miré a la cara. Ya había completado dos caras del cubo.

-El del brazo hace un año. El de la estrella, hace tres. El de la nuca, con quince o catorce. No lo recuerdo.

-¿El de la nuca? - ella no podía verlo desde su posición. Mi pelo lo ocultaba demasiado bien. De todas formas, no insistió en verlo. - ¿Cómo demonios has estado tanto tiempo ocultándomelos?

-Voy a hacerme otro que me ocupe todo el costado, pero no sé cuándo.

-Supongo que, si te digo que no, no me harás caso.

-Supones bien. - se quedó callada unos segundos.

-Los tatuajes son peligrosos. La tinta es tóxica y la aguja con la que te lo haces...

-Llevo años con ellos y no me ha pasado nada. Lo único malo que tienen es que duele como una puta operación de fimosis.

-Tú nunca has tenido fimosis.

-Gordon sí.

-¿Y por qué te los haces entonces?

-Soporto bien el dolor y cada tatuaje tiene un significado especial para mí. Deberías imaginártelo. Tú eres mi madre.

-Últimamente no estoy tan segura de eso. - la miré a la cara con una ceja alzada. Sus ojos seguían siendo severos. No pensaba dar marcha atrás y esta vez, yo tampoco.
Volví a centrarme en el cubo de rubik. - Bill, háblame.

-¿De qué?

-No lo sé, pero dime algo, por dios.

-El tatuaje del brazo simboliza mi libertad. Fue un regalo de Georg y Gus, ellos pusieron el dinero el día en que cumplí 18. Pensé que por tener 18 sería libre como un pájaro. Podría hacer lo que me diera la gana... pero me equivoqué. Puedo salir, beber hasta hartarme, comer lo que quiera, elegir mi ropa, volver cuando quiera a casa, ver lo que quiera, salir con quien quiera... pero no sin que se me juzgue luego o sin que mi madre me la arme en cuanto aparezca por casa. Sin que mis amigos me echen la bronca por mis acciones descabelladas. Puedo hacer lo que quiera siempre y cuando acepte ser juzgado luego. Eso no es libertad.

-Yo te doy libertad, Bill. Quizás demasiada...

-¿Eso crees? Mamá... - giré otra cara del cubo y automáticamente, hice la cara de color blanca, pero desbaraté la de color azul. Fruncí el ceño, frustrado, intentándolo de nuevo. - me gustan los hombres. - oí la exclamación ahogada de mi madre al escuchar mi confesión, como un grito, un último suspiro, como esas exclamaciones ahogadas que salen en las películas de miedo cuando la protagonista se encuentra cara a cara con su asesino, incapaz de escapar, incapaz de gritar aterrorizada, soltando un leve murmullo de pavor.
Preferí no mirarla a la cara para no tener que encontrarme con esa misma mueca de horror.
-Lo he descubierto este invierno. Soy gay, homosexual, saraza, sodomita, maricón, nenaza, desviado, marica, chupapollas... De la acera de en frente. Me gustan los hombres y ya he tenido relaciones. He tenido novio y el otro día me acosté con un chico. No soy virgen anal, he sido sodomizado, he hecho pajas y me he metido pollas en la boca... lo siento mamá, pero es lo que soy.

-Oh, dios mío... - su voz se había resquebrajado. Su templante severo había sido aplastado. Vi de reojo como se levantaba de la silla con las piernas temblándole como un flan y fui testigo de cómo volvió a desplomarse sobre la silla, incapaz de ponerse en pie. - No puede ser...

-Puede ser... - nunca había imaginado que acabaría diciendo algo semejante a mi madre. Nunca se me había pasado por la cabeza como sería la reacción de una madre al averiguar que su hijo era gay. Yo no lo veía tan horrible, tan horroroso, ni siquiera lo veía malo. No alcanzaba a comprender porque un padre o una madre podían llegar a escandalizarse de esa manera al saber que su hijo tiene diferentes gustos. ¿No es lo mismo que preferir el rosa al negro? ¿No es lo mismo que preferir libros a balones? ¿No es lo mismo que preferir pantalones largos a cortos? Sólo es cuestión de preferencias y cada uno tiene las suyas.
Hubiera sido muy útil haber pensado lo mismo en secundaria, con ese chico solitario de la clase B que fue a pedirle ayuda al Presidente del Consejo de Estudiantes porque era marica y los alumnos lo acribillaban vivo. Yo era el Presidente. Yo solucioné el problema. Pero ese chico siempre viviría sabiendo que fue acribillado por tener gustos diferentes a los de sus compañeros de clase. ¿Era eso justo? Ahora lo veía con más claridad que nunca.

-Pe-pero... ¿Y... y Natalie? ¿Y todas tus novias? Tú... tú... siempre has tenido muchas novias y...- mi madre tartamudeaba, incapaz de controlar sus nervios. Yo empezaba a perder la paciencia con el cubo de rubik, incapaz de hacer más de dos caras.

-Natalie era una puta y las otras chicas... bueno... te he dicho que lo he descubierto este invierno. - mi madre hizo un gran esfuerzo por levantarse de la silla, aún con las rodillas temblando, chocando entre sí por los fuertes temblores. Un hipo silencioso empezó a emanar de su boca. Los ojos se le cristalizaron en cuestión de segundos.

-No puede ser... - y conseguí hacer otra cara... deshaciendo la de color azul.

-¡Por favor, mamá, déjalo ya! ¡No finjas que no lo suponías, lo que pasa es que no querías creerlo! ¡Es más fácil cerrar los ojos y hacerse el sordo, pero no! - me levanté del suelo y dejé el cubo sobre la mesa con un golpe sordo. Mi mirada se cruzó con la aguada de mi madre. Era la primera vez en la que ella se deshacía en sollozos y yo me mantenía firme, tan tranquilo como si a mí alrededor no ocurriera nada capaz de impresionarme. - La verdad es que tu hijo es un marica que no va a hacerte abuela en la vida. La realidad es que el día en que tu hijo diga que tiene alguien especial en su vida, no será una mujer, si no un hombre. La realidad es que tu hijo puede coger el sida sin que puedas hacer nada para evitarlo. La realidad es que una parte del mundo me despreciará por ser lo que soy, me insultaran, me harán daño, puede que me apalicen y me escupan a la cara, sucio maricón abre culos... la realidad es que... sí me quieres tanto como dices, aceptaras lo que soy. Aceptaras que, pese a todo, soy un hombre, es más, ¡Soy tu hijo, hijo de Simone! ¡Me querrás sabiendo que me gusta chupar pollas y que me la metan por detrás! ¡Y si no lo aceptas, olvida que tienes un hijo! - mi madre temblaba como una hoja, agarrada a la mesa, sollozando y llorando en silencio, como si acabara de decirle que me habían echado una maldición encima.

-No, dios mío... mi niño...

-Ya no soy tu niño, mamá. Soy mayor. Soy un hombre... tal vez no el hombre que esperabas que fuera, pero lo soy. Y ya no puedes controlarme. No puedes decirme lo que debo o no debo hacer. Soy yo el que debe tomar sus propias decisiones ahora, según mi criterio, el que tú me has enseñado, siguiendo la justicia por la que tú me has guiado... Mamá, ¡Déjame tomar mis propias decisiones y equivocarme, déjame crecer, déjame elegir, déjame madurar, déjame convertirme en lo que quiero ser!

-¿Cómo...? ¿¡Cómo puedes pedirme que te deje convertirte en un... un pervertido!?

-¡No soy un pervertido! ¡Soy gay! ¡No es ningún crimen que me gusten los hombres! - mi madre levantó la mano, sacudiendo la cabeza con histeria.

-¡No tienes ni idea de la cantidad de cosas grotescas y abominables que llegan a un juzgado por culpa de esos pervertidos sexuales! - me dio la espalda, llorando a lágrima viva, corriendo por los pasillo, huyendo de mí.

-¿Te estás oyendo? ¡Pensaba que tú lo entenderías, siempre has sido justa con el tema! ¡Pensaba que la homosexualidad no te importaba!

-¡Es muy diferente tener amigos homosexuales y que tu hijo sea gay! ¡Hay gays que violan a niños!

-¡Y heteros también! ¡Eso no tiene nada que ver!

-¡Son totalmente pervertidos, unos indecentes!

-¡No por ser homosexual tienes que ser promiscuo y lo sabes! ¡Eso no es cuestión de sexualidad, es cuestión de género! - corrí tras ella hasta la segunda planta. Ella no quería seguir escuchando.

-¡No es normal! ¡Sufrirás!

-¡Hay millones de personas homosexuales en el mundo! ¡Es normal, es algo que ocurre desde la aparición del hombre! ¡Puede que no tenga sentido biológico, pero desde siempre ha ocurrido! ¡No tiene nada de malo!

-¡Sí que lo tiene! - mi madre dejó de correr. Se dio la vuelta y me encaró con ojos llameantes, expresión llena de ira, bañada en inmaculadas lágrimas de dolor y frustración. - ¡Por la calle te señalaran con el dedo y gritaran como si fueras un apestado! ¡No quiero que digan semejantes atrocidades de mi hijo!

-¡Esa es mi decisión! ¡Soy lo que soy, no puedo negarme a ello! ¡Mi felicidad depende de eso!

-¡Tu felicidad depende de los demás! ¡Uno no puede alcanzar la felicidad por sí solo y si todos te repudian, solo sufrirás! ¿¡Es que no lo entiendes!?

-¡Pues encontraré a alguien que no me repudie!

-¡No lo entiendes, Bill, no lo entiendes! ¡Esa gente solo busca sexo!

-¡Yo formo parte de esa gente!

-¡Tú no vas a formar parte de nada! ¡No vas a salir de aquí en los próximos veinte años y vas a ir conmigo a un maldito psicólogo hasta que se te quiten esas perversiones de la cabeza! - no podía creer lo que estaba oyendo. Mi madre, aquella que me había criado, me había enseñado todo lo que sabía, me había dado las bases para diferenciar entre lo bueno y lo malo y me había enseñado a ser un hombre justo, ahora se retractaba de su palabra. Acababa de hacer pedazos mis creencias, mis bases, mis pautas de comportamiento. Todo en lo que creía de repente se resquebrajaba peligrosamente a mis pies.

-Eres... una mentirosa intolerante. - y su expresión pareció relajarse entonces, intentando parecer amable, compasiva, cariñosa.

-No lo entiendes Bill. Cuando seas padre lo entenderás...

-No voy a ser padre nunca.

-Sí, lo serás. Bill... escúchame...

-¡No me da la gana! ¡Eres tú la que no lo entiende! ¡Siempre hablando de las pobres criaturas que te encuentras en un juzgado, de las desgracias que ves por la tele, siempre compadeciéndote de ellas! ¡Pues compadécete de mí ahora! - esta vez fui yo quien le dio la espalda y empecé a caminar hacia mi cuarto. Ahora era yo quien no quería hablar y, sin embargo, mi madre me agarró del brazo con brusquedad, tirando de mí con mano de hierro.

-¡Bill, por favor, tienes que entenderlo! ¡Tú no eres como ellos! ¡No eres...!

-¡Maricón! ¡Y sí, lo soy! ¡Y no solo soy gay! - me di la vuelta para encararla una última vez, furioso. - ¡Soy el puto hijo maricón de una jodida hipócrita! – y... me pegó...
Me pegó...
Mi madre me pegó como cuando tenía cinco años y me asomé por la ventana subido a la mesa del escritorio, empujándome hacía delante, a punto de caerme y matarme. Ella me cogió en brazos, apartándome con un grito de terror y me pegó un guantazo en la cara.
Me pegó exactamente igual que esa vez, pero por motivos muy diferentes.
Me pegó porque era gay y jamás olvidaría semejante rechazo hacía su propio hijo.
Me pegó rechazando todos los criterios de justicia que, hasta ese momento, me había enseñado.
Me pegó como atentado contra la tolerancia con la que me había criado desde mi nacimiento.
Y se llevó una mano a la boca, alarmada por semejante acto abominable hacía el hijo que tanto había afirmado amar.
Nos miramos a la cara fijamente, mudos de horror y repugnancia por lo dicho, hecho y descubierto el uno del otro y... en ese momento, sonó el timbre de la puerta. Los ladridos de Scotty retumbaron en toda la casa.
Sacudí la cabeza y le di la espalda, negándome a mí mismo llorar. No... no lloraría nunca más por mi familia. No merecía la pena hacerlo.

-Voy a abrir.

-Bill... cariño, lo sien... - me hice el sordo y bajé las escaleras, ignorándola por completo. No merecía la pena.
La mejilla me ardía y la marca de su mano habría quedado marcada a fuego en mi cara, pero eso no era lo que más me dolía. Así que caminé hasta la puerta, donde Scotty meneaba el rabo y rascaba con las uñas la superficie de madera, ladrando alegremente y abrí la puerta.
Un desconocido con el uniforme de Correos Internacionales se situó frente a mí. Era guapo, pero no lo suficiente como para captar especialmente mi atención.

-¿Bill Kaulitz? - preguntó. Fruncí el ceño.

-Soy yo.

-Entonces esto es para ti. - observé con curiosidad como el hombre se daba la vuelta, se agachaba sobre las escaleras de la entrada y agarraba un enorme ramo de flores de tantos colores, que incluso descubrí algunos que no había visto en la vida. Una gama de intenso colorido y frescos olores exóticos atacaron mis cinco sentidos. El hombre me extendió el enorme ramo.

-¿Qué es esto?

-Un encargo de flores hawaianas para Bill Kaulitz. Usted es Bill Kaulitz, ¿no?

-Sí, pero... yo no he encargado esto.

-Por supuesto, es un regalo.

-¿Un regalo? - medio grité, cogiendo el ramo como pude. Era enorme. - ¿De quién?

-Mírelo en la tarjeta del ramo o en la tarjeta de esto... - el hombre me ofreció un paquete envuelto en papel de regalo dorado y plateado, del tamaño de mi brazo de largo y unos treinta centímetros de ancho. Una altura de veinte centímetros a lo sumo.
Lo cogí con una mano, haciendo lo imposible por no aplastar el ramo. El paquete pesaba lo suyo. - Y esto otro... - otro paquete más pequeño, con un papel igual de brillante me fue entregado. Lo cogí con los dientes antes de dejarlo caer sobre el ramo, intentando que no se me cayera.

-¿Qué cojones es esto?

-¿Puede echarme una firmita por aquí? - mire el papel que me pedía que firmara, alarmado.

-¿Cree que tengo cuatro manos?

-Yo lo firmaré. - mi madre salió de detrás de mí con el ceño fruncido y firmó el papel mientras yo me arrastraba al interior de casa con el montón de entregas en las manos, intentando que no cayeran al suelo. Las deposité sobre la mesa de la cocina, confuso.

-¿Quién te ha enviado eso? - preguntó mi madre, una vez cerrada la puerta, estupefacta. Yo la ignoré y empecé a buscar por entre las flores la dedicatoria. Las flores eran preciosas y olían a gloria, a bosque y a mar.
Encontré la tarjeta azul claro, escrita con una bonita caligrafía, aunque demasiado grande.

Te preguntaras quién, cómo y por qué, y puede que esperes unos bonitos versos escritos por un admirador secreto, pero sabes de sobra que nunca se me han dado bien esa clase de cursilerías y sé que prefieres ir directo al grano, así que... abre el regalo más pequeño.

Me puse ansioso al instante. La primera persona en la que pensé fue en Tom... pero él nunca haría algo semejante, en la vida, así que deseché la idea de inmediato y agarré el regalo mas pequeño con el corazón en un puño, rompiendo con algo de pena el precioso envoltorio. Una caja parecida a las de joyería apareció bajo el envoltorio. En la caja ponía, Clennan's EEUU...
Joder... imposible... la tienda de Clennan's de Estados Unidos, la auténtica marca Clennan's, la original, la puta Clennan's del mismo Hollywood. La tienda de las estrellas.
La abrí con el corazón en un puño.
Me cago en la puta... solo una auténtica estrella del rock llevaría algo así. Un collar de puro cuero negro, de los pegados al cuello, ancho y por el que circulaba una de esas cadenas de plata de aros grandes, de las que pesaban alrededor de kilo y medio, de la marca Clennan's estadounidense. Eso solo podía valer un puto riñón y medio. Y la cadena era de plata pura, no de metal. Brillaba como si tuviera incrustada diamantes en la superficie.

-Joder... joder... - me llevé una mano a la frente. De repente había empezado a sudar. - Me va a dar algo... - mi madre observaba el collar estupefacta y muda, sin saber que decir. Tampoco es que ella entendiera mucho de marcas. - Es una guapada, una preciosidad... - metí el collar de nuevo en la caja-estuche y cogí la nota que había pegada a la almohadilla que lo sostenía.

Ni se te ocurra ponerte histérico, ya nos conocemos. Sé que te gustan esta clase de cosas extravagantes. Siempre tienes que ser el centro de atención, si no, no serías Bill Kaulitz y ahora quiero que lo seas más que nunca. Nada de depresiones, nada de hermanos gemelos diabólicos e incestuosos. Ahora te toca cargar con tu verdadera naturaleza porque... abre el regalo grande...

¿Hermanos gemelos diabólicos e incestuosos? Sólo había tres personas que sabían lo del incesto, y Georg y Gustav no tenían tanto presupuesto como para pagar semejante dineral por flores exóticas hawaianas y uno de los collares rockeros más caros del mundo. Eso seguro.
Empezó a entrarme la risa floja de la emoción mientras deshacía el regalo más grande.
Otra caja con el logotipo de Clennan's estadounidense. Suspiré hondo y la abrí.

-¡Joder, joder, joder, joder...! - casi me iba a poner a dar saltos sobre la mesa de alegría cuando vi las botas. No las botas que dejé en la tienda Clennan's de Hamburgo por la guitarra de Tom, no. Estas eran mucho mejores, con un diseño más elaborado, más rockeras, más modernas, más oscuras, de cuero puro, mucho más guapas... una pasada tan grande que no había nombre para describirlas.
Y eran mi número...
Cogí la nota con una sonrisa en la cara, olvidándome momentáneamente del mal rato que acababa de pasar con mi madre y empezando a leer.

Porque se echa de menos a un marica como tú por aquí.
Quiero que te quedes con todo esto, para ti, que mañana vengas con esas botas y ese collar de nenaza a la uni, con los huevos que, por lo que vi esa noche, no has perdido.
No me des las gracias y ni se te ocurra hacerte el modesto intentando devolverme los regalos... te debo todo eso y más, y tú lo sabes...
Te debo toda una vida de humillaciones, palizas y miedo... y quiero devolvértela.
No podrás estar escondiéndote toda la vida, así que da el paso sin miedo, porque si tropiezas... yo te cogeré.
Quiero verte, Bill. Sólo eso...

Besos de marica del súper chucho atómico, Sparky.
P.D: Te estaré esperando en la puerta de la uni. Si decides no venir... sólo espero que vengas, sin condiciones o serás víctima de mi ira perruna.
Bay.


Me sentía verdaderamente halagado. No, halagado no, nervioso, con el corazón a cien y las mejillas ardiendo de gozo.
Derek...

-Bill... ¿Quién...? - murmuró mi madre, dejando la pregunta en el aire. ¿Quién...?

-...Mi amante. - y mi madre puso el grito en el cielo otra vez, pero yo ya era feliz.



-Scotty... - mi perro alzó la cabeza, sacudiendo el cuerpo ferozmente, como si le hubiera dado una ducha bien fría con la manguera. - ¿Sabes qué? He decidido que mañana iré a la universidad otra vez. Quiero ir... quiero... - miré una vez más las flores hawaianas encima del escritorio, llenando la habitación de un olor perfecto, realmente fresco. Era olor a bosque y a playa. Me encantaba el olor.
Olor a libertad.
-Quiero ver a Derek...


Muñeco Abandonado Segunda Temporada - By Sarae.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora