Capítulo 31

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By Bill.

Me sentía pegajoso y helado. Un sudor frío me recorría la piel, haciendo que se me pegara la ropa al cuerpo. Estaba tan agobiado y empecé a ser engullido por una desesperación tan grande, que me dificultaba la respiración y sentía como mis pulmones se llenaban de aire hasta el límite, a punto de estallar. Y aun así, me faltaba el aliento.
Tenía los ojos cerrados. No veía nada, todo estaba oscuro. Tenía que encontrar a alguien, pero era imposible en esa completa oscuridad. No veía nada.
Quería gritar su nombre, pero no sabía cuál era, ni siquiera era capaz de gritar. Me ahogaba.
De repente, me dominó un odio ciego. Si hubiera tenido algo delante, lo hubiera apaleado hasta haberlo destrozado, hasta hacerlo puré... aunque fuera una persona. Le hubiera aplastado la cabeza fuera quien fuera, sin pensármelo dos veces.
Era tanto el odio y tanta la oscuridad, tanta desesperación... y sabía que no podía escapar de ella. Sabía que solo una persona, la que buscaba y añoraba en silencio, podía sacarme de allí.
Pero no estaba.
Yo sabía que no estaba y... decidí dejar de luchar y ahogarme en la oscuridad.
Esa persona no estaba. No merecía la pena salir de la oscuridad si no estaba. No merecía la pena.

De repente, abrí los ojos y todo se volvió mucho más claro. Una penumbra que me dejaba ver figuras en la noche, sombras de muebles y la débil luz que entraba por la ventana de mi cuarto se abrió ante mí.
A mi lado oía un débil gemido sollozante. Giré la cabeza con lentitud y encontré a Scotty, de pie, con las patas delanteras apoyadas en la cama, mirándome y gimiendo, intentando llamar mi atención. Me moví lentamente y él ladró.
Tenía la camiseta pegada al pecho por el sudor, que me había dejado helado por lo frío que era. El cuerpo me temblaba con una violencia preocupante y mi respiración era muy pesada e irregular, ansiosa. Tenía un agujero en el pecho que me hacía difícil el respirar y estaba muy mareado. Me daba vueltas la cabeza sin parar, como si estuviera drogado.
Cuando me llevé las manos a la cara, temblorosas, sentí el montón de lágrimas mezcladas con el sudor de mi cuerpo.
Y supe lo que ocurría.
Me levanté de la cama con rapidez, acabando en el suelo de inmediato. Empecé a toser, desgarrándome el pecho y notando como la asfixia se intensificaba. Me levanté a rastras, apoyándome en el picaporte de la puerta y salí de mi cuarto, cada vez más ansioso.
Bajé las escaleras, tropezándome en el escalón final y agarrándome a la barandilla para no caerme. Scotty me seguía, sollozando, gimiendo, dando vueltas a mí alrededor, intentando hacerme retroceder. Pero yo lo ignoré.
En la mesa del salón estaban las llaves del coche de mi madre. Siempre las dejaba allí y siempre aparecían allí al día siguiente. Me precipité hacia ellas, las cogí y, apoyando la mano en la pared, crucé el pasillo hasta la entrada y salí fuera de casa. Scotty empezó a ladrar con fuerza entonces, mientras yo me dirigía al coche de mi madre, lo abría y me metía dentro, en el asiento del conductor. Metí las llaves en el contacto y con el pulso a doscientos, arranqué. Tenía carnet de conducir, aunque casi nunca condujera. No después del accidente en el centro, que ni siquiera había sido culpa mía. Ese imbécil se había saltado el stop. Pero eso no importaba ahora...
Apoyé la mano en la palanca de marchas, pero... me quedé paralizado...
Bill... ¿Eres estúpido?
Sabes que Tom necesita ayuda. No. Sabes que Tom necesita tu ayuda, pero... ¿acaso la merece? No... no la merece después de humillarte, aplastar tu corazón sin piedad y abandonarte a tu suerte después de aprovecharse de ti. No la merece y tú no debes ir a buscarle, a ofrecerte de nuevo como un idiota. No debes hacerlo. No...
Por mucho que le eches de menos... es la única manera de olvidarlo.
¡Él no quiere tu ayuda, Bill!
Apreté el volante hasta que mis nudillos se pusieron blancos y sentí un ligero escozor en las manos. Lloré con tanta fuerza, que mis sollozos se hicieron comparables a los ladridos que daba Scotty en la puerta de casa. El volante se llenó de lágrimas, quedó empapado y los cristales se empañaron.
Luego... me quedé dormido allí dentro o quizás, me desmayara. Sólo sé que los ladridos de Scotty y sus uñas raspando la carrocería del coche funcionaron como una nana perfectamente equiparable a la desolación que sentía... o a la que sentía Tom.


By Tom.

Fue verdaderamente fácil entrar en casa de Alfred.
Vivía en una pocilga al final de la calle que daba a lo que nosotros llamábamos, "El Coliseo". Allí combatíamos a muerte como auténticos perros los unos contra los otros en peleas serias, observados por una multitud. Utilizábamos cualquier objeto punzante que tuviéramos a mano. En el Coliseo no había reglas, salvo una. Dos participaban, no estaba permitido detenerse hasta que uno cayera inconsciente por las heridas y los golpes o, en su defecto, cayera muerto.
Esa hubiera sido la mejor vía para llevar a cabo la matanza contra Alfred, si no fuera porque no pensaba pelear contra él. Iba a despedazarlo. Ni siquiera le iba a dar la oportunidad de defenderse, así que sería estúpido organizar una batalla en el Coliseo para tan poca mierda.
Había amanecido hacía relativamente poco. No había dormido nada esa noche, por supuesto. Había estado demasiado ocupado enterrando a Guetti y, luego, preparándome para la matanza.
Si Alfred pensaba que esperaría más de unas horas para contraatacar, era un iluso. ¿Por qué esperar más cuando tenía la ventaja del asesino? Por lo que no me detuve ni un instante.
Anduve hasta la puerta delantera de su apartamento y miré la cerradura. Muy fácil de forzar. Retrocedí un poco y, en lugar de forzarla, le pegué una patada que la hizo temblar. El ruido del golpe se debió extender por toda la casa, poniendo a sobre aviso a su dueño. Oí perfectamente como alguien se movía dentro con histeria y el olor del pánico me llenó las fosas nasales.
Te tengo, cerdito.
Me agaché despacio, sobre la cerradura y presioné sobre ella con los dedos. Introduje un alfiler hasta lo más hondo, sonando un "click" y, entonces, me aparté de la puerta con rapidez, alejándome de allí hasta la ventana más cercana, impulsándome hacía arriba en el alfeizar y dándole un empujón al cristal con sutileza, forzando con facilidad su mecanismo y adentrándome por ella en semejante pocilga, acabando en la cocina repleta de platos sucios, olor a comida pasada y llena de insectos nacidos de la basura.
Caí sobre el mueble del fregadero, que apestaba y descendí hasta el suelo en silencio.
Atravesé la cocina limpiamente, con pasos sigilosos y sin hacer el menor ruido. La ropa ancha era un incordio para semejante trabajo, pero el uniforme y las botas militares eran de gran ayuda para estos casos, aunque los usara en ocasiones contadas, para hacerme pasar por un militar, o en su defecto, utilizaba los pantalones de camuflaje para moverme con comodidad cuando amenazaba pelea. Como en ese momento.
Me apoyé en la pared y me asomé lentamente al pasillo que daba a la entrada. Sonreí. Tal y como había planeado, Alfred se había apiñado frente a la puerta al oír el golpe y el sonido de la cerradura al ser "forzada" por un alfiler, esperando que entrara por ahí para meterme un tiro con la pistola que llevaba en la mano. Fruncí el ceño. ¿De dónde la habría sacado? Yo no permitía el tráfico de armas en los barrios bajos. Quizás la abría robado a algún militar.
De todas formas, en el lugar a dónde iría cuando acabara con él no la necesitaría.
Preparé el alambre de espinas, el mismo que había usado con Guetti, oxidado y afilado y di un paso al frente. Alfred no se percató de nada hasta que estuve a menos de un metro de él, hasta que, con un movimiento rápido, le pasé el lazo mortífero del alambre por el cuello y tiré de él hacía atrás con brusquedad, clavándoselo en la piel hasta el fondo.
Soltó un grito ahogado por la presión del alambre y las espinas clavándosele sin compasión en él, provocándole heridas no muy profundas, pero que lo matarían por la infección del óxido. La pistola cayó al suelo con un ruido sordo.

-Hola, Al. ¿Te acuerdas de mí? - él se llevó la mano al cuello, al alambre, rozándolo con los dedos. Su expresión se llenó de horror, pánico y dolor en cuanto adivinó que era aquello que lo estaba asfixiando. O quizás fuera por mi expresión de placer al ver al cerdito en mis brazos, a punto de ser sacrificado. - ¿Cómo estás? ¿Cómo has pasado la noche? Un pajarito rubio me ha dicho que últimamente estás disfrutando mucho con tus nuevos pasatiempos. Caza de maricas y caza de perritos. Los dos, víctimas tan inocentes como niños. Que malvado, Al. - tiré con más fuerza del alambre al notar como intentaba escapar, escurriéndose hacía el suelo. Tiré con tanta fuerza que su cabeza chocó contra mi pecho y sus piernas se doblaron, incapaces de mantener el equilibrio. - Y nadie se ha quejado todavía por tu caza indiscriminada y, si no te hubieras metido con la persona equivocada, nadie se hubiera molestado en intentar tomar represalias contra ti. Tu único pecado ha sido entrometerte en mi camino y por eso... vas a morir. - le susurré al oído y me separé de él, sin soltar el alambre, por supuesto. Tiré de él hacía atrás, obligándolo a ponerse en pie si no quería morir asfixiado y le obligué a seguir mis pasos torpemente hasta la asquerosa cocina.
De un empujón, lo senté en la única silla que se sostenía sobre las cuatro patas y con rapidez y eficacia, até el alambre al respaldo, con fuerza, haciendo que su cabeza permaneciera pegada a la silla, provocando que todas y cada una de las espinas se clavaran en su cuello hasta formar una delgada línea de sangre coagulada emanando de su cuello. Alfred tosió. Su cuerpo temblaba como el de un crío y tenía los ojos abiertos como platos, rojizos por la presión. Pataleó débilmente antes de que me separara de él y, sonriendo al contemplar su terror, le pateé las rodillas con fuerza. Su cara se crispó en una mueca de intenso dolor y dejó de patalear.

-T-Tom... - murmuró, con voz gangosa y rota. Entrecerré los ojos y aplasté una de sus rodillas con las botas militares, hasta hacerla crujir débilmente. - ¡Agg! - gorgoteó.

-Esa boca tan sucia no tiene derecho a pronunciar mi nombre. - me agaché de cuclillas frente a él, retirando el pie de su rodilla y apoyé los brazos en las mía, mirándolo fijamente. - No tengo nada que hablar contigo. Ahora, me vas a contar en qué coño estabas pensando para meterte con mi gente y como mataste a mi perra ayer por la noche. Quiero saber todo lo que le hiciste, con todo lujo de detalles. Todo... - sonreí al detectar el temblor que se extendía a lo largo de su cuerpo, convulsionándose de pavor. - Porque voy a hacerte exactamente lo mismo que tú le has hecho a ella... premortem. - su temblor se incrementó. Empezó a sudar como un cerdo y a tartamudear. Los ojos se le aguaron de puro pánico. - ¿Y bien? Empieza...

-L-lo... l-lo-lo siento... - fruncí el ceño, cerrando los puños y haciendo crujir los nudillos.

-¿Te he pedido que supliques como un corderito a punto de ir al matadero? No me hagas repetir la petición...

-P-por favor... pog favor... - empezó a suplicar más alto. Ni siquiera se le entendía bien.
Me levanté del suelo, poco dispuesto a escuchar.

-¿No quieres hablar?

-Por... por favor... - me paseé por la apestosa cocina, buscando con la mirada hasta encontrar un cuchillo sucio, lleno de mugre, restos de comida pegado a su hoja afilada. Abrí el grifo y lo bañé en agua. Estaba tan sucio que los restos tardaron en deshacerse y desaparecer por el conducto hasta las cañerías.

-Pues si no quieres hablar, tendré que hacer uso de mi creatividad. Y no sé qué será peor. - pasé el dedo por la afilada hoja y caminé hasta él, que se revolvió. Su camiseta se llenó de sangre por el cuello herido, y no tardaría en desangrarse si seguía cabreándome con sus patéticas súplicas. - Empecemos despacio. - él extendió una mano, moviéndola con histeria, subiendo el volumen de sus súplicas y, divertido por la ironía, le agarré la mano con fuerza, aplastándola. Sus dedos se movieron nerviosamente ante mi mirada fascinada por aquello se me estaba pasando por la cabeza. -...Cinco lobitos tiene la loba... - empecé a cantar, alzando el cuchillo frente a su cara.

-¡Aaahh, no, no, no! - gritó.

-Cinco lobitos detrás de la escoba... - empezó a llorar y a gritar, desesperado. Su pánico me hizo ensanchar la sonrisa cundo elegí el dedo meñique para sesgar. - Cinco crió, cinco parió...

-¡Por favor, por favor, por favor...! - apoyé la hoja afilada en el dedo, rozándolo y le dirigí una mirada llena de malicia a la víctima, riéndome en su rostro demacrado, salpicado de lágrimas.

-Y al menor de ellos, ¡El lobo devoró!

-¡¡AAAARGHH!!


By Bill.

-Te lo advierto. Da un paso más y de la patada que te daré en el culo vas a ver las estrellas, ya que disfrutas tanto siendo jodido, Bill. - de acuerdo. No era el recibimiento que esperaba, pero era un comienzo y, joder, como me lo merecía.
Había llegado tarde. Era irónico que después de dos meses sabáticos depresivos, me decidiera a volver a la universidad con dos pares de huevos, habiendo quedado con alguien en la puerta y diera la casualidad de que, precisamente ese día, cuando nunca había llegado tarde en la vida a ningún sitio, mi madre me hubiera pillado durmiendo en su coche todo arañado por Scotty cuando se disponía a ir al trabajo. Se había asustado, y yo también. Porque llegaba tarde.
Menos mal que el horario universitario era tan variable como el alumno quisiera que fuera.
Me había levantado de un salto, saliendo del coche. Había corrido hasta mi cuarto, rebuscando en el armario. Me había vestido y entre mi indumentaria, estaban las botas nuevas y el collar de cuero, por supuesto. Me había maquillado de manera poco exagerada, pero bien notable. Tenía el pelo medio alisado, con volumen y el flequillo a un lado. Ni siquiera me había dado tiempo a mirarme en el espejo, así que no supe que pinta tenía hasta que me miré en una de las ventanas del bus. Tenía una pinta extraña, con el pelo medio revuelto, muy pálido y unas ojeras algo marcadas, pero en fin... a quien no le gustara, que se jodiera.
Luego recordé que había quedado con Derek en la puerta de la uni... y se me vino el mundo encima.
Todo el mundo me miraba en la universidad y murmuraba. Yo sólo podía sentirme incómodo. Si me hubieran pillado el día anterior, me los habría comido, pero ese día estaba depresivo después de... el sueño.
Algo no iba bien. Lo sentía. Maldad, odio, rabia, dolor... algo no iba bien en Tom e irremediablemente, eso me afectaba.
De repente, los vi. Georg y Gustav, en las taquillas, observándome con una ceja alzada, impresionados por mi aparición. Coño, no sabía que decirles. Me había portado como un gilipollas egoísta con ellos y me merecía que dejaran de hablarme. Era un maldito cabrón, pero por lo menos, debía disculparme con ellos... al menos...
Así que me acerqué con la mirada baja y...

-Chicos... lo sien...

-Te lo advierto. - soltó Gustav de repente. Su mirada se afiló dándole un aspecto felino, amenazante. - Da un paso más y de la patada que te daré en el culo vas a ver las estrellas, ya que disfrutas tanto siendo jodido, Bill. - su rabia era palpable y natural. Nunca lo había visto tan cabreado, él, el que siempre me había apoyado fuera cual fuera la situación, me acababa de mandar a la mierda.
Miré a Georg de reojo y él bajó la mirada al suelo. Su cara no expresaba enfado, si no una profunda decepción hacia mí.

-Lo siento... - murmuré. No me atrevía a decir nada más.

-¿Lo sientes como la última vez, después de que te ofreciéramos cobijo en nuestra casa pese a estar más de dos meses sin hablarnos, evitándonos, antes de que te tiraras por la ventana y salieras corriendo sin dar explicaciones en busca de un polvo? Gracias, pero tus disculpas me las meto por el culo. - Gustav dio un paso al frente, me dio un ligero empujón con el hombro que me descolocó y pasó por mi lado irradiando rabia. Georg se quedó frente a mí, quieto, incómodo y con una mueca de dolor en la cara, observándome. - ¡Georg! - le gritó Gus. Georg suspiró, negó con la cabeza y anduvo hacía delante, tras él.
O hablaba ahora, o les perdería para siempre.

-¡Sé que estoy cambiando! - les grité. - ¡Pero creí que no os importaría! - Gustav me miró entonces con la exasperación pintada en la cara.

-¿Te refieres a eso de ser gay, Bill? ¿Crees que actuamos así por eso?

-Pu-pues...

-¡Me importa una mierda que a mi mejor amigo le gusten los nabos en lugar de las ostras! ¡No soy un punto intolerante de cabeza cuadrada! ¡Lo que me importa es que ese tío que lo daba todo por sus amigos ahora los da de lado cada vez que se le presente la oportunidad de jugar con una polla! - esa acusación me puso el vello de punta. Sentí una rabia ciega inundarme el pecho. Sería...

-¡Sólo he follado con dos tíos en mi vida y por si no os habéis dado cuenta, todo esto ha sido culpa vuestra! - Georg se puso pálido. Gustav abrió los ojos como platos.

-¿¡Culpa nuestra!? ¿Qué coño tengo que ver yo en eso? ¡Fuiste tú quien esa noche te dejaste llevar por Tom y...!

-¡Porque me dejasteis solo para ir a ligar, joder! ¡Os busqué, asustado porque un tío intentaba ligar conmigo y no estabais, así que, como personas normales, hablamos, nos conocimos, nos gustamos y nos acostamos! ¡Igual que vosotros con cualquier tía! ¡No tenéis derecho a criticarme por eso! - Gus retrocedió, con cara de quien acaba de recibir una hostia.

-¡Tendrás cara! ¿Y lo del otro día también fue culpa nuestra?

-¡No, eso fue culpa mía y por lo menos, lo reconozco! ¡Puede que no haga las cosas bien y que últimamente os esté fallando, pero joder, no soy perfecto y nunca me he metido en vuestros líos con vuestros ligues! ¡Dejadme respirar!

-¡No me puedo creer que seas tan egoísta! ¡Voy a partirte la cara para que se te quiten las gilipolleces! -se echó hacia delante, envalentonado, con la vena del cuello hinchada. Nunca, en la vida, había visto semejante expresión en Gustav y aun así, no pensaba retroceder.

-¡Pues ven, aquí me tienes! ¡Atrévete rubito! - los dos nos embalamos hacia el otro, enseñándonos los dientes, dispuestos a empezar algo de lo que luego, nos arrepentiríamos profundamente cuando, de repente, Georg se puso en medio y con sus enormes brazos, nos dio un empujón a cada uno que casi nos hizo caer al suelo.

-¡Me cago en la puta! ¡Parad de una jodida vez, pedazo de gilipollas! - ante nuestras expresiones estupefactas, Georg nos agarró a cada uno del cuello de la camiseta y tiró de nosotros con tanta fuerza, que nuestros pies casi se elevaron unos centímetros del suelo. - ¡Bill, siempre has sido un niñato mimado incapaz de rechistarnos y con unas ideas impuestas por nosotros, sin necesidad de quejarte, sin ver más allá de tus narices porque tenías todo lo que necesitabas! ¡Siempre has defendido lo que creíais justo porque según nosotros, era lo correcto! ¡Toda tu justicia, tus criterios, tu forma de ser te la hemos impuesto nosotros, yo, Gustav y tu madre y todo lo que iba más allá, era considerado inmoral para ti, vomitivo! ¡Nunca te hemos dado la oportunidad de replicar! ¡Te lo hemos dado todo masticadito y casi hemos tragado por ti! - por un momento, me quedé en blanco, sin entender nada, sin saber a qué se refería cuando caí en la cuenta...
Sentí un latigazo en el pecho, igual que lo había sentido el día anterior cuando mi madre me descubrió que todo lo que me había enseñado era controlado por una hipocresía absoluta.
Los dientes de Georg chirriaron con pesar antes de girar la cara hacia Gustav y empezar a gritarle.
-¡Y tú, Gustav, no tienes que replicarle nada y, joder, yo tampoco! ¡Todo ha sido culpa nuestra por haberlo tratado como un muñeco de porcelana desde que tenemos uso de razón! ¡No le hemos dejado madurar, no le hemos dejado pensar por sí mismo, no le hemos dejado convertirse en un hombre! ¡Creíamos que era un niño indefenso y bueno que se lo merecía todo, un niño al que hemos intentado inculcarle todas nuestras metas, nuestros criterios de justicia! ¡Le hemos mostrado nuestros errores para que él no cometa los mismos y nos hemos olvidado de que para convertirse en un hombre capaz de valerse por sí mismo, debíamos dejarle equivocarse, dejarle apañárselas solo cuando cometiera un error, permitirle tomar sus propias decisiones, no taparle los ojos con un pañuelo de seda y aislarlo de la realidad para que no vea lo cruel que es la vida! ¡Por supuesto, lo hemos malcriado y le hemos vendado los ojos para que dependa siempre de nosotros y nunca aprenda a valerse por sí mismo, encerrándolo en una jaula de oro! - Gustav se quedó mudo, en blanco. Sus labios se fruncieron levemente, frotándose con un movimiento desquiciado.
Georg suspiró, intentando relajarse, extendiendo su mirada a las personas que recorrían el pasillo y se nos quedaban mirando y murmurando con rostros curiosos y asombrados. Decidió bajar la voz entonces, mirándonos alternativamente, soltándonos despacio la camiseta. Gustav desvió la mirada al suelo, con la barbilla temblorosa y los puños apretados, impotente. Georg me miró y supe que su rostro debía ser el mismo que un padre tendría a la hora de aconsejar a su hijo cuando este estuviera en una situación difícil.
-Nunca te hemos preguntado qué pensabas con respecto a esto, qué harías tú en esta situación ni qué piensas hacer ahora. Siempre hemos sido nosotros los que hemos decidido por ti, pensando en qué sería mejor para ti según nosotros, pero nunca te hemos preguntado si sería lo mejor para ti según tú mismo. Te hemos enseñado unas leyes, unos principios que debes defender, pero no por qué debes defenderlos y ahora... tu hermano te ha enseñado a preguntarte por qué... y no has encontrado respuestas, es más, te has encontrado solo. ¡Somos nosotros quienes deberíamos pedirte perdón, no tú!

-¿Por qué tenéis que decir esto ahora? - pregunté. Estaba cansado de tener que guardar silencio, escuchando como las personas que supuestamente más me querían, me habían estado comiendo el coco para que pensara como ellas desde que nací. - Me siento utilizado y confuso y ahora no sé qué hacer. ¡A buenas horas os dais cuenta de que me habéis tenido atado de pies y manos hasta ahora, y si no hubiera sido porque Tom me ha abierto los ojos con sus locuras y su manera rebelde de ver las cosas, nunca me hubiera dado cuenta de que me estabais lavando el cerebro para pensar sin cabeza!

-Lo siento, Bill... - dijo Georg. Era increíble como de repente habían cambiado las tornas.

-¿Lo sientes? ¿Que lo sientes...? - miré de un lado a otro, dando vueltas sin parar, haciendo rodar los ojos. Estaba furioso y empezaba a sospechar que eso no era sólo cosa mía. Tom también estaba furioso allá donde estuviera y haciendo lo que fuera. Su furia influía directamente en mí... así que me la tragué porque no era un sentimiento completamente mío, más bien, propio de Tom. - Está bien. Lo sientes. - Gustav alzó la cabeza del suelo y me miró fijamente, meditabundo. - De acuerdo, vale. Lo sentís... - alcé los brazos, fingiendo quitarle hierro al asunto. - Pues vale. No importa, no pasa nada. Lo entiendo. - les señalé con un dedo, acusador. - Pero a partir de ahora, yo me ocuparé de mis propios asuntos. Yo tomaré mis propias decisiones y pensaré por mí mismo, ¿Vale? Y... - noté claramente como el amiente se caldeaba, como la culpabilidad les empezaba a corroer por dentro y pensé que yo tampoco tenía derecho a criticarlos por los últimos acontecimientos, que sin duda habían sido mi culpa - Y... ¡Cuando tenga por novia o novio a una guarra o a un putón, prometedme que no esperareis un año entero para decírmelo! - Georg dejó escapar una suave risita. Gustav sonrió, en silencio, pero fue una sonrisa casi forzada. - Os daría un abrazo ahora mismo para hacer las paces, pero la gente nos mira y ya tengo una reputación bastante jodida como para meteros a vosotros también en medio. - Georg asintió con energía. Se le notaba la efusividad que sentía por la reciente reconciliación. Gustav... bueno, no podía decir lo mismo de él. Parecía avergonzado por habérseme echado encima.
De repente, me sentí incómodo. La furia de Tom, su odio me chocaba de tal forma, que me era casi imposible controlar la rabia que me estaba transmitiendo.
-Tengo... tengo que ir a clase. - me excusé. - Nos vemos luego. - empecé a respirar con ansiedad y antes de que pudieran replicar, les di la espalda y empecé a correr lejos de ellos.

-¡Sí, luego hablamos! - le oí decir a Georg desde lejos.
Sí, siempre y cuando Tom lograra tranquilizarse o decidiera salirse de mi cabeza.
Por supuesto, no fui a clase. En cuanto escuchara lo más mínimo, me echaría encima de quien fuera, y estaba seguro de que escucharía de TODO.
Fui al baño. Necesitaba agua para retirar el sudor de mi cara y tranquilizarme un poco, darme un respiro. Llevaba dos horas en la universidad y estaba siendo una prueba dura de superar. Todo eran miradas de desprecio, curiosas, críticas, divertidas, cuchicheos por todas partes. Había tantos rumores, cada uno más alocado, que la realidad se había distorsionado por completo.
Me metí en el baño más cercano. Dos tíos se me quedaron mirando con una ceja alzada. Pasé de ellos y fui directo al lavamanos, con los puños cerrados. No sé qué vieron en mi cara que les hizo mantenerse callados cuando era obvio que querían echárseme encima con burlas obscenas.
De repente, sus móviles sonaron a la vez. Sacudí la cabeza. El olor a marihuana que provenía de los porros que se fumaban me desagradaba. Abrí el grifo y hundí las manos en el agua fría. Vi a través del espejo como se quedaban absortos mirando la pantalla de sus móviles, alzaban la cabeza para mirarse entre ellos, boquiabiertos y luego, clavaron las miradas en mi nuca, con expresión de quien flipaba por completo. Fruncí el ceño, molesto y al ver que no dejaban de mirarme, ni siquiera para aparentar disimulo, me giré y los escudriñé con la mirada.

-¿Queréis una foto mía o qué? - gruñí. Unas risitas ahogadas escaparon de entre sus labios.

-No me lo puedo creer... - empezaron a reír, flipados. Puse los ojos en blanco. ¿Debía tomar sus risas de subnormales como uno de los efectos del porro? Tampoco es que tuviera muchas opciones, salvo enzarzarme en una pelea de la que posiblemente, saldría mal parado.

-Tú eres el que estaba liado con el bestia ese, el de las rastas, ¿verdad? - ladeé la cabeza, sin contestar. - Entonces, ¿Es verdad que él es tu...? - de repente, la puerta del baño se abrió de golpe. Una mirada clara, de color verde, furioso y protector, fue clavada en mí. El cuerpo atlético y el pelo corto y erizado era inconfundible.

-Derek... - murmuré. Él desvió la mirada a los dos emporrados y entrecerró los ojos, apartándose de la puerta y señalándola con el dedo.

-Largo. - ordenó con voz grave, y como si fuera la palabra de un dios omnipotente, los dos se miraron y bajaron la cabeza, andando hasta la salida, fuera. Me observaron por última vez, con una expresión un tanto escandalizada y asombrada y entonces, Derek cerró la puerta de un portazo y los rasgos que hasta entonces habían estado llenos de furia, cambiaron. Su expresión se relajó hasta dejar entrever una sonrisa más tranquila, más cómoda.
-Te he estado esperando durante más de media hora en la puerta. ¿Qué ha pasado? - me encogí de hombros, también más relajado.

-Un pequeño accidente. Me acosté tarde y no pude levantarme. Coño, por un momento, cuando has aparecido por esa puerta, casi echo a correr. Pensé que venías a meterme una paliza. - se rió. Anduvo hasta mí y apoyó el brazo en el lavamanos. Me parecía increíble como todo había dado una vuelta de tuerca con nuestra relación de odio mutuo. Ahora, todos los movimientos, palabras y acciones de Sparky, me daban a entender que pretendía ligar conmigo como si siempre lo hubiera deseado y de repente, viera una oportunidad.

-Bueno, por lo menos has venido.

-No me quedaba otro remedio después de tus regalitos y notitas. Quiero quedarme los regalos.

-Son tuyos. Si no hubieras venido, tampoco los habría reclamado. Te lo debo. Eso y más. - por un momento me quedé pensativo, intentando averiguar qué tramaba. Pese a todo, seguía siendo incapaz de fiarme de él. Me crucé de brazos.

-¿Intentas comprar mi amistad o algo parecido? - Sparky guardó silencio, pensándolo.

-No. Supongo que no...

-¿Supones?

-Quiero acercarme a ti.

-¿Para qué?

-Para... no lo sé...

-Oh, no lo sabes. - exclamé, con tonito histriónico. - No quiero tus regalos si están repletos de conveniencia o quieres comprarme con ellos, pero estos me los quedo, porque como has dicho, me lo debes después de años y años de humillaciones y demás. - él asintió con la cabeza. - ¿Te arrepientes de haberte gastado el dinero en vano?

-No... sí son para ti. - puse los ojos en blanco, empezando a cansarme del juego.

-¿Qué quieres de mí? ¿Quieres follar conmigo otra vez?

-Sí. - su sinceridad me azotó con fuerza, descolocándome por completo.

-Oh... Es decir, me has regalado esto a cambio de favores sexuales.

-¡No! - y ese grito también me descolocó. – No... te los he regalado porque me apetecía. Yo me gastaría el dinero en cualquier gilipollez y... no sé porque, pero me hacía ilusión verte con algo que yo te hubiera regalado. - sonrió.

-Sparky... eres raro de cojones.

-Bueno, yo no me enrollo con mi hermano gemelo. - tragué saliva.

-¿Se lo has dicho a alguien? - él negó enérgicamente con la cabeza.

-¿Por quién me tomas?

-Por el hijo de puta que me ha estado acosando durante...

-Vale, vale, eso ha cambiado. Ya no quiero hacerte daño. Ya no es divertido. - aunque esa frase sonara muy poco convincente, suspiré con alivio. Aún seguía preguntándome por qué y una sonrisita afloró de entre mis dientes al entenderlo.

-Ya no es divertido... porque a ti también han empezado a gustarte los hombres. - Sparky me dirigió una mirada escéptica, alzando muchas las cejas.

-¿Perdón? - me reí en su cara. - A ti el rollito con tu hermano te ha dejado flipado.

-Lo que a ti te pasa es que eres un marica reprimido, que finge lo que no es por miedo a lo que la gente piense de él y, como me has visto a mí, enfrentándome solo al mundo, has empezado a sentir curiosidad. Por una vez en tu vida has tenido ganas de gritar y soltarte y has decidido intentarlo, pero despacio, conmigo. Porque sé lo que es ser criticado por los demás y pensaste que te comprendería y te aceptaría porque piensas que todos los maricas son unos promiscuos que solo van detrás del folleteo y, pensaste, yo estoy bueno, así que tengo a Bill comiendo de la palma de mi mano. - Derek me observaba en silencio, con la boca entreabierta, con unas ganas inmensas de replicar, pero sin saber cómo hacerlo, qué decir. Porque sabía que lo que yo decía era verdad. - así que te acostaste conmigo para probar, porque desde hacía tiempo, este terreno oscuro te llamaba a gritos y... vaya, te ha gustado tanto que ahora solo piensas en mí, porque soy el único que sabe tu sucio secretito y al único que tienes cogido por los huevos para que no suelte que, en realidad, te gustan las pollas tanto como los coños. ¿Me equivoco? - Derek me fulminó con la mirada. Toda su buena voluntad se transformó de pronto en rabia y eso fue más que suficiente como confesión.
Asentí con la cabeza suavemente y di un paso hacía él, acercándome lo suficiente como para que nuestros torsos se tocaran.

-Primera lección para maricas principiantes. Los maricones, gays u homosexuales son hombres a los que les gustan otros hombres, por lo que, para ser marica, primero tienes que ser un hombre y, te contaré un secretito. Hay mucho más hombre entre maricas, que entre heteros. Nosotros no nos escondemos debajo de las piedras, sois vosotros los que nos obligáis a hacerlo. Por eso, el día en que tengas los huevos para decir, me gustan los hombres frente a un grupo de heteros que se creen muy machitos, serás un hombre. Hasta entonces, no eres nada. - nunca me he sentido tan a gusto, tan realizado, tan feliz, tan hombre, tan maduro, como en ese momento.
Tan orgulloso de mí mismo.
Me incliné sobre sus labios entreabiertos y le di un leve beso, separándome al instante. Él ni siquiera reaccionó.

-Que tengas suerte, porque vas a necesitarla. - me separé de Derek y le di la espalda, dispuesto a salir de allí con la cabeza bien alta. Estaba seguro de que recordaría esa conversación durante el resto de su vida cuando me agarró del brazo de improviso, apretando con una fuerza inhumana.

-No me desprecies, Bill. - gruñó y recordé porqué le había llamado Sparky hasta ese momento.

-Mi desprecio es lo único que mereces de mí. - le dirigí una mirada asesina. Noté perfectamente como parte de la ira de Tom fluía por cada poro de mi cuerpo y permití que, durante un instante, tomara posesión de mí. - Odio a la gente manipuladora. Odio que intentéis controlarme, sobre todo te odio a ti. ¡Estoy hasta los huevos de ser el muñeco de porcelana! ¡No soy el muñeco de nadie! - la cara de Sparky se crispó de los nervios.

-¡Pero a Tom sí le permites utilizarte como un muñeco! ¿No? ¡Por supuesto, alguien como tú sólo podría ser el muñeco de un asesino! - moví el codo bruscamente, con toda la intención de hacer lo que hice, de clavarle el codo con toda mi fuerza en la cara. Sparky me soltó al instante y se llevó una mano a la boca, que se impregnó de sangre. Si las miradas matasen... pero en lugar de acabar muerto, apartó la mano de su cara y me pegó un puñetazo en la mejilla, que me hizo ladear la cabeza y tambalearme.
No me pegó tan fuerte como otras veces. Sólo intentó defenderse, pero aun así, la mejilla se me hinchó al instante.
Nos observamos con ira en estado puro, pero en algún momento del combate de miradas, los ojos de Sparky se suavizaron y se dulcificaron. Intentó decir algo, pero yo lo agarré del cuello de la camiseta y tiré de él hacía arriba, levantando el puño justo frente a su cara, dispuesto a golpearle.
Increíblemente, él sólo se encogió y cerró los ojos, sin intención de defenderse. Y yo no fui capaz de golpearle, supongo que porque a pesar de estar conectados, yo no tenía la sangre fría de Tom.
Él volvió a abrir los ojos al ver que el golpe no llegaba y se me quedó mirando en silencio.

-Bill...

-¿Qué?

-No te he dado tan fuerte como para que te pongas a llorar.

-No estoy llorando. - y, sin embargo, me sorprendió el nudo de sollozos que tenía atascado en la garganta, que me dolía, que me reventaba de dolor. Quizás sí que estuviera llorando y aunque no me faltaran motivos para llorar, en ese momento no entendía cuál de ellos era la causa específica de las lágrimas.
Le solté de la camiseta y sorbí por la nariz, pestañeando, con la vista nublada, intentando reprimirme. Derek suspiró, pasó los brazos por mi espalda, con cuidado, esperando una réplica, pero al no oír ninguna, aplastó sus brazos contra mi espalda, tiró de mí hacia delante y me abrazó, dejando que apoyara la frente en su hombro increíblemente duro.

-¿Por qué siempre tengo que ser una nenaza? - sollocé.

-No eres una nenaza. - sus grandes manos me acariciaron la cabeza, luego bajaron hasta mis mejillas y me apartaron el pelo de la frente. Me alejó de él y aprisionó mi barbilla entre sus dedos, no permitiéndome bajar la cabeza, sólo obligándome a mantener la vista fija en sus ojos. - Aunque me cueste admitirlo... eres un hombre. Quizás eres más hombre que yo. - volví a sorber por la nariz.

-Seguro... - él sonrió... y me besó. Y aunque al principio no estuviera de ánimo para corresponderle, poco a poco mi boca se ablandó, la suya se endureció y su lengua se coló entre mis labios en cuanto le di la menor oportunidad para hacerlo. Me soltó la barbilla y abrí más la boca, enganchándome a su cuello, colando mi lengua en su húmeda cavidad sin miramientos. Nos balanceamos un poco por el movimiento de nuestras bocas sobre la contraria y mi espalda acabó chocando contra la puerta de uno de los cubículos del baño.
Derek separó sus labios de los míos, haciendo un sonido húmedo. Los dos nos miramos en silencio, con la frente apoyada la una en la otra, hasta que mi mano encontró el pestillo del cubículo, lo abrí y con él, se abrió la puerta. Retrocedí hasta introducirme entre esas cuatro paredes estrechas. Sparky se quedó quieto, observando el panorama hasta que, con una especie de sonrisa, le agarré de nuevo de la camiseta y le empujé hacía dentro, cerrando la puerta tras él.
Apoyé la espalda contra la pared. Él me acorraló con los brazos a ambos lados de mi cabeza.

-¿Por qué siempre te aprovechas de mis momentos de debilidad? - pregunté. Él se rió y se relamió los labios.

-¿Te alcanzaría algún día si no me aprovechara de ellos?

-Probablemente, no. - volvimos a juntar nuestros labios, con más ganas, menos nervios que la primera vez y más seguridad. Derek ahora se mostraba mucho más seguro y fuerte, con un mayor control de sí mismo y mucho más cómodo.
Empecé a tocarle, y él a mí, por debajo de la camiseta. Sus músculos eran duros y cada vez parecían más grandes. - ¿Vas... - murmuré. Me calló con un beso húmedo y bajó hasta mi cuello, besándome debajo de la oreja. Me tembló todo el cuerpo. - ¿Vas mucho... al gimnasio? - suspiró, con mis manos arañando y apretando sus abdominales. Estaban durísimos.

-Bastante... - me subió la camiseta hasta las axilas, restregando su mano empapada por mis lágrimas a lo largo de mi pecho, hasta el cuello, aplastándome los pezones. - Por lo que veo, hace tiempo que tú no pisas un gimnasio o una piscina. Siempre has sido un canijo larguirucho, pero por lo menos tenías algo de corpulencia cuando entrenabas en la piscina climatizada de la calle Grec. - mis labios quedaron plasmados en su cuello, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, estirando el cuello mientras sentía como sus manos me agarraban el cinturón de los pantalones y empezaban a bajármelo mientras su cuerpo musculoso se restregaba contra el mío, desprendiendo sensualidad. Dejé caer los brazos a ambos lados de mi cuerpo, suspirando. Su polla, bajo los pantalones chocó contra la mía, desnuda y tiesa, libre de toda presión.
Sentí sus labios descendiendo por mi cuerpo, besándome y lamiéndome. Eché de menos los bruscos mordiscos de Tom y sus caricias rudas, con sus manos fuertes y callosas. ¿Cuándo dejaría de pensar en él?
Sentí el roce de la lengua de Derek alrededor de mi ombligo, bajando más aún hasta el bajo vientre, hasta acariciarme la ingle y el comienzo del vello púbico.

-¿Cuándo me puedo considerar oficialmente maricón? - preguntó. Noté su aliento en la punta de mi pene, endureciéndolo hasta causar dolor. Revolví la cabeza bruscamente.

-Cuando te acuestes con un tío más de una vez... por propia voluntad. - murmuré.

-Entonces, dentro de unos veinte minutos, seré oficialmente un marica... aunque de momento, solo lo sepas tú.

-Hum... - dejé escapar un gruñido y mis manos acabaron acariciando su pelo corto y rubio, suave y muy espeso. - Oye... - lo llamé, antes de que mi polla se hundiera en su boca. Él me miró, expectante. - ¿Cómo sabes que... entrenaba en la piscina climatizada de la calle Grec? - acababa de caer en la cuenta de que yo nunca había mencionado nada al respecto y muy pocas personas, entre ellas, mi madre, Georg y Gus, sabían que había sido miembro de un club de natación. - ¿También has mirado eso en los expedientes de tu padre? - Derek se rio.

-No... digamos que no te acosaba solo para pegarte. - alcé una ceja, sin entender nada. Una de sus manos se cerró alrededor de mi polla mientras la otra, tanteaba mi entrada con los dedos, acariciándome los huevos.

-¿Qué quieres decir con... ¡Ah... oh, dios, Derk...!
Aunque fuera un acosador en el pasado, Derek prometía como nuevo marica, eso seguro.
Pese a todo lo que me hizo después, el desasosiego, la cólera, el dolor y la desesperación no desaparecieron del todo...
Y no desaparecerían hasta mucho después...

Muñeco Abandonado Segunda Temporada - By Sarae.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora