Capítulo 25

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By Tom.

-Joder, Tom... estás como una puta cabra... - Se rio entre mis brazos, empezando a forcejear conmigo en cuanto entramos en su cuarto y le aplasté el cuerpo con las manos, cerrando la puerta y apoyándome en ella de espaldas.
El ruido que hacía la familia al completo se escuchaba desde abajo. Esas mellizas que me habían confundido con el hombre del saco, la madre de Bill, es decir, mi madre, cotilleando con las tías que no conocía, Gordon hablando de deportes con los hombres... así que eso era una familia ¿eh? No me interesaba.
Sólo me interesaba Bill.
Yo ignoraba el jolgorio con suma facilidad, de hecho, tampoco me habría importado mucho tenerlos delante en aquel momento, abrazando a mi Muñeco, hundiendo mi boca en su nuca saboreando uno de sus tatuajes. Era bastante exhibicionista. Pero Bill no...

-¿Por qué no dejas de temblar? – murmuré. Estaba muy tenso, lo notaba.

-No... no quiero hacerlo aquí. De sólo imaginarme que todo el mundo está abajo... me pongo enfermo.

-Así que ese es el problema. Muñeco, eres un auténtico cobardica.

-Cállate. – se revolvió entre mis brazos, molesto. Le solté, agarrándole del brazo enseguida y volteándolo hacía mí, quizás demasiado brusco.
Siempre me olvidaba de lo jodidamente delicado que era el Muñeco.

-Dime, míster loquero... ¿Hay alguna ley que prohíba el incesto consentido entre hermanos del mismo sexo y misma edad? – Bill hizo una mueca con la cara, algo parecido a un puchero de niño pequeño. Hum... muy tentador...

-No... no exactamente.

-¿Entonces por qué se supone que el hecho de que sea yo quien te la meta por el culo está mal?

-Porque... - se quedó pensativo unos segundos, dándole vueltas a la cabeza. – Porque está mal visto por la sociedad. Nos tomarían por depravados sexuales y nos marginarían como si tuviéramos la peste. Nos llevarían al psicólogo porque... no es normal... - El Muñeco agachó la cabeza, con el ceño fruncido y los ojos brillantes. Me incliné hacía delante, buscando su mirada resplandeciente entre su melena con una sonrisita en la boca.

-¿Por qué no es normal? ¿Por qué nadie lo hace? ¿O por qué no tienen necesidad de hacerlo?

-¿Qué quieres decir? – me miró con una ceja alzada, consternado. Le agarré de la cintura, pasando mis manos por el filo de su camiseta y empecé a subírsela lentamente, acariciando con la palma de mi mano toda su piel blanquecina, su torso sin apenas forma, totalmente plano.

-Se crían juntos desde pequeños... los padres tienen unos ideales anti-incestuosos en la cabeza que le transmiten a los niños desde su nacimiento... - mi Muñeco alzó los brazos, pasivo mientras le sacaba la camiseta y la dejaba caer al suelo. Su expresión seguía siendo la de un niño pequeño enfadado porque se había quedado sin piruleta. Me parecía una expresión digna de una estrella porno. – La unión, la convivencia y la educación por parte de los padres hace imposible que los hermanos se vean como algo más y... - le atraje hacía mí dándole un ligero tirón del cinturón de sus pantalones. Bill apoyó las manos en mi pecho con suavidad, mordiéndose el labio inferior. – No se necesitan el uno al otro.

-¿Tú me necesitas a mí? – ¿Qué clase de pregunta era esa? ¿Y qué clase de respuesta era la correcta para evitar compromisos? Sonreí y le arranqué el cinturón de los pantalones, abriendo la boca mientras me inclinaba hacía delante y le mordía el cuello, empapándole la piel con mi saliva y succionando su carne con fuerza, mordiéndola y lamiéndola con la lengua. El Muñeco se encorvó hacía atrás, extasiado. – Hum... - introdujo las manos bajo mi camiseta, acariciándome los abdominales con las yemas de los dedos, paseando sus cuidadas uñas por ellos, arañándome, subiendo hasta agarrar a dos manos los músculos de mi pecho.
No se estaba concentrando. Aún le faltaba fogosidad, aún estaba tenso.

-Mira, Muñeco... - separé la boca de su cuello y lo miré a los ojos con lascivia, deseando aplastar su delicado cuerpo con el mío, profanar su pureza con mi dura polla. Alcé el cinturón frente a sus ojos y lo estiré como si fuera un látigo. – Vamos a jugar a un juego. Conociendo tu vena masoquista, seguro que te encanta. – mi Muñeco se encogió un poco en cuanto le agarré de las manos y las rodeé con el cinturón hasta que estuvieron bien amarradas. Se removió, incómodo.

-Tom, esto... - no le di tiempo a terminar. Le agarré de la cinturilla de los pantalones y se los bajé de un tirón. - ¡Ah! – le empujé hacía atrás, sobre la cama, sacándole los pantalones a tirones y echándolos a un lado. Bill intentó levantarse, incapaz por el cinturón que le ataba las manos.

-Eh, eh... tranquilo. ¿No confías en mí, Muñeco? – le empujé de nuevo sobre la cama, dejándolo completamente tendido, agarrándolo de las muñecas y alzándole los brazos por encima de su cabeza. Él encogió las piernas y giró la cabeza, con las mejillas ruborizadas. Que preciosidad de Muñeco. Me moriría de gusto viendo su cara de zorrita bien abierta y dispuesta a hacer todo lo que yo quisiera mientras me la follaba con fuerza, tal y como le gustaba. – No puede ser que después de regalarme ese pedazo de guitarra y esa bonita velada en la azotea pretendas que no te lo agradezca tal y como a ti te gusta. Me has tocado la fibra sensible, Muñeco. – apoyé las manos en su cintura, acariciándole los costados con el pulgar y me incliné para besar su pecho. Bill temblequeó, estremeciéndose y cerrando los ojos con fuerza con la boca entreabierta. Joder, era tan sensible a mis manos, a mis besos, a mi cuerpo, a todo lo que yo representaba, como si fuera un auténtico muñeco que sólo reacciona ante los violentos movimientos de su amo. Que delicado, joder...
Me veía incapaz de maltratarlo como me gustaría hacerlo, oírle lanzar auténticos gritos de dolor, hacerle daño, masacrarlo con mis manos... como molaría hacer sufrir a mi otro yo de la manera más sádica que se me pasara por la cabeza... pero no me atrevía a hacerlo. Era demasiado precioso.
Me concentré en sus pequeños pezones, acaparando toda la piel que los rodeaba con la boca, empapándolos bien con mi saliva. El Muñeco suspiraba. Noté su corazón saltar contra su pecho, de la misma manera que saltó él en la cama cuando le mordí con firmeza el pezón derecho, casi con intenciones salvajes de arrancárselo.

-¡Ahm...! – encorvó la espalda un poco y aparté la boca de su pecho, clavando mi mirada seria en su carita ruborizada. - Tom... no seas bruto, coño.

-¿Coño? Vaya boquita, Muñeco. Quizás también tenga que amordazarte para que no sueltes tantos tacos. – a Bill le brillaron las mejillas.

-Hazme lo que quieras. – su serenidad me sorprendió.

-¿En serio? ¿Eso quiere decir que esta noche eres mío? – asintió con lentitud. - ¿También quiere decir eso que me dejarás hacerte todo lo que quiera? ¿Y si quiero pegarte? – Bill tragó saliva, pero no dijo nada. Sonreí. También debía tener cuidado con las sonrisas y las expresiones de la cara, si no, podían tornarse perfectamente como las de un asesino y no convenía asustar a mi Muñeco.
Aunque yo sabía que él ya se olía que era un auténtico asesino. Aún no comprendía porque no huía de mí si ya se había percatado de ello.
-Vaya, otro regalo de Navidad. No me lo esperaba. Aunque después de la Gibson, pocos regalos pueden impresionarme. – Bill frunció el ceño un poco, mirándome con los ojos resplandecientes. Otra carita de niño enfadado sin caramelo.

-Pues sino te gusto como regalo, puedes ir quitándome las manos de encima... - de un tirón imprevisto, aprovechándome de su baja guardia, tiré de sus apretados bóxer negros hacía abajo. - ¡Tom! – se ruborizó aún más si cabía, como si fuera la primera vez que se mostraba completamente desnudo frente a mí. Descendió de golpe las manos atadas hasta su entrepierna, tapándome la vista. Me entró la risa floja al verlo.

-¿Qué mierda haces? ¿Te da vergüenza a estas alturas? ¡Quita la mano! – se las aparté con brusquedad. Él se encogió – Abre las piernas. Quiero verte bien. – el Muñeco suspiró quedamente, obedeciendo, mirándome fijamente a la cara. Sentí un débil picor en las mejillas en cuanto vi su polla firme y dura delante de mi cara, esperándome con ganas. – Eres idiota Muñeco. No me creo que tengas vergüenza de tu propio cuerpo ni de tu polla. No tienes nada que envidiar a nadie, ni siquiera a mí. – Bill la tenía bien grandecita. Quizás tanto como la mía, tal vez incluso algo más o algo menos. ¿Cosas de gemelos, quizás? Daba igual. La única realidad es que era la primera vez que me quedaba fascinado viendo a una persona desnuda y más, a un hombre. Pero es que Bill no era un hombre, era mi Muñeco precioso.
Era tan delgado que rozaba lo insano. No tenía músculos, quizás algunos poco definidos en los brazos. Ni rastro de vello en el pecho. Su piel parecía transparente, muy blanca y suave, el cuello parecía frágil y su cara digna de una estrella porno, mortalmente erótica con esas mejillas ruborizadas, los ojos perfilados con una suave capa de maquillaje que los hacía grandes y atentos a cada uno de mis movimientos. Los labios rojizos e hinchados de haberle comido la boca como un salvaje minutos antes, el perfil de su cara era rematadamente fino.
Muñeco hecho para saborearlo a bocados.
Me alcé un poco sobre la cama, sacándome la camiseta y los pantalones, dejándolos caer al suelo. El Muñeco me observaba sin perderse detalle, con el pecho subiendo y bajando, acelerado.

-Tom... venga... me estoy poniendo nervioso...

-Shh... - dejé caer con cuidado el cuerpo sobre el suyo, sintiendo escalofríos al alcanzar el pleno contacto entre mi piel dura y áspera con la suya. Le besé los labios. Le temblaban lo suficiente como para dificultar el beso. - ¿Por qué estás tan nervioso? – el que se estaba impacientando era yo, notando su polla bien firme pegada a mi abdomen.

-Les oigo... les oigo desde aquí... ¿Y si suben? – sonreí acariciando su dulce carita con mis manos, restregando mis labios húmedos por su mejilla.

-¿Por qué no dejas de pensar en eso y te concentras en mí? Te prometo que si suben no te soltaré. Te protegeré... - y noté perfectamente como los músculos tensos de su abdomen se relajaron. Sonreí...
Le mordí el cuello con suavidad mientras él alzaba los brazos de nuevo y los dejaba inertes sobre su cabeza, dejándome libre acceso a su pecho. Aparté la cara de su cuello, ascendiendo por su nuez, recorriéndole la barbilla con la lengua y me lancé a por su boca entreabierta, con ganas de penetrarla con mi lengua hasta el fondo, hasta callar sus gritos típicos de las putas que se ponían húmedas simplemente por el sonido de sus propios chillidos.
Mientras nuestras lenguas jugaban, se tocaban e intercambiaban salivas ansiosas por entrar en la boca del otro, recorrí su cuerpo con mi mano. Restregué los dedos por sus pezones hasta pellizcarle con saña. Bill se revolvió con brusquedad. Un hilo de saliva se escurrió desde mi boca hasta su clavícula. Me reí observando su expresión ruborizada mientras negaba con la cabeza como si estuviera medio ido y volví a juntar nuestras lenguas entre nuestros labios.
Descendí mi mano ávidamente hasta su ingle y de improviso, le agarré la polla con fuerza, estrujándola entre mis dedos.

-¡Ah... no tan fuerte, joder! – gritó, dándome un mordisco en los labios que me hizo separarme de golpe. Saboreé con la puntita de la lengua el sabor metálico de mi sangre y apreté el agarré de su polla con pura malicia. El Muñeco se encogió, revolviéndose como un gatito dolorido y asustado rodeado por perros hambrientos que le enseñaban los dientes. Se encorvó hacía delante. Lo volví a tumbar en la cama de un empujón brusco.

-Quieto. ¿No querrás que te haga daño, ¿verdad? – Bill respiraba agitadamente, alterado, con los ojos brillando intensamente. Parecía a punto de llorar, pero sabía que no lo haría. Había aprendido a hacerse el duro delante de mí.
Con esa carita asustada era, simplemente, un Muñeco precioso. Observé su expresión de sufrimiento y luego desvié la mirada hasta su polla dura entre los dedos de mi mano. Incluso su polla era preciosa.
-Tienes un pequeño y duro problema entre manos, Muñeco. Habrá que hacer algo para arreglarlo. – Bill me miró medio ido, sudando a chorros. De acuerdo, Tom. Es tu turno de hacerle disfrutar como se merece el precioso Muñeco.
Aflojé el agarré de su pene y me incliné hacía delante, intentando averiguar que clase misterio tendría hacer semejante guarrada. No le veía ningún secreto, así que con seguridad abrí la boca frente a la punta húmeda de su polla y la atrapé entre mis labios, rodeándola con la lengua.
Bill dio semejante chillido agudo que el corazón se me puso a doscientos de golpe.
Me la saqué de la boca y le mordí la ingle con fuerza.

-No grites. – el Muñeco se llevó las manos a la cara húmeda, tanto por lágrimas como por sudor y apretó los dientes. Volví a por su pene desde la base y lo lamí desde abajo hasta la punta. Se la besé. Y volví a metérmela en la boca, esta vez hasta el fondo, todo lo que mi boca consiguió tragar.

-¡Hum! – Bill gimoteó escandalosamente, encorvando la espalda y también la pelvis hasta mi boca, buscando más profundidad en ella. Se la saboreé con la lengua. No resultaba vomitivo, pero preferiría que me la chuparan a mí. De todas formas, el solo oír los grititos de mi Muñeco precioso merecían la pena para rebajarme al nivel de un maricón cualquiera. Empecé a sacármela de la boca muy lentamente, para que Bill disfrutara bien de mi boca. Error... - ¡Ah... por favor Tom, cuidado con los dientes...! – mierda. Le había clavado los dientes. Que puto burro.

-Lo siento, Muñeco. – definitivamente, eso no era lo mío. Empecé a subir y a bajar la mano sobre su polla con descontrol, intentando compensar el raspón que le había causado mi boca. Le dediqué un par de lametones a la punta hasta que noté su humedad y descendí con mi lengua hacía más abajo, hasta sus huevos. Los lamí y delineé con la lengua, notando como Bill se estremecía y se revolvía cada vez con más violencia, incapaz de contener sus graznidos. Que delicado y sumamente adorable. No pude evitar mordérselos suavemente.

-¡Aaahh! – sollozó. Prácticamente se le saltaron las lágrimas. - ¡Tom, por favor... fóllame ya! – sonreí complacido.

-¿Ya? ¿Tan pronto? – el Muñeco se desesperó. Se revolvió con tanta energía que consiguió darse la vuelta en la cama, dándome la espalda. Me relamí los labios al ver el esfuerzo que le supuso alzarse sobre las manos atadas y situarse a cuatro patas, con el culo en pompa frente a mí.

-Ya, ahora... venga, Tom... por favor, le tengo ganas... - ¿Y quién coño se negaba a esa suplica?

-Que caprichoso, Muñeco. – murmuré, sonriente y lleno de gozo a más no poder. Me bajé el bóxer con rapidez mientras le agarraba el culo prieto y pequeño con una mano. Le mordí una de las nalgas. Bill alzó la cabeza con la boca abierta, jadeando como un perro. – Que perra tan obediente estás hecha.

-Tom... no lo estropees ahora... - fruncí el ceño, abriéndole las nalgas con las manos y recorriendo con un dedo el interior de éstas hasta los testículos.

-¿Estropear qué? – me sorprendí a mí mismo dándole un leve lametón a su apretado agujero. El Muñeco se estremeció.

-Esta noche... no la estropees... - ignoré su comentario, sin entender bien a qué se refería exactamente y me alcé sobre mis rodillas, colocándome para penetrarlo de una estocada rápida y fuerte, dispuesto a abrirlo de manera que le hiciera daño, para que lo que le siguiera no le doliera tanto. Un método estúpido y poco eficaz. Para la próxima vez compraría lubricante. No me hacía gracia tener que verlo sufrir por mi brutalidad. – Tom... la primera fuerte... quiero que me haga daño, haz que me duela... - gimoteó. Por un momento pensé que me había leído el pensamiento.

-Eso pretendía hacer, Muñeco precioso... - coloqué bien mi polla rozándola con su agujero, presionando.

-Tom... - mi Muñeco giró la cabeza, mirándome con esa sonrisa tan tierna que ya conocía, de las que me hacían estremecerme de forma espeluznante. – Vas a quedarte en Hamburgo para siempre, ¿verdad?

-Sí... contigo... - su preciosa sonrisa resplandeció.

-Te quie...




Ring... Ring... Ring...
Oh, no...
Ring, ring, ring...
Joder...
¡Ringringringring...!
¡Me cago en la puta!
Aparté de una patada las malditas sábanas blancas de mi cuerpo sudado y cansado, con los ojos hinchados y los movimientos torpes al levantarme de mal humor. El cutre y molesto ruido del timbre de la puerta principal acababa de interrumpir mi depravado sueño. Noté mi polla dolorida de la enorme dureza con la chocaba contra mi bóxer. Eso no era una erección matutina a la que cualquier hombre debía enfrentarse tarde o temprano después de un buen tiempo de represión, no. Eso era una enorme erección debida al sueño caliente que había revivido con detalle la noche de Navidad de ese mismo año... y eso quería decir que representaba peligro.
Me levanté de la cama y agarré los pantalones tirados sobre el suelo, colocándomelos lentamente, sin prisas pese a la insistencia del timbre y a los cansinos ladridos de Guetti, mi perra, mientras rascaba la puerta con las zarpas de las patas.
No me molesté en mirarme en el espejo ni en intentar disimular la erección, que se notaba a leguas. Salí de mi cuarto con paso tranquilo y caminé por el pasillo hasta la puerta principal. Guetti giró la cabeza, mirándome con la lengua fuera y la pequeña cola cortada haciendo amago de aletear alegremente. Solté los tres cerrojos de la puerta y abrí, desganado.

-¡Lo sabía! ¿¡Os lo dije o no os lo dije!? ¡Aprended a creer un poco más en mí, capullos! – puse los ojos en blanco.

-¿Qué coño quieres, Andreas? – Andy, el rubio cansino y siempre alegre que se parece vagamente a Bill, entró revoloteando en casa, sin recibir invitación alguna. - ¡Eh! ¿¡Quien cojones te ha dado permiso para entrar!? – lo agarré del cuello de la camiseta, tirando de él hacía atrás en gesto amenazante. Andy alzó las manos en señal de rendición.

-¡Vale, vale, tranquilo! ¡Joder, tío, sólo he venido a saludarte! ¡Hace meses que no sabemos nada de ti!

-¿Acaso te importa que cojones haga con mi puta vida? ¡Sal de aquí cagando leches, ahora!

-¡Coño con el jefe, que humor! – Ricky se adentró en casa aprovechándose de mi despiste, tranquilamente, dándole a Andy incluso un leve empujón para apartarlo del trayecto.

-¡Con permiso, Brother! – y Black, prácticamente, entró arrollándonos con su cuerpo de verdugo negro. Solté a Andy y giré la cabeza hacía el montón de peña que se aproximaba hacía la puerta, dispuestos a entrar junto a los demás bien cargados con litronas de cerveza y los objetos punzantes bien a la vista.
Apoyé las manos a cada lado de la puerta, impidiéndoles el paso.

-Yo que vosotros volvería a casa a recoger la coca antes de que termine de vestirme y vaya a prenderle fuego, sin o con vosotros dentro. – y cerré la puerta de un portazo, más que cabreado.

-¿Qué tal tu vida en Hamburgo, Thomas? Nos habrás traído algún regalo ¿no? ¡Encima de que cuidamos tus territorios! – Andreas ya se había adueñado de la nevera, buscando como un perro algo de alcohol con el que calmar su instinto.

-¡Andy, cógeme una birra, anda! – gruñó Black, sentándose con pose chula sobre el suelo, ignorando el sofá.

-¡En cuanto las encuentre, tío! ¡Tom, no me jodas, tienes la nevera vacía!

-¡Sí y tienes suerte de que no halla, porque te las metería por el culo! ¿Dónde está Ricky?

-¡Aquí! – Ricky salió del baño con el ceño fruncido, revolviéndose el pelo corto y erizado con una mano. - ¿Dónde tiro esto, Tom? – me enseñó una gruesa bola encerrada en su puño, medio ensangrentada.

-¡Joder, Ricky, que asco! – exclamó Andy saliendo de la cocina.

-¿Qué? ¡No tengo la culpa! ¡Ojalá no tuviera esta mierda de regla, ni siquiera con las pastillas se va! ¡Abría que veros a vosotros con esta guarrada pegada al culo todo el día!

-Pues ya podrías quedarte menopáusica. Total, para lo que te va a servir esa mierda... no te veo yo a ti de madre.

-No me verás. A mí como mucho me da Tom... - Ricky se tumbó en el sofá como si fuera suyo, clavando sus ojos oscuros en mi cara. – Pero últimamente ya ni eso. Tom, me tienes desatendida. ¿Qué pasa? Cuando llevaba minifaldas y estaba en el equipo de animadoras bien que me la metías. ¿Ahora soy demasiado tío para ti? – Ricky, en realidad, Richelle, había pasado por un proceso de transformación de buenísima a buenísimo. De pija a machorra total. De pelo largo y cuidado a corto y erizado. De vestiditos cortos de Channel a ropa casual bien pegada de la marca Surfer, de personalidad de tía fácil a personalidad de tío con dos pares de cojones bien puestos. En definitiva, de repente se creía hombre y no podía engañar a nadie. A veces, le gustaría ser un auténtico tío.
Después de su transformación, nadie tenía muy claro que era de su orientación sexual, pero poco me importaba. No iba mal para casos de desesperación total, por muy tío que se creyera.

-Hablando de eso. Tom, menudo empalme, tío. – los tres se inclinaron para mirarme la entrepierna.

-¿Quieres descargar? Si te da asco la regla, tengo una bonita boca dispuesta a todo.

-O si quieres experimentar... - alcé una ceja, mirando a Andy con expresión de circunstancia. - ¿¡Qué!? Tengo un piercing en la oreja izquierda, ¿Recuerdas? Eso quiere decir que soy un desviado.

-Menuda pandilla de maricas. – gruñó Black, encendiéndose un cigarrillo. – Eso no va por ti, Tom.

-Pues no apuestes nada por ello. – Black hizo como que no había oído nada. Ricky frunció el ceño levemente, pero se quedó callada. Andreas me miró fijamente y sonrió, entendiendo por dónde iban los tiros. Pronto soltaría algo tipo, así que el machoman ha experimentado, por lo que cambié de tema enseguida, molesto.
No tenía ganas de dar detalles. No quería que nadie supiera de la existencia de Bill. Sería un riesgo innecesario.
Me dejé caer con las piernas abiertas sobre el otro sofá, quitándole un cigarrillo a Black y llevándomelo a la boca después de que me lo encendiera con el suyo.
-Creía que todavía estabas cabreado por lo de tu novia. – le hablé. Black se apartó el cigarrillo de la boca y soltó el humo tranquilamente.

-Fui un gilipollas. Debería haber sabido antes que era una putita como otra cualquiera. Fue realmente estúpido por mi parte liarme a hostias contigo, Bro.

-Sí, lo fue. Tuviste suerte de que se tratara de ti. No hubiera sido tan indulgente con cualquier otro, hermano.

-Bueno... igual ahora te arrepientes de haberlo sido. – suspiré.

-¿Qué ha pasado? – Ricky se revolvió incómoda en el sofá.

-Nos han quitado el Floy. – sentenció Andy con voz cansada. Crispé los huesos de mis nudillos.

-Es decir, os dejo mis territorios para que los cuidéis mientras yo no estoy y saquéis provecho de los beneficios del local y vosotros dejáis que os los quiten sabiendo que ni siquiera es vuestro. ¿Quién coño ha sido? – por un momento se hizo el silencio. - ¿Tengo que volver a repetir la pregunta?

-Los Arios, Tom. Los Arios. – puse los ojos en blanco. Genial. Acababa de llegar y ya tenía una pelea de las gordas seleccionada. Hum...

-¿Cómo habéis podido dejar que esos cabeza rapada os quitaran el local? – volvieron a quedarse en silencio. – Por lo visto no tenéis ni idea de lo que hemos perdido. Por lo menos a mí me daban un diez por ciento de los beneficios del club y ahora ¿Qué? Esos mil euros mensuales ¿De dónde me los saco? – siguieron guardando silencio. – De acuerdo, vale. – suspiré. – habrá que ir a recuperarlo. – Black, Ricky y Andy sonrieron enseguida.

-¿Cuándo?

-No lo sé. Esta semana. ¿Saben que he vuelto? – miré a Andy de refilón, que abrió los ojos como platos.

-¡No, no soy tan estúpido como para ponerlos sobre aviso!

-Ya. Pero se lo has dicho a todo el mundo que consideras de la pandilla. ¿Y si hay un topo, qué? Aun así, las noticias vuelan. No contéis con el efecto sorpresa por culpa del bocazas de Andreas.

-Joder, marica, ya te podrías haber estado callado.

-Y habló precisamente Ricky, machorra lesbiana.

-¡Serás maricón...! – me levanté del sofá mientras esos dos se peleaban, aplastando el cigarrillo contra la mesilla del salón, sin ningún cuidado.

-¿Y el Príncipe? – le pregunté a Black, el único que se mostraba indiferente ante semejante jolgorio.

-Hum... no tengo ni idea. Andreas le avisó de tu llegada el primero, pero no quiso venir. Ya sabes que ese va a su rollo, con su ropita de marca y sus lujasos. El niño pijo... aun no entiendo por qué dejaste que se nos uniera, Tom. No es de los nuestros.

-En realidad, sólo hay que buscarle el sadismo. Sólo hay que mirar a los ojos a alguien para saber si es peligroso o no y él... puede llegar a serlo si quiere. Sólo hace falta quitarle los miedos, aunque sea a hostias. En fin... voy a ducharme. Cuida de que esos dos no me rompan nada. – Black asintió levemente. En cuanto abrí la puerta del salón Guetti me saltó encima, levantándose sobre las patas traseras con alegría, ladrando. Le acaricié la cabeza y el lomo, dándole un poco de juego y luego lancé su único peluche hacía el final del pasillo, haciéndola correr tras él moviendo la pequeña cola.
Me encerré en el baño. Me desnudé frente al espejo, rascándome la barbilla con una mano. Noté la barba espesa asomándose por los poros de mi piel. Ya era hora de afeitarse otra vez. Suerte que, a diferencia de otros, a mí me bastaba una pasada con la cuchilla una vez a la semana. Apenas tenía vello... como Bill.
Recordé de repente aquella vez que lo vi en el baño, afeitándose. Me quedé casi shockeado. Me lo había tirado tantas veces y me había llegado a parecer tan afeminado e imberbe, que me quedé embobado viéndole hacer una cosa tan masculina y tan normal para un hombre como era afeitarse. Me había parecido tan atractivo. Tan deseable... Había sido imposible no follármelo contra el lavamanos.
Me metí en la ducha y abrí el agua fría, helada. La necesitaba si pretendía bajar la erección sin utilizar las manos, porque era una erección peligrosa. Muy peligrosa para mi mente salida.
Mientras el agua caía sobre mi cuerpo como cuchillas, sentí una mirada escalofriante clavada en mi espalda. Intenté ignorarla en la medida de lo posible, empezando a enjabonarme el cuerpo con tanta fuerza, que me arañé la piel con las manos.
Cuando salí de la ducha empapado, sin molestarme en coger siquiera una toalla y agarré la cuchilla de afeitar del mueble del baño, me crucé con su mirada a través del espejo... Con la mirada del Muñeco, el maniquí agrietado, con sonrisa rota, ojos ocultos tras el cabello negro encrespado que le caía como una cascada sobre la cara. El Muñeco que desde que había salido de Hamburgo no me dejaba tranquilo ni en el baño. Ese macabro Muñeco. Remordimientos y nostalgia pura hechos una ilusión.

-¿Qué puñetas quieres ahora? – me volví hacía él. El Muñeco se rio de manera macabra y desapareció.
Ese puto Muñeco no tenía comparación con Bill.
Mientras me afeitaba, me pregunté que estaría haciendo mi Muñeco en ese mismo momento...




By Bill


-...Eh... oye tú... ¡Despierta! – abrí los ojos sintiendo un leve sobresaltó, pero no lo suficiente como para moverme de la silla de la biblioteca más de un centímetro.

-¡Shh! – rechistaron los demás estudiantes, mirando en mi dirección con el ceño fruncido.

-Lo siento... - la persona que acababa de despertarme se sentó frente a mí, mordiéndose el labio inferior. Yo lo conocía. Entrecerré los ojos analizando cada una de sus facciones. Claro que lo conocía. Era Frank, mi gran rival de la infancia. Aquel contra el que competía por la nota más alta en los exámenes, por quien era el que comía más y en menos tiempo, quien era capaz de trepar más alto la barra de gimnasia, quién acababa con más ligues en verano... ese Frank.

-Frank...

-¡Sí, ese soy yo! Menos mal que me reconoces. He venido aquí pensando en cómo cojones te explicaría yo a ti quien era sino me reconocías. – sonrió, cruzándose de brazos sobre la mesa e inclinando el cuerpo hacía delante, apoyando la barbilla sobre la mano, mirándome con los ojos alegres y activos que recordaba.

-Estamos juntos desde primaria...

-Ya, pero últimamente no reconoces ni a tus propios amigos, así que pensé... - medio cerré los ojos. Estaba demasiado cansado como para hacer el esfuerzo de fruncir el ceño. – Vaya, he metido la pata ¿No? – no les contesté. Frank empezaba a sentirse incómodo por mi indiferencia. - ¿Cómo estás?

-Bien.

-Me refiero de verdad, tío. Sólo hace falta verte para saber que mientes.

-¿Y por qué preguntas?

-Por simple educación. – bajé la cabeza un poco, clavando los ojos en mi regazo y en mis manos temblorosas bajo la mesa, que apretaban con fuerza mis pantalones intentando detener los temblores. – Desde que Tom se fue apenas te veo por la uni. – sentí un fuerte espasmo al oír ese nombre. Enormes náuseas. El agujero negro empezó a ganar terreno sobre mi mente con sólo oír ese maldito nombre. Sentí como uno de los fragmentos de mi cuerpo caía al suelo para hacerse añicos. No quería hablar de eso ahora. No podía... - Oh, perdón. No quería hablar de él.

-Nadie quiere hablar de él, pero todo el mundo acaba haciéndolo. Por eso no quiero ir a la universidad. – sabía lo que me esperaría en cuanto pusiera un pie allí. Las preguntas volarían por todos lados, al igual que los rumores. Por lo menos en casa podía llorar, caerme y esconderme en una habitación oscura cuando quisiera, en absoluta intimidad. Si en la universidad me daba un ataque de ansiedad, sólo conseguiría hacer desaparecer mi escasa autoestima, esa que se arrastraba como una serpiente siguiendo a mi sombra.

-Lo entiendo. Si no quieres hablar, que se le va a hacer. Sólo...

-¿Qué?

-¿Es verdad que estás yendo a psicólogos y cosas así? – cerré los ojos, suspirando, agotado del todo. Lo que decía. Los rumores vuelan por todas partes.

-No. No tengo nada que contarles. – Frank asintió.

-Bill, en realidad estoy aquí por Georg y Gustav.

-Lo suponía. – se encogió de hombros.

-No es nada personal, ya sabes... pero ¿Por qué?

-No quiero hablar con ellos. – no quería hablar con ellos precisamente porque lo sabían todo. Todo. Eran los únicos en los que podía confiar y a la vez, los únicos que podían recriminarme con razón todos mis actos. Y ahora no tenía ganas de recriminaciones. Sólo quería estar solo en un rincón oscuro de casa revolviéndome en mi propia mierda. Sufriendo en silencio.
Sabía que Tom no volvería, así que sólo me quedaba la esperanza de que el agujero fuera desapareciendo poco a poco, como ocurre en todos los desengaños amorosos.
O el agujero desaparecía... o yo me mataría.

-Están muy preocupados por ti, tío. Dicen que no hay forma de hablar contigo, que prácticamente te has aislado en casa, que no les contestas a las llamadas y no les abres la puerta. Gustav me ha pedido que te diga que como no tenga noticias de ti en esta semana, hablará con Simone. – alcé la cabeza de golpe, con los ojos muy abiertos. Me levanté de la silla haciendo chirriar las patas de esta contra el suelo.

-No tendrán huevos... - Frank miró a nuestro alrededor con el ceño fruncido. Todo el mundo nos miraba, molesto, pero me importaba más bien poco.

-Pues yo diría que sí. Mira, no sé qué te habrá hecho Tom exactamente, pero Georg tiene unas ganas de cortarle las pelotas que no son normales. – apreté el puño. Otra vez su jodido nombre. Empezaba a sentir como partículas diminutas del agujero empezaban a fluir por mis venas, crispándome los nervios, envenenándome lentamente. – Así que más te vale hablar con esos gorilas. A saber si tendrían polla para ir detrás del loco de Tom...

-¡Quieres dejar de hablar de ese gilipollas! – golpeé la mesa con el puño, haciendo un ruido estridente que se tragó todo el silencio que inundaba la biblioteca. - ¡Estoy hasta los huevos de Tom, Georg, Gustav, Simone...! ¡Dejadme tranquilo, coño! ¿¡Tan difícil es!? ¡No quiero hablar con nadie! ¿¡Vale!? Dile de mi parte a esos toca pelotas que no se metan en mi vida. ¡No les importa una puta mierda! – Frank me observó en silencio, con mirada desafiante, de aquel que acaba de perder la paciencia.

-Señor... - la bibliotecaria, una cuarentona con pinta de estricta Rotel Meyer me agarró del brazo de repente, con fuerza. – Acompáñeme a la salida. – de un tirón, me deshice de su agarre, molesto. Recogí los libros de la universidad frente a la mirada atenta de la mujer y la escrutadora de Frank y les di la espalda, dispuesto a salir de allí a prisa.

-Bill... - me llamó Frank con voz ronca. – Eres un niñato egocéntrico y desagradecido. – no lo negué.
Salí de allí tan cabizbajo como había entrado, abrazándome el cuerpo con los brazos, sintiendo que iba a caerme a trozos de vuelta a casa y dejaría un caminito de mis piezas rotas que guiaría a las personas hasta mi cadáver. Hubiera estado bien. Pero no ocurriría. Al menos no tan rápido como desearía.
¿Cuándo desaparecería el parásito que se había instalado en mi cuerpo? Era las sobras de un amor mutilado y muerto que ya no quería, simplemente para que dejara de hacer daño. Pero cada vez que indagaba inconscientemente en los recuerdos que había compartido con Tom, sólo podía desear desesperadamente que volviera a mí. Y al ver que no lo haría, el agujero me tragaba un poco más y sentía más ganas que nunca de esconderme de la gente para llorar.
El Bill que Tom había conocido se había marchitado. El nuevo Bill no podía ni siquiera mirarse a un espejo sin sentir asco de sí mismo.

-¡Eh, marica! – frené en seco, con los ojos en blanco y los puños apretados. Un ostentoso coche deportivo se detuvo a un lado de la carretera, junto a mí. Miré con profundo desprecio al conductor que se asomaba por la ventanilla con pintas de chulo, con gafas de sol incluidas cuando prácticamente ya era de noche. - ¿A dónde vas a estas horas? ¡Pero qué morro le echas! ¡Faltas a la uni cuando te da la gana y por las noches te vas de marcha! ¡Menuda vida, Bill! – se subió las gafas de sol, dejándolas reposar sobre su cabeza con una enorme sonrisa.

-Sparky...

-¿Por qué Sparky? ¿Es que no te acuerdas de mi nombre o qué? Me jode el nombrecito, ¿sabes? – suspiré. Me cargué el bolso al hombro y empecé a andar de nuevo hacia delante, pasando de él olímpicamente. - ¡Eh, eh! – el coche me siguió a un ritmo lento pegado a la acera. - ¿Por qué no vienes a la uni? Se echa de menos a un marica como tú.

-Para eso ya te tienen a ti, ¿No?

-... No me puedo creer que seas tan cabronazo.

-Y yo no me puedo creer que tengas la cara de dirigirme la palabra después de lo de la fiesta de Natalie.

-¡Precisamente eso quería aclararte! ¡Fue un malentendido! ¡No pretendía asustarte, sólo quería besarte, Muñeco!

¿Muñeco...? ¿¡Muñeco!?

Me pierna se movió sola, con fuerza y rapidez y ¡Pum! Hundí el pie en la brillante e intacta carrocería del coche, pegándole una patada que bolló la puerta del conductor.

-Pero... - Sparky paró el coche, pálido y con los ojos muy abiertos, incapaz de reaccionar. Aparté la pierna de la puerta y volví a pegarle una patada tremenda, destrozándola, hecho una furia. - ¿¡Qué coño haces!?

-¿¡Con qué derecho me llamas Muñeco, anormal!? – volví a pegarle otra, y otra, y otra. - ¡Vete al infierno, Sparky! – abrió la puerta con cara de mala hostia y antes de que volviera a golpearla, me agarró el brazo, estrujándomelo hasta hacerme daño. - ¡Ah, suéltame capullo!

-¡Menos mal que estás depresivo! ¡Menuda mala hostia!

-¡Que te follen!

-¡Joder, y Tom amenazando para que no me acerque a ti! ¡Si no te hace falta protección, mierda! - ¿Qué?


Dejé de patalear por unos instantes y lo miré a la cara. Sparky tragó saliva por algo que vio en mis ojos. No sabía qué había en mí para provocar semejante reacción en todo aquel que se preocupaba en mirarme a la cara y tampoco me importaba.

-¿Tom... qué? – Sparky alzó una ceja, sin entender. - ¿Qué ha dicho Tom sobre mí? – mi voz sonó ronca y furiosa, grave como si tuviera veinte años más de los que tenía, amenazante.

-Ah, eso... - se encogió de hombros. – Aquella vez en el baño, ¿Te acuerdas? – situó las manos tras su cabeza, suspirando, quitándole hierro al asunto. – Me amenazó con rajarme la garganta si me acercaba a ti mientras él no estuviera. Pero... - empezó a hablar, diciendo algo sobre que no soportaba que nadie le ordenara ni le dijera lo que tenía que hacer, pero yo dejé de escucharle.
Cuando el dolor disminuía un poco era cuando la furia se incrementaba en mis venas, como en aquel momento. Tom me seguía atando a él, aunque ya no estuviera. Le odiaba por hacerlo, le odiaba por mantenerme firmemente pegado a sus recuerdos, por ser tan egoísta que me quería solo para él incluso cuando él estaría disfrutando con otra persona lejos de mí, sin dedicarme un solo retazo de sus pensamientos, como si nunca hubiera ocurrido nada. Como si su Muñeco se hubiera quedado en nada.
Te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio...
¡Mierda, te quiero tanto, Tom! ¡Solo puedo echarte de menos a cada momento y tocarme patéticamente a mí mismo pensando en ti, maldito hijo de puta!

-Bill... ¿Quieres que te acerque a casa? – miré a Sparky con los ojos aguados. Un par de lágrimas descendían por mi cara sin compasión, sin represión. Él me miraba en silencio, sin hacer la más mínima referencia a mi muestra de debilidad. Se lo agradecí para mis adentros. Me limpié las lágrimas con el brazo y negué con la cabeza.

-No, gracias.

-Si es por lo que pasó en la fiesta de Natalie, ¡Te juro que no voy a tocarte un pelo! Te asusté y lo siento, de verdad. No quería meterte miedo, sólo quería... besarte. – su casi imperceptible tartamudeo me hizo sonreír un poco.

-No es por eso. Prefiero volver solo a casa...

-¿Es por Tom? – Sparky alzó una ceja al tiempo que una sonrisita divertida aparecía en su cara. - ¿Piensas ser fiel a sus órdenes y gustos eternamente? – fruncí el ceño, pensativo. No, desde luego que no. – Bill... él ya no tiene poder sobre ti. No le perteneces y en mi opinión, nunca mereció tenerte. – un pequeño alivio y sentimiento de halago me cruzó el pecho de parte a parte, justo en el centro del agujero, recuperando una pequeña parte de mí que ya daba por perdida. ¿Un poco de coraje, quizás? – Venga, Príncipe, lánzate.

-¿Príncipe? – me reí un poco, con gran esfuerzo. Sparky me tendió la mano.

-¿Te lanzas? – miré su mano unos segundos, en silencio. Negué con la cabeza y con una especie de amago por sonrisa, le di la vuelta al coche y abrí la puerta del copiloto en silencio, adentrándome en el coche tranquilamente. Oí la risa grave de Sparky cuando abrió la puerta del conductor. – Supongo que así también me vale. – Y arrancó.
Abrí la ventanilla, buscando el aire fresco del anochecer azotarme la cara. De repente, el techo del coche se replegó, desapareciendo en la parte trasera, dejándome ver el cielo levemente estrellado que se abría en la noche despejada. Miré a Sparky, que me sonrió, divertido.
Intenté devolverle la sonrisa y creo que más o menos, lo conseguí. Hasta que descendí la mirada y me encontré cara a cara con el espejo retrovisor, devolviéndome el reflejo de mi patético intento de expresar una felicidad que se escondía en lo más profundo de mis entrañas, que huía del parásito instalado en mi cuerpo.
Sintiendo asco hacía mi propio cuerpo, me pregunté que estaría haciendo Tom en ese mismo momento...

Muñeco Abandonado Segunda Temporada - By Sarae.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora